Hay que ver con qué facilidad se dice ahora que Italia reniega de su antigua ciudadana, Carla Bruni, tan sólo porque la nueva francesa mostrara esta semana su perplejidad ante las bromas de Silvio Berlusconi sobre Obama, aquello de que "está siempre bronceado". Lo que me sorprende a mí es que la señora de Sarkozy pueda quedar perpleja a estas alturas por estupideces de este tipo en boca de un cretino que ocupa tanto tiempo en estirarse la piel y en broncearse para disimular la edad, que no debe ser su único disimulo. Pero lo que tal vez molestara más a los italianos afines a Berlusconi es que Bruni dijera que en situaciones como esa se alegra de ser francesa; justamente lo que ha hecho que otros italianos, los patriotas que añoran una Italia distinta a la de Berlusconi, vieran en las declaraciones de Bruni verdadero amor por su antigua patria. Los españoles sabemos de eso, de la vergüenza que supone haber oído mentecateces semejantes en boca de un representante de nuestra nación y, no estando casados con el presidente de otro país como doña Carla, no poder vivir la alegría de no ser en esos momentos otra cosa, nigerianos por ejemplo. La vergüenza de país es un acto patriótico, un acto de amor al propio país, vilipendiado por la cretinez gobernante. Además, lo que más molestó a Bruni es la ligereza con que el amigo italiano de Bush se tomó un hecho - la elección de Obama - que "nos llena a todos de esperanza", dijo. Que por eso Francesco Cossiga se congratule de que Carla "no sea ya italiana" no es otra cosa que el alineamiento de Cossiga con la Italia que al parecer no gusta a Bruni ni a muchos otros italianos decentes, que por lo visto es la que gusta más a la nieta de Mussolini, que prefiere a Berlusconi toda la vida a una tarde con Carla. Supongo que la nieta del gran fascista tiene claro que con Alessandra Mussolini Carla no sólo no pasaría una tarde sino ni siquiera un minuto. Los propietarios de las patrias no entienden que cuando una patria hiede por culpa de ellos alguien se ausente y señale el hedor.

Y APARTE. Que Carla Bruni, que vio con buenos ojos y cierta complicidad a Segolene Royal, acabara siendo de algún modo protagonista de un culebrón de Nicolás Sarkozy me sumió en una gran confusión a la hora de tratar de entenderla. Y no porque crea que cierto grado de frivolidad es incompatible con una manera seria de ver el mundo, sino porque Sarkozy frivoliza con frecuencia muchas cosas de las que toca. Quizá por eso, viéndola incluso cumplir su papel institucional con tanta elegancia, sin inmutarse siquiera en las fotos con el Papa, me he preguntado a veces cómo será de verdad esta mujer en cierto modo ignota y en todo caso contradictoria. Pero la contradicción, que tan bien defiende Juan Goytisolo, no hace más que aumentar mi curiosidad por ella. Sin embargo, el beato Cossiga la repudia ahora como italiana "en vista de su tempestuosa vida", tiene bemoles. Pero a saber qué es una vida tempestuosa para Cossiga, rodeado de tantas vidas tempestuosas como propicia la Italia de Berlusconi, que es la suya, y Berlusconi mismo. Esa manera de hablar, predicando contra la tempestad cuando uno es el trueno, forma parte de la ideología de la doble vara de medir que caracteriza a los berlusconis y a los cossigas.