Desde la década del 90, pasando por los seis años, cuatro meses y nueve días de su terrible secuestro y con posterioridad a su liberación, la señora Ingrid Betancourt nos ha dejado tres lecciones que la clase política no debiera olvidar.

La primera de ellas tiene que ver con la sólida preparación académica, especializada en Comercio Exterior y Relaciones Internacionales, con que se inserta en la vida política colombiana. Elegida senadora, fustiga el clima de corrupción que inunda el país y no vacila en desvincularse de los partidos tradicionales para fundar su propia plataforma y presentar su candidatura presidencial en 2001. Comprometida por lo que entiende como su derecho a hacer llegar su voz en todo el territorio colombiano, desoye lo que aconsejaba la prudencia, no vacila en hacer campaña en la llamada Zona de Distensión y es secuestrada por la narco guerrilla. Primera lección: dotarse de los conocimientos que posibiliten su acción política, desvincularse de los políticos "profesionales" y sostener sus principios hasta los límites de una temeraria coherencia.

La segunda lección la ofrece Ingrid Betancourt a lo largo del prolongado y sufrido cautiverio. En ningún momento su voluntad flaquea, nunca deja una huella que aminore la responsabilidad de sus secuestradores y sostiene permanentemente su dignidad aún ante la evidencia de los maltratos físicos que le son impuestos. Su inquebrantable fundamento ético, su compromiso político no se dejan vencer por el cautiverio, la soledad, los padecimientos ni las humillaciones morales. No hay condición externa alguna, por terrible que sea, que pueda derrotar sus principios.

Con posterioridad a su rescate, Ingrid Betancourt todavía pudo dejarnos una tercera lección. En primer lugar, la discreción y la responsabilidad de sus declaraciones con respecto al presidente Uribe, a pesar de las diferencias políticas que pudieron tener en el pasado. En segundo lugar su llamamiento a la guerrilla para que se desmovilice descargado de ira o de resentimiento, para ofrecerles un sitio en una sociedad civil pacífica. Y, por último, aún cuando no se ha manifestado de manera expresa, sostener, sobreponiéndose al desgaste psicológico propio de su situación, su deseo de regresar a la arena política. Respecto al Estado de derecho, generosidad y convicción de quien se considera portadora de un nuevo proyecto democrático para su país.

Como se habrá podido observar, más que detenerme en los aspectos anecdóticos que concierne al caso de la señora Betancourt, lo que se ha deseado destacar es su carácter ejemplarizante. Tanto la extraordinaria personalidad humana de Ingrid Betancourt, como su lealtad a unos principios que exige una profunda reflexión.