El título de ciudad lo recibió Vigo tal día como hoy de hace doscientos años en recompensa a una victoria bélica de enorme significación para un país invadido: ser la primera población española que logra liberarse de la ocupación de las tropas napoleónicas. Ésta es la razón del Real Decreto del 1 de marzo de 1810, por el que se concede "a la villa de Vigo el privilegio y título de ciudad fiel y leal, en atención a los señalados servicios, heroica lealtad y esforzado denuedo, que han manifestado los vecinos de ella en defensa de la justa causa de la independencia nacional".

Han transcurrido doscientos años de aquellos hechos, y el pequeño pueblo de pescadores se ha transformado en la urbe más industrializada y poblada de Galicia, y en el referente de la modernidad social y la vanguardia cultural.

¿Cómo se ha producido este fantástico desarrollo en un lapso de tiempo tan corto, cuando Vigo era la más pequeña de las ciudades gallegas, la más periférica y aislada en sus comunicaciones terrestres y no destacaba salvo por ser un pueblo pesquero y base de las operaciones de los salazoneros catalanes?

Se debe al esfuerzo, tesón e inteligencia de sus gentes, que han aprovechado las condiciones de un puerto natural seguro y ubicado estratégicamente para el tránsito y recalada de todas las flotas. Porque el elemento determinante del desarrollo de Vigo es haber conseguido ser puerto internacional, al fijarse las islas de San Simón como área de cuarentena y establecerse allí el lazareto, en 1838. Empieza así una carrera imparable, que convierte a Vigo en una de las poblaciones europeas de más rápido crecimiento demográfico al pasar de tres mil habitantes a trescientos mil en menos de dos siglos.

Sus muelles comienzan a ser frecuentados por las compañías trasatlánticas que realizan los viajes con los puertos americanos desde Buenos Aires a Nueva York, la pesca sitúa a Vigo en el liderazgo pesquero del continente, la conserva atraviesa entre finales del XIX hasta acabada la II Guerra Mundial una bonanza inimaginable y la construcción naval abre cada vez más potentes astilleros en la ría.

Pero el salto definitivo se produce cuando, después de perseguirlo con ahínco, Vigo consigue en 1957 ser puerto franco. La concesión del Consorcio de la Zona Franca sienta las bases para la instalación de Citroën, que era pretendida por otras ciudades españolas.

Es el acontecimiento socioeconómico más relevante de estos dos siglos, ya que la presencia de la compañía automovilística cambiará la configuración laboral de la ciudad y su entorno, que de vivir preferentemente del mar y sus industrias, pasa a depender también de la automoción y a configurar una nueva estructura empresarial enfocada hacia este sector.

Vigo, que luce en su escudo la leyenda de "fiel, leal y valerosa", como reconocimiento a esos valores que puso de manifiesto en 1809 con la Reconquista, añade un siglo más tarde el título de "siempre benéfica", por el ejemplar comportamiento de sus vecinos con los soldados que regresaban de la guerra de Cuba, en los llamados barcos de la muerte, en 1898. De no ser por la solidaridad de los vigueses, el padecimiento de los retornados hubiera sido aún mayor.

La inscripción del escudo no es gratuita sino que entraña unos compromisos a los que no puede renunciar la ciudad, porque desvirtuaría su identidad. Si dejase de ser fiel a su razón de ser, leal a su pasado, valerosa en la defensa de lo propio y solidaria con el resto de Galicia, Vigo ya no sería la ciudad que nació de una victoria y se construyó durante dos siglos.

Es justamente la solidaridad una de las características de los vigueses. No sólo la que muestra ante situaciones catastróficas o desgraciadas –los socorros a las viudas y huérfanos de los naufragios de pesqueros, antes tan frecuentes, eran proverbiales cuando no existía la Seguridad Social–, sino para acoger e integrar a cuantas personas se instalan en la ciudad. Ésta es una de las causas del aumento de población, que no se debe al crecimiento vegetativo, sino a integrar a cuantos llegan.

Es lo que conforma una sociedad civil abierta, cosmopolita y emprendedora. Lo que ha propiciado que personalidades foráneas hayan dejado en la ciudad sus fortunas: como García Barbón que dona la Escuela de Artes y Oficios o Policarpo Sanz que lega la espléndida colección de arte que se exhibe en Castrelos. Es lo que favorece que recalen y coincidan en el tiempo personajes como Cunqueiro, Celso Emilio Ferreiro, Torrente Ballester, Francisco Fernández del Riego, Lugrís...

