La noticia de cualquier crimen sangriento -aún en un lugar lejano- siempre nos conmueve. Pero cuando ocurre en el lugar de la propia residencia, o en una ciudad, o en un pueblo que conocemos, o donde hemos pasado buenos momentos, parece que el horror nos mancha de forma inevitable. Y tendrá que pasar mucho tiempo hasta que podamos limpiar esa pesadilla de la memoria. La sangre de los hechos violentos cae sobre la cabeza de los que no somos ni asesinos ni víctimas y gotea durante años (y hasta siglos como muy bien saben los cristianos). Digo lo que antecede porque -como tanta otra gente- aún estoy conmocionado por lo acaecido en la localidad pontevedresa de Ponte Caldelas, donde un recluso por maltrato doméstico, que gozaba de un permiso penitenciario, aprovechó su momentánea libertad para matar a su actual pareja, apuñalar gravemente a dos vecinos, y destrozar la vivienda de su ex mujer a la que buscaba para asesinarla. Después se hizo un corte en el cuello con un cuchillo, pero no murió. En los medios se discute sobre la oportunidad del permiso concedido por el juez de vigilancia penitenciaria, sobre los fallos en el sistema de control remoto de las pulseras electrónicas que se les ponen a los maltratadores, y también sobre la eficacia de la ley contra la violencia de género, que más que detener la violencia machista parece que la ha exacerbado. Suele decirse que "el infierno está empedrado de buenas intenciones" y en ese caso parece confirmarse plenamente el aserto. Los gobiernos, cuando surgen problemas que inquietan momentáneamente a la opinión pública y excitan la curiosidad de los medios, caen en la tentación de legislar con precipitación para cubrir su responsabilidad, y en cierta medida se comportan como los que hacen chapuzas para salir del paso. Es decir que, intentan arreglar provisionalmente los efectos de la avería pero dejan sin resolver el problema de fondo por falta de utilizar los medios adecuados. ¿Cómo es posible que siete funcionarios puedan controlar desde Madrid, por un sistema informático de cuestionable eficiencia, a todos los maltratadores sometidos a vigilancia? En toda España, hay miles de casos denunciados y ya han muerto sesenta mujeres por violencia machista en lo que va de año. Siento mucho que una tragedia como esa haya ocurrido en Ponte Caldelas. Conozco bien el pueblo y he comido varias veces allí con amigos en los estupendos establecimientos hosteleros de la localidad (alguna, memorable, en el hoy derribado caserón del viejo Balneario. Me gusta pasear por la ribera del río que allí llaman Verdugo, cuando propiamente debería llamarse Verduxo, o Verduzco, por el color de la frondosa arboleda que se refleja en sus aguas. Es una pena que los pueblos queden asociados al recuerdo de los crímenes que se cometen en ellos. Pontecaldelas es un lugar que relaciono indefectiblemente con la buena vida, con la amistad y con la felicidad pasajera, que es la única posible en este mundo. Y debo procurar que así continúe viviendo en mi memoria. Cuando reabran el restaurante de El Balneario, volveré por allí para saludar a Alberto, a Perfecto, y al resto de personal. Confío en que, con el nuevo formato, sigan haciendo la caza, el cocido y el cóctel de champán tan bien como antes.