Estepona queda muy cerca de Marbella, con lo que es fácil que el aprendizaje de la corrupción se haya asimilado allí con prontitud, aunque sólo sea por el trato cercano y frecuente con los expertos. Lo mismo debe haber pasado en Alhaurín, tan cerca de Estepona y de Marbella. Pero debe haber una indeseable Universidad a Distancia con una Facultad de Ciencias de la Corrupción, acreditada por un profesorado de obscenidades muy diverso, para que la enseñanza sea tan fecunda en casi toda la España insular y peninsular y cuente con aventajados alumnos en el territorio canario, balear, murciano, valenciano, andaluz y madrileño. Las ideologías políticas, lejos de suponer una limitación para la destreza en la corrupción, constituyen un trampolín para el poder, imprescindible en el ejercicio de la carrera. De modo que se puede ser de izquierdas o derechas, o de eso que llaman independientes, con estas o aquellas siglas, algunas fabricadas para la ocasión, nacionalismos de aldea, pero todos caben en una Facultad tan integradora como esa de la corrupción. Tampoco las creencias son un obstáculo para el buen corrupto y, si se tercia, como en Totana, los mismos curas organizan rogativas de apoyo. Además, la licenciatura o el doctorado en corrupción no sólo es una carrera con colocación segura, sino una carrera bien vista. Tan bien vista que un alcalde, concejal o presidente de diputación corruptos pueden incrementar su número de votos en cualquier convocatoria electoral. A veces ni siquiera salen de los partidos y las instituciones, no trabajan para la calle; estos ni siquiera acaban en el juzgado. El trabajo de los licenciados se va percibiendo antes de obtener el título, pero la gente no habla de eso hasta que obtienen el doctorado ante los jueces y salen en televisión. "Ya se veía venir", dicen entonces.

En televisión ha salido esta semana el alcalde de Estepona, subiendo a un coche policial esposado y detenido en una Comisaría: lo obligaban a dar cuenta a la Justicia como un auténtico doctor en supuestas corrupciones. Pero ya es tal la costumbre de ver a los representantes del pueblo en sus ayuntamientos, o a los cómplices o colaboradores de éstos en semejante fotografía, que el hábito da una peligrosa carta de normalidad a la indecencia. Y una de las ventajas que uno podría hallar en la exhibición de esta supuesta delincuencia, que los aspirantes a corruptos lleguen a temer verse entre rejas, no parece que sea tal cuando el paso por prisión de estos miserables es tan leve como fácil para ellos abonar la fianza que los deja en la calle. Es más: esto enseña a cualquier desvergonzado lo barato que resulta hacerse millonario por medio de la prevaricación y el cohecho. Ninguno de ellos devuelve el dinero. Lo que pasa es que también pone al ingenuo ciudadano ante otra realidad: la libertad tiene un precio y no todos somos iguales ante la ley; esa igualdad exige recursos, justamente los recursos que la corrupción propicia a estos detenidos con corbata que figuran en la orla de los licenciados en las ciencias del choriceo.