Ya antes del insustancial pleno del Congreso sobre la crisis, Pedro Solbes nos avisaba al empezar la semana de que vamos a ser más pobres, pero los pobres, pobres habían tenido indicadores económicos más adelantados que los de Solbes y el FMI: los precios del pan, el pollo, la leche y, por si fuera poco, la electricidad. No obstante, un pobre pobre de aquí no es nada al lado de los acechados por la muerte de tan pobres. El cura de la Asociación Mensajeros de la Paz, el padre Ángel, nos recordaba el viernes lo que son pobres y daba cifras: 30.000 niños mueren de hambre cada día en el mundo. Echaba en falta gente manifestándose contra lo que es una catástrofe humanitaria - millones de personas amenazadas por la muerte de hambre - mientras los gobernantes y los ciudadanos están sumidos en la mayor pasividad. Veía el cura pasividad en los parlamentos, pero no dejaba de verla, siendo cura, en los púlpitos de las iglesias donde se defiende la vida con tanto ahínco. Y no será tan difícil resolver la crisis alimentaria en el mundo si es verdad lo que se nos cuenta de que podría arreglarse con lo que se gasta en cuatro días en la guerra de Irak. Bien es verdad que si Zapatero hubiera ido el miércoles al Congreso con ese alegato lo hubieran llamado de todo por seráfico, pero aunque los pobres que mueren de hambre no voten aquí es de esperar que la sensibilidad social del nuevo PP, y la de los socialistas pasado por un congreso de inquietos, más la izquierda nacionalista y no nacionalista, unida al nacionalismo de derechas, reparen en su pasotismo. La izquierda nacionalista por izquierda y la derecha nacionalista por cristiana, que ninguna de las dos por nacionalista se sentirá obligada por lo que pase fuera. A pesar de todo, no será mucho pedir que, una vez aplicada a la economía la fórmula mágica que propone el PP en el librito que el miércoles le llevó Rajoy a Zapatero al Congreso, sepamos de verdad lo que es un pobre y podamos además echarle una mano.

PD.- Decía Fernando Pessoa que el destino sólo le había dado dos cosas: unos libros de contabilidad y el don de soñar. Los libros de contabilidad de Pessoa, muy pobre él, eran la cruz de su trabajo y no tenían nada que ver con los libros de contabilidad de los clubes de fútbol, las televisiones o las fábricas de banderas. Pero el don de soñar, y que me perdone Pessoa la comparación, que sus sueños eran extraordinarios, sí se ha ejercido mucho aquí antes y después de la victoria futbolística del domingo. El lunes, mientras los líderes de opinión con afición al balón pedían a los aguafiestas reflexivos que no intentaran machacarles la ilusión, se daban los números del negocio del fútbol como la demostración de que no todo era pura ilusión, que también había ganancias. Otra cosa fue el martes: el martes tocaba pesimismo. La crisis iba a más y ya alcanzaba al patrimonio inmobiliario y a las acciones en bolsa de los acomodados. Y el miércoles, en la exhibición pública del nuevo presidente del PP en el Congreso (no del PP, esta vez el de los diputados), con los datos del paro acabados de conocer, ya la crisis alcanzaba los caracteres de una enfermedad que se agrava con cambio brusco, que es lo que también significa la palabra crisis y por lo que tal vez el gobierno decidió, ridículamente, borrarla del mapa.