Destronado tras quince años de dinastía en Galicia, el ex monarca Don Manuel sigue dando guerra en otra Corte -la de Madrid- donde algunos de sus conmilitones más ingenuos creían que iba a asumir el papel de Reina Madre. Se conoce que no lo conocían.

Lejos de dedicarse a tomar el sol, jugar al dominó y demás labores propias de su edad, Fraga no para de hacer exhibición de genio y figura en medio de la monumental bulla que agita a su partido tras la pérdida de las elecciones. Un día manda callar -como su amigo el Comandante- a la amotinada Esperanza Aguirre y al siguiente no duda en remachar la faena calificando de "patosos" a aquellos miembros del PP que, su enigmático juicio, no paran de meter la pata. Se admiten apuestas sobre quién será el próximo al que le eche la bronca.

Nada de lo que extrañarse. Fraga es de esas gentes hiperactivas que se levantan antes que el sol y ya se ha leído todos los periódicos cuando los demás aún están entre sábanas. Después de todo fue ministro de Propaganda en una anterior glaciación política de la que acaso conserve esas aficiones.

Ya sin mando en plaza y con un destino de orden más bien simbólico en el balneario del Senado, podría esperarse que el octogenario Don Manuel echara el freno a su desenfrenado ritmo de vida y se retirase a escribir sus memorias, como todo el mundo. Ocurre que, a fuerza de tanto madrugar, el ex monarca gallego ya las tenía escritas y publicadas en gruesos tomos desde hace años. Mala noticia esa para quienes -dentro de su partido- esperaban que hiciese vida de pensionista y ahora se encuentran al viejo patrón de perejil en casi todas las salsas y fregados del PP.

Para sorpresa de muchos de ellos, Fraga ha metido baza a favor de la rama menos conservadora en la partida que los barones, las marquesas, las sorayas y hasta los conserjes juegan allá en la Corte por hacerse con la primacía del bando popular.

El ex monarca no oculta su preferencia por el actual alcalde madrileño Alberto Ruiz Gallardón, reputado poco menos que de hereje por el ala más extremada de los conservadores. Por si eso fuera poco, el fundador del PP aboga además por la necesidad de "centrar" a su partido; fustiga a los ultraliberales y abomina en público de los congresos "a la búlgara". Sus conmilitones menos informados dirán que este no es su Fraga, pero se equivocan.

Algo de eso sabemos los gallegos que durante década y media tuvimos conocimiento cercano de lo imprevisible que puede llegar a ser su talante. Recuérdese, si no, cómo aquel Fraga que llegó a Galicia con la vitola de antiguo ministro de Franco no tardaría en sorprender al público y a la crítica con una inesperada conversión al autonomismo.

Tanto es así que durante los primeros años de su reinado elaboró un proyecto de "Administración Única" de alcance casi federal y, no contento con ello, se aplicó a la ciclópea de restaurar el antiguo Reino de Galicia, dotándolo de actos de coronación cuatrienales y hasta de un heredero -o "delfín", según la jerga borbónica- en la persona de un convicto de galleguismo como Xosé Cuiña.

Para mayor espanto de la dirección central del partido, Don Manuel diseñó también una atípica política de Asuntos Exteriores que le llevó a viajar por dos veces a la Cuba de Fidel, al Irán de los ayatolaes e incluso a Libia, cuando Gaddafi no había sido absuelto aún de sus pecados por Occidente.

Ese perfil cuando menos curioso para un dirigente conservador acaban de descubrirlo -ahora que lo tienen cerca- no pocos de los gerifaltes del partido fundado por Fraga. Lo que ya debieran conocer, eso sí, es el temperamento un tanto ciclónico de Don Manuel, que a sus ochenta y tantos años sigue haciendo oír sus broncas incluso en ese camarote de los Hermanos Marx en que se ha convertido la oposición conservadora. España y él son así, mi querido amigo.

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