Al departamento que lleva en El Vaticano todo lo concerniente con actuaciones milagrosas, peregrinaciones y actividades paranormales, le pareció conveniente que el papa Benedicto XVI viaje a Santiago de Compostela con ocasión del Año Santo, y entre las autoridades políticas españolas se dio una carrera en pelo para atribuirse el mérito de la visita. Y el que más corrió para abrirse paso a codazos hacia la primera fila fue el actual embajador ante la Santa Sede, Francisco Vázquez. El antiguo alcalde coruñés quiere volver de su forzado exilio diplomático para ocupar un puesto de relumbrón (Defensor del Pueblo, presidente de las cajas de ahorro fusionadas, etc.) y no pierde la oportunidad de hacerse notar. Aún no hace cuatro días, con ocasión de la audiencia que el Papa concedió al presidente de la Xunta y a su novia oficial, don Francisco había declarado que veía "muy difícil y complicado" que Benedicto XVI pudiese viajar este año a Galicia y posponía su llegada para el 2011, cuando se cumple el octavo centenario de la catedral compostelana. El anuncio hecho por la diplomacia vaticana, que tiene acreditada fama de cautelosa y discreta, le debió de coger por sorpresa, pero en vez de callarse y mirar hacia otro lado, que sería lo lógico, organizó un alboroto de declaraciones públicas colgándose la medalla de la gestión del viaje como si fuese un logro exclusivamente suyo. "Éste es un éxito diplomático muy importante, y un reconocimiento hacia España y su Gobierno verdaderamente extraordinario", declaró eufórico en una radio. Y no contento con eso, remachó en otra: "En cuatro años que llevo de embajador, el Papa ha viajado tres veces a España. Debo de ser el embajador que más ha participado en la elaboración de viajes pontificios a su propio país". Es decir que, en estos tiempos de graves tensiones políticas entre el Gobierno socialista y la jerarquía de la Iglesia Católica española, por culpa del laicismo rabioso y sectario de Zapatero, no hemos roto definitivamente las relaciones con El Vaticano, gracias, fundamentalmente, a la hábil e impagable labor diplomática de don Francisco Vázquez, que ha sabido limar asperezas sin cuento y mantener el quebradizo hilo del diálogo con el representante de Cristo en la Tierra. Desgraciadamente, las mentiras tienen las patas muy cortas y el desmentido sobre su milagrosa intercesión llegó enseguida desde el Arzobispado compostelano. "Las negociaciones para que el Papa estuviese presente en el Año Santo compostelano las llevó exclusivamente don Julián Barrio —dijo un portavoz de la curia—. El señor Francisco Vázquez no tuvo nada que ver". El provinciano afán de figurar del embajador ocasional le ha jugado una vez más una mala pasada y viene a confirmar que, como político, y fuera del ámbito de su añorada ciudad estado, no tiene nada que hacer. Fuera de estas alcaldadas a destiempo, los cuatro años en Roma han pasado sin pena ni gloria. Ni ha conseguido el nombramiento de un obispo para su ciudad (una idea loca de sus mejores tiempos), ni ha conseguido reproducir allí la estéril polémica de si el estado pontificio debe llamarse O Vaticano o El Vaticano. Su único logro tangible es que don Amancio Ortega le haya pagado la reparación de la fachada de la sede diplomática. Eso sí, siguiendo rigurosos criterios de rehabilitación y sin dejarle a él, ni a su amigo Bofill, meter mano en el diseño. Menos mal.