El mundo es, definitivamente, esnob. Ahora se ha puesto de moda protestar contra los Juegos Olímpicos de Pekín porque China invade el Tíbet, aunque China, en realidad, haya invadido el Tíbet desde la noche de los tiempos. Claro que, entonces, no existía Richard Gere, ni estaba de moda el budismo. Hay quien prefiere un Jefe de Estado divino a un Jefe de Estado totalitario. Yo, puestos a elegir, prefiero lo segundo. De la misma forma que cierta izquierda europea todavía defiende los fiascos cubanos y venezolanos -este último todavía más grave, porque se asienta sobre un buen bolsón de petróleo-, pero comiendo aquí bien calentito, a cierta corriente intelectual de occidente le encantaría que el Tíbet siguiese ad eternum con su régimen feudal-medieval, y con su líder político nombrado directamente por el azar reencarnador, para seguir manteniendo su dulce utopía de una sociedad budista cuasi perfecta. No deja de ser curioso que ahora el mundo se rasgue las vestiduras por lo que ocurre en el Tíbet, cuando llevamos ya tantos años mirando para otro lado ante un régimen, el chino, convertido en nuestro proveedor de referencia gracias a la mano de obra barata de cientos de millones de personas, cuando no a su explotación sistemática en condiciones de semiesclavitud. No deja de ser llamativo que, quienes callaron ante la masacre de Tiananmen, quienes se han hecho los locos ante un gobierno que ejecuta a miles de personas cada año, quienes han pasado por alto el desastre medioambiental llevado a cabo en China a mayor gloria de Occidente, promuevan ahora la pantomima política de una tímida condena. Frente a la apariencia de que las protestas contra la invasión del Tíbet están horadando la imagen de China, lo cierto es que el país del Dalai Lama acabará convirtiéndose, tras alguna cesión a su autonomía, en la gran pinza que tape la nariz de la conciencia europea para seguir obviando todo lo demás, para que sigamos vistiendo, conduciendo y disfrutando de tantos aparatejos electrónicos a precios competitivos gracias a millones de chinos, todos iguales, verdad, no hay quien los distinga, que seguirán trabajando sin descanso, día tras día de su vida, a cambio de una miseria. A todos los que sabotean el paso de la antorcha por el mundo habría que preguntarles, por ejemplo, si siguen utilizando aquí el mismo Google que aceptó, para poder entrar en China, que palabras como Tiananmen den 0 resultados allí. Claro que, esa, es una pregunta absurda. Mola más el Tíbet. El sueño de un mundo budista, medieval y feliz, bajo la mirada benevolente del Dalai Lama. Y la ropa barata, y los chinos a trabajar. Que son muchos.