El actual Papa advierte en su antecesor Juan Pablo II rasgos sobrenaturales. Curiosa, la vinculación entre la santidad y el don del milagro, una especie de línea que separa lo humano de lo divino. Es evidente que el Papa Wojtyla buscó hasta la desesperación el prodigio, como prueba de que formaba parte del club de los elegidos, y, de paso, como prueba de la misma existencia del Gran Elector. Creyó ver ese