El paso dado por Esperanza Aguirre pidiendo un debate político instala a su partido en una dialéctica nueva. Sea cual sea el resultado del próximo congreso, ya nada podrá ser igual que antes en el Partido Popular. Rajoy puede ser confirmado como líder, pero eso no quiere decir que dentro de cuatro años vaya a repetir como candidato a La Moncloa. Aguirre obra impulsada por sus aspiraciones (legítimas) de liderazgo, pero levanta bandera de repudio a la insana costumbre del "dedazo" y puede forzar un escenario de elecciones primarias que, sí cristaliza, robustecerá políticamente al PP.

Decía Robert Musil que la Historia no está hecha sólo de lo que ha acaecido porque -según su decir- las esperanzas de una generación o de un grupo de gente en un momento histórico preciso también forman parte de la historia de ese momento y contribuyen a forjarlo aunque no triunfen o acaben siendo desmentidas por el curso de los acontecimientos. En ese sentido, la iniciativa de Aguirre se transforma en gozne sobre el que obliga a girar la nueva puesta en escena que Rajoy ha de dar a su precario liderazgo.

Antes del "no me resigno" de Aguirre, Rajoy se aprestaba a seguir al frente del partido como si no hubiera perdido ya dos elecciones. La irritación que provocó la exigencia de un debate político desató la cólera de Rajoy en Elche y, posteriormente, la de Manuel Fraga. Fraga ha mandado callar a Esperanza Aguirre, pero ésta no se amilana y le ha devuelto la piedra diciéndole que no tolera mordazas. Es la misma Aguirre que salió con determinación de la cabina destrozada de aquel helicóptero que capotó en Madrid y en el que Mariano se dejó retratar acongojado. Allí estaba todo; en la dispar forma de reaccionar de uno y otro ante la adversidad se resume toda una filosofía de vida... y, también, de estar en la política.