En un periódico que leo habitualmente se publica un artículo de Francisco Bustelo (de los Bustelos hacia la margen izquierda de la política) en la que éste resalta la paradoja de que la oposición de derechas le pida al gobierno socialista más intervencionismo del Estado en la economía para afrontar la crisis. Y al hilo de esa reflexión nuclear hace otras sobre las propagandísticas afirmaciones del PP anunciando un viaje hacia el centro cuando en realidad permanece anclado en la derecha, y de las que proclama, en el mismo sentido, el PSOE prometiendo un giro hacia la izquierda cuando por ahora no se mueve de templadas posiciones socialdemócratas. Todo ello le da pie, a este catedrático jubilado de Historia Económica, para levantar un inventario de las inconsecuencias de los dos partidos mayoritarios del espectro parlamentario que, a lo largo de treinta años de democracia, han coincidido en las grandes líneas de la labor de gobierno, pese a los reproches que se lanzan a la cara cuando conviene por pura táctica electoral. Nada, por otra parte, de lo que asombrarse porque la derecha y la socialdemocracia europeas coinciden más de lo que aparentan en la gestión de la política económica del sistema capitalista. La diferencia reside en que la derecha siempre está dispuesta a dar pasos firmes en la dirección que le marca la oligarquía económica, mientras que la socialdemocracia hace como que se resiste a que la empujen hacia donde señala la flecha. El artículo de Bustelo me retrotrae, un tanto melancólicamente, muchos años atrás cuando, en base a los esquemas de la "guerra fría"(que tantos cerebros congeló), algunos ilusos todavía creían que la socialdemocracia española refundada en Suresnes tenía algo que ver con el socialismo izquierdista de antes de la guerra. Espejismo, por cierto, que los propios dirigentes socialdemócratas se afanaban en mantener mediante un lenguaje político que no se correspondía con sus objetivos reales, al objeto de acoger bajo su manto a la mayor parte del electorado sentimentalmente de izquierdas. De aquellos años, recuerdo la ocasión en que coincidí con Francisco Bustelo en un restaurante ovetense ya desaparecido, el Niza que pertenecía a una familia de socialistas de toda la vida. Veníamos de vuelta de uno de los primeros homenajes autorizados a la memoria del líder sindical asturiano Manuel Llaneza. Se había reunido allí mucha gente venida de otros lugares del estado y se improvisó un banquete fraternal en mesas separadas. Al llegar los postres, y tras unos discursos encendidos, los delegados foráneos empezaron a marcharse, saludando al personal y levantado el puño. En una de éstas, se acercó Juan Luis Rodríguez Vigil, que luego fue presidente del gobierno del Principado, pálido y con gesto de preocupación. El caos organizativo había propiciado que los hermanos proletarios se hubieran marchado sin pagar, fiados en que la solidaridad socialista correría con la factura. Los pocos que quedábamos arrimados a la mesa tuvimos que afrontar el descubierto. Entre ellos, Francisco Bustelo. Y ahí seguimos, compañero, contribuyendo modestamente al sostenimiento del tinglado.