Lo malo de unos Presupuestos -sean los que fueren: estatales, municipales o autonómicos- es que por lo general sólo le gustan a quienes los elaboran. Son el instrumento básico para desarrollar la política de un gobierno y en consecuencia se rechazan, al menos de salida, no solamente por la oposición, sino por eventuales aliados que buscan, en todo caso, adecuadas compensaciones.

Claro que, como tantas veces se ha dicho de la ley de Murphy, todo lo susceptible de empeorar, empeora, y lo que casi siempre gusta poco, en ocasiones, enerva. Sobre todo cuando las cuentas generales hay que hacerlas en tiempos de crisis agudas y buscan compensar el mayor gasto con unos ingresos más altos, tirando de lo que mejor lo garantiza, que es un alza de impuestos. Es decir, exactamente lo que pretende el gobierno del señor Zapatero.

Algunos observadores, acaso para rizar el rizo de las críticas, analizan el contenido de los Presupuestos desde las comparaciones entre comunidades o el reparto de las inversiones. Y en un Estado tan complicado como el de las autonomías, eso equivale casi a poner cerillas cerca de un polvorín: multiplicar por mil el riesgo de explosión, como la experiencia tiene ya más que demostrado.

Todos esos elementos, además de otro aún más volátil, que es el de la reducción de las inversiones y de partidas de interés social general -desde la dependencia al I+D+i-, confluyen en las previsiones de las cuentas generales del Estado para la Galicia del 2010. No ha de extrañar por tanto que, con matices y cada uno en lo suyo, los invitados de FARO coincidan en críticas y rechazo.

Claro que, dicho eso, quizá sea conveniente insistir -y apoyar- en otra observación que hacen todos ellos: la de que en buena medida, la culpa de lo que hay la tengan los propios ciudadanos gallegos, que hasta ahora han sido incapaces de constituir una masa crítica que, remando en común, defina y defienda una serie de elementos que, aún con menos dinero, pero mejor concebidos, hagan país a la vez que atiendan a todos sus problemas.

Y no se trata de una visión utópica. Por citar casos, hoy las protestas se refieren más a las grandes infraestructuras -cuya importancia no se discute-, olvidando el tejido estructural más cercano, pero menos sonoro. Por eso se habla más de AVE que de cercanías o de reforzar los tres aeropuertos en vez de coordinarlos. Por ejemplo.

¿Eh...?