Así que, a la vista de lo que ocurre estos días en el Parlamento, no son pocos los que dudan acerca de la eficacia real del aviso de los diputados del PPdeG sobre la posibilidad de que practiquen a la vuelta del verano una protesta a la japonesa. O sea, que multipliquen su actividad de forma que no dejen pasar ocasión de presentar iniciativas, formular preguntas, suscribir mociones y, en fin, dinamizar propuestas a ver si así consiguen que alguna vez se les atienda, se les escuche y se respeten sus puntos de vista. Porque se quejan de que hoy por hoy nada hay de eso.

Item más: entre los miembros del Grupo Popular hay quienes, como la diputada doña Pilar Rojo, han llegado a denunciar no ya que se les aplique el rodillo en las votaciones, que eso lo hacía antes el PP, sino que -y eso es insólito- ni siquiera se les permita debatir el contenido de las propuestas. Y como cita ejemplos concretos, con fecha y hora, incluso los más escépticos habrán de atenderla. Porque es muy grave, y lesivo para la esencia misma del sistema, que en la casa de la paabra, como es la Cámara, ya no se pueda ni hablar.

En este punto, y para evitar malos entendidos o interpretaciones que de tan sectarias podrían llegar a ser obscenas, conviene señalar que no se trata de que haya llegado al palacio del Hórreo otro general Pavía sable en mano y a lomos de un corcel, sino de la aplicación torticera del Reglamento. Un reglamento, por cierto, que la izquierda, cuando era oposición, denunciaba por antidemocrático pero que ahora, en lugar de reformarlo, aplica al estilo cuartelero a la voz de !ar!. Y es que ya lo advirtiera Quijote con aquello de "cousas veredes..."

Naturalmente, la aplicación de la aritmética en las votaciones es clave en la mecánica de un sistema como éste, e incluso hay quien dice que forma parte de su esencia. Algo que parece cierto, pero que admite matices para evitar que su aplicación literal se convierta en una vulneración del espíritu del sistema. Porque los 37 diputados/as del PPdeG representan a demasiada gente como para que se les obligue a volverse japoneses a la hora de ejercer su función parlamentaria, que a la vez es una obligación política básica que cada cosa esté en su sitio.

Una situación así podrá ser explicada, y aún excusada, por los varios oradores brillantes que tiene la mayoría, pero repugna a la recta razón y, por lo tanto debiera provocar otro manera de aplicar normas y reglamentos. Aparte, claro, de que resulta metafísicamente imposible que unos estén siempre en lo cierto y otros se equivoquen sin parar, como -antes- decían los portavoces del PSOE y del BNG.

¿No...?