A veces en el mundo hipertecnificado aparecen noticias que alegran no poco a los nostálgicos que, como es mi caso, añoran los tiempos en que los diarios se leían arrugando el papel, los libros se hojeaban pasando las páginas, las películas había que verlas yendo al cine y para tener una canción era necesario ir a la tienda a comprarse el disco.

La noticia de ahora mismo que aparece para deleite de los cavernarios como yo es que la consola Playstation 3, aparato al que anda enganchada buena parte de los niños, de los adolescentes y de los futbolistas de élite, entró en huelga el día 1º de marzo. Su reloj creía que este año era bisiesto y esperaba, pues, un 29 de febrero que no llegó.

No termino de entender el drama del asunto. Cabría esperar de algo tan tonto como es un reloj metido en las tripas del aparato de marras que siguiese funcionando incluso con un día de retraso; al fin y al cabo, a la hora de recrear mundos imaginarios poco importa que la fecha sea la del día anterior o, ya que estamos, la de dentro de quinientos años. A ningún superhéroe de ficción le pueden afectar tales menudencias. Pero se ve que hay una especie de justicia temporal en el alma del engendro, o en su equivalente, que permite ir matando malvados sin límite alguno pero desfallece si se alguien se salta un día del calendario.

El problema de la máquina de jugar no es atribuible al aparato en sí mismo. La culpa es de los técnicos que lo crearon introduciendo el error del 2010 como año bisiesto. Poca lástima puede dar, pues, la necesidad de trabajar a marchas forzadas para que los adictos a los videojuegos pudieran recuperar la normalidad. Pero sorprende que los ingenieros de la Sony tardasen nada menos que dieciocho horas en dar un versión oficial de lo sucedido. Como si el Creador imaginario no se excusase ante los desastres del mundo hasta después de que se extinguieran los humanos.

El asunto recuerda a lo que sucedió en vísperas de la noche de San Silvestre de 1999, cuando la comunidad informática entró en pánico al imaginar lo que iba a suceder al aparecer la fecha redonda del año 2000 como parte de nuestras vidas. Se ve que los avatares de la computación no habían previsto la eventualidad de un cambio de milenio –aunque éste, el milenio, no habría de cambiar en realidad hasta el año siguiente, el 2001–.

Cosas así hacen pensar acerca de todo lo que no hemos imaginado o hemos imaginado mal a la hora de construir mundos nuevos. La tarea de demiurgo es ingrata porque la complejidad inmensa de las claves del mundo de verdad nos abruma. El que la selección natural sea ciega y trabaje a trompicones lleva a absurdos como los que forman parte de cualquier organismo. Pero, al menos, por esa vía de la cabezonería insistente a lo largo de millones de años no se dejan de lado detalles como el de un inoportuno año que, ya ven, al final resulta que se le olvidó eso de ser bisiesto.