Cuando ya nos resignábamos a vivir un crítico Año Santo sin Papa, sin artistas de relumbrón y casi sin peregrinos, el Santo Padre ha ejercido la muy gallega costumbre del trasacordo al anunciar que vendrá este año a Galicia, aunque sea en rápida visita de médico. Por mucho que haya tardado en cambiar de opinión, bendito sea Benedicto.

Creyentes o no –que eso poco importa–, los vecinos de este reino bien deberían alegrarse de la visita del Pontífice, por razones que a nadie se le escaparán. Un Papa es siempre un Papa: y aunque el actual no tenga el mismo tirón en los medios de masas que su predecesor en el cargo, parece lógico que atraiga a un copioso número de seguidores y curiosos a Compostela. Por no hablar ya, claro está, de la publicidad de balde que su visita proporcionará a este país casi incógnito.

Todo ello ayudará, sin duda, a acrecentar el número de peregrinos y turistas que tan necesarios son para llenar las menguantes arcas de la hostelería en un año de crisis como el que padecemos. De hecho, el Xacobeo, que tantas alegrías económicas dio a Galicia desde su invención en tiempos de Don Manuel, era y acaso sea aún una esperanza para el actual Gobierno autónomo, que hace apenas un año cifraba en un 1 por ciento su aportación al PIB galaico. Inalcanzables ya los diez millones de visitantes que la Xunta esperaba en un derrape de optimismo, la visita de Benedicto XVI contribuirá al menos a redondear un poco el saldo final de turistas.

Dado que la noticia se difundió al día siguiente de la audiencia concedida por el Papa al presidente Feijóo y al arzobispo compostelano Julián Barrio, el mérito de este indudable logro tal vez sea objeto de disputa. Más aún si se advierte que los gallegos tenemos destacado en la embajada ante la Santa Sede a Francisco Vázquez, que siempre podría caciquear un poco a favor de sus paisanos. Pero no parece haber margen para la duda en este caso.

Monseñor Barrio, que después de todo es miembro de la empresa eclesiástica, se adelantó a aclarar ayer mismo que él ya tenía confirmación de la visita del Pontífice un día antes de la mentada entrevista. Y razones no parecen faltarle, si se tiene en cuenta que en el estricto protocolo del Vaticano la audiencia había sido concedida, literalmente, al "arzobispo de Santiago" y a su "séquito", por más que de él formase parte el presidente de Galicia.

Se ignora, en todo caso, cuál pueda ser la razón por la que el Papa tardó tanto en decidirse a darle lustre con su visita al Año Santo. Los más suspicaces pensarán que algo tuvo que ver, quizás, la polémica sostenida en su día por Fraga y el también vilalbés monseñor Rouco, quien consideraba poco ortodoxo que la Xunta contraprogramase el año jubilar de toda la vida con un novedoso y laico Xacobeo. Conviene recordar que antes de su ascensión a la silla de San Pedro, el cardenal Ratzinger fue jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, heredera de la Inquisición, donde ganó fama de teólogo severo en cuestiones de dogma.

No obstante, los de ahora ya no son aquellos xacobeos de hace algunos años en los que el iconoclasta monarca Don Manuel solía incluir actuaciones de Sus Satánicas Majestades los Rolling Stones y otros músicos de conducta depravada. Una circunstancia no menor que sin duda habrá disipado las reticencias del Papa a visitar un país en el que tan extrañas cosas sucedían tiempo atrás.

Lo que la programación musical de este Xacobeo ha perdido en morbo y acaso en interés, lo gana a cambio en adecuación a los deseos de la Iglesia, sin perder por ello el legítimo carácter comercial que tanto contribuyó en anteriores ediciones a mejorar la economía de Galicia. Y si gracias a eso los gallegos podemos entonar un inesperado "Habemus Papam" –o "Tenemos Papa"–, mejor que mejor. Más que nada, porque además de Papa, también tendremos algunos visitantes de propina. Falta hacen en este aciago año.

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