Vigo es la más joven de las ciudades gallegas, y por tanto aún tiene que asentarse y vertebrarse. Tiene por delante mucho futuro hasta cumplir los ochocientos años de A Coruña o el milenio de Tui... Cuando todas las ciudades del Antiguo Reino de Galicia, por población, relevancia o hechos históricos, habían acreditado los méritos suficientes para obtener el título de ciudad, Vigo debió esperar al siglo XIX para recibir ese honor. Pero no lo ha desaprovechado y quiere acrecentarlo.

¿Cuáles son los retos de ese futuro prometedor? Son abundantes y de todo tipo. Vigo puede presumir de lo que ha hecho y en lo que se ha convertido en estos dos siglos, pero aún tiene mucho que bregar para legar a las nuevas generaciones la ciudad que aspira a ser. Un objetivo, por ejemplo, es superar la actual estructura territorial y consolidarse como cabeza de su área metropolitana de medio millón de habitantes. Urbanísticamente, tiene el reto de reordenar su crecimiento, acabar la rehabilitación del casco histórico y dotarse de los imprescindibles servicios de saneamiento que preserven la ría, con la construcción de la nueva depuradora. Y sin duda uno de los objetivos más perentorios es consolidar un mapa sanitario moderno. El reiterado y debatido anuncio de la construcción del nuevo hospital debe plasmarse de una vez, en condiciones óptimas y a la altura de los mejores hospitales del país. Así lo demanda la sociedad viguesa. Culturalmente, tiene que superar los viejos atavismos que la acomplejan y reafirmarse como centro creativo, con una oferta estética, literaria y plástica de primer orden y capital editorial de Galicia.

Como ciudad que se configura en torno a las tecnologías y a la industria, Vigo tiene en ese ámbito su especial proyección, a la que de ninguna manera debe renunciar, aunque los cambios tecnológicos vayan relegando por obsoletos a los tradicionales sectores industriales, como la conserva, la cerámica o la metalurgia.

La Universidad de Vigo es preponderantemente tecnológica. Y en ese marco se encuadra la Ciudad del Mar, uno de los objetivos a conseguir por todos los medios. Aunque parezca pretencioso, Vigo no puede renunciar a ser en esa especialidad el Silicon Valley del Noroeste, porque reúne todas las condiciones para ello.

Para encarrilar el futuro, Vigo tiene también que preservar las características que la han hecho grande: los símbolos que la definen y su sociedad civil, amante de la libertad, que la impulsan a defender lo propio con vigor, entusiasmo e inteligencia. El alma viguesa que impregna lo mejor de cuanto ha habido, hay y habrá en esta ciudad y en sus gentes, desde Martín Codax y los poetas de la ría.

Pero, por encima de todo, Vigo debe hacerse plenamente consciente de que su juventud no es un problema, sino una solución, por utilizar el dicho tan en boga estos días como conjuro contra la crisis económica. Otras ciudades de Galicia tienen más historia, sí, y están más estructuradas, es verdad, pero también tienen menos empuje y menos posibilidades de desarrollo.

Vigo es como una adolescente que, aún en fase de formación, afronta la vida rebosante de energía y planes de futuro. Su autoestima, que tantos han intentado socavar, debe conducirle con determinación a luchar por lo suyo sin complejos, con firmeza y unidad. Solidaria siempre con Galicia, como ha demostrado de manera reiterada a lo largo de su historia, debe plantar cara a quienes, enmascarados tras la falsa y fácil denuncia de los localismos, intenten quitarle lo que le pertenece o se nieguen a darle lo que se merece.

Estos dos siglos de historia deben servir para aprender de los errores del pasado, ahondar en los aciertos y en las pautas que la hicieron grande para seguir progresando, y defender con uñas y dientes su patrimonio, tanto inmaterial como material, sus recursos económicos, financieros y naturales, que son la base de la supervivencia y de su identidad.

Así, Vigo, avanzará en la buena dirección para ser cada vez más una ciudad envidiada, con una calidad de vida similar a las mejores y donde aspiren a vivir y se sientan cómodas cuantas personas quieran desarrollar sus capacidades laborales y creativas, y aporten el plus de su cualificación y profesionalidad.

Ese es el Vigo que deseamos en esta fecha imborrable de su bicentenario como ciudad.