La de hoy será una columna corta, sencilla, con menos pretensiones que si la escribiese con una goma de borrar. Se trata de regalársela a una chica que barre cada día las calles en Purchil, un pueblecito de Granada en el que ni siquiera cabe la mitad del viento que pasa. Se llama Ana Estévez, es andaluza y una noche contactó conmigo en Facebook para pedirme que le felicitase su cumpleaños por teléfono. "Sólo quiero que por una vez sea sólo para mi la voz que tantas veces he escuchado contando en la radio de Carlos Herrera las historias del Savoy", escribió en mi pantalla del ordenador. Como viera que tardaba en contestar, se explicó: "Sólo soy una chica pueblerina que barre las calles de mi pueblo. No soy importante para casi nadie. De chiquilla estudiaba por la mañana y recogía papas de la tierra por la tarde. Pero soy buena chica. No he tenido suerte con los hombres. Yo sólo quiero que alguien se siente a mi lado en la mesa por la mañana y me mire un rato mientras enfría la leche. Si me llama usted por teléfono prometo no darle nunca más la lata". Pensé hacerlo pero era tarde, muy tarde, y lo dejé morir. Algunos días después recapacité y le pedí por Facebook que me diese su número de teléfono. "Te llamaré casi con toda seguridad mañana", le prometí mientras marcaba aquel número al mismo tiempo que deletreaba con la otra mano una frase con la que tenerla distraída. "Un momento. Tf.", dijo ella en la pantalla del ordenador para que no me fuese mientras ella atendía su llamada. Descolgó y preguntó con cierta rutina, casi con desánimo, como si temiese que una voz automática le fuese a dar la mala noticia de que le cortarían el servicio. Entonces le completé por el teléfono la frase que había comenzado a escribir en el ordenador. Ana casi no pudo decirme nada. "Me tiemblan las piernas, lo siento. Es la primera vez que me telefonea alguien de cuya amistad quise siempre presumir. Esto era muy importante para mi. Esa voz ha sido hoy la única cosa que no he tenido que recoger del suelo. Mañana me levantaré más temprano, así tendré más tiempo parta contarlo. ¡Se van a enterar estos pueblerinos!".

Lo nuestro es de hace unos pocos días, pero Ana Estévez es ahora una de mis amigas de toda la vida. De vez en cuando me cuenta en el chat del Facebook sus problemas, sus emociones, incluso me cuenta la merienda de su hijo y el cáncer de huesos de su mejor amiga. Como cada día, Ana estará barriendo esta mañana las calles de ese pueblo pequeño en el que ni siquiera la muerte se queda mucho tiempo. Y yo le envío por sorpresa este segundo regalo para que sepa que no bromeaba cuando le dije que sería su amigo para siempre. Y no me dejará mentir si recuerdo aquí lo que ayer mismo le escribí en su pantalla del ordenador: "Lo de vernos en persona es más complicado. De todos modos, estas cosas nunca se saben. Cualquier día te encontrarás con mis zapatos al final de tu escoba, levantarás la mirada y verás media docena de rosas en mi mano de escribir. Y te prometo que esa día cenaremos juntos en uno de esos restaurantes en los que incluso huele a limpio la basura".

Yo no sé qué pensará ella de todo esto, pero por primera vez en mucho tiempo yo he tenido la sensación de que tropezarme con ella en el anonimato de Facebook ha sido como encontrar dinero en esa basura que ella barre cada mañana en Purchil (Granada), uno de esos pueblos sencillos y pequeños en los que sólo muy de tarde en tarde deja su olvido el viento.

jose.luis.alvte@telefonica.net