Así que, casi en vísperas de que los partidos mayoritarios inicien el chequeo -primero estatal, después a nivel regional- que suelen suponer sus congresos- quizá no fuere del todo inútil plantearles la posibilidad de que, además de los debates habituales, abran urbi et orbi un análisis sobre lo que no pocos consideran una "anomalía" de la vida política gallega. Y que consiste, en síntesis, en la imposibilidad de que sin mayorías absolutas salidas de las urnas, los pactos se hagan siempre en la misma dirección aunque a veces crujan todas las cuadernas.

Dicho eso, y no como excusatio no pedida sino más bien a modo de anticipo a las críticas que desde determinados sectores -seguramente por su mala conciencia- se producen contra ese tipo de reflexiones, cumple señalar que de lo que se trata no es de negar la legitimidad de la mayoría de los pactos vigentes. sino de discutir su aparente obligatoriedad y desde luego muchas veces su lógica. Sobre todo cuando, como en Galicia, hay a veces más distancia entre las bases electorales de los que pactan que la que separa a alguna de ellas con las de los presuntos adversarios irreconciliables.

Hasta ahora, la excusa, que no la explicación, para lo que hay se asentaba en las posiciones que algunos de los partidos mantenían en la política española a pesar de la evidencia de que de Pedrafita para dentro las cosas eran de otro modo. Y se trató de revestir de ideología lo que no es sino legítima ansia de llegar a la Xunta o a las Alcaldías una vez que quien las ocupaba perdió la mayoría absoluta. Y así pasa lo que pasa, que es, por mucho que se justifique,, absurdo: que el bien de los electores se supedite, muchas veces, al interés de los elegidos.

No se trata de jugar con las palabras: se han visto en estos años, ejemplos llamativos de lo que en otros lugares se llamaría deslealtad entre socios de gobierno -por cierto, casi siempre en una dirección- que han supuesto perjuicio para los gallegos bien en términos medibles, industriales o agrarios, bien opinables en asuntos como el ritmo de ejecución de obras públicas esenciales, el cumplimiento de plazos o la aplicación real de inversiones teóricas. Y, francamente, hay mucha gente que piensa aquí que para esos viajes no se precisaban algunas alforjas.

En ese sentido, pues, convendría explicar por qué las cosas de la política en Galicia sólo pueden ir por un carril, y sarna para el que diga lo contrario. Esa seria una tarea útil, también, para los congresos que vienen, además de mirarse el ombligo territorial o ideológico: decirle al personal el motivo real de que hagan, después de las elecciones, cosas diferentes a las que, antes, decían que harían.

¿Eh...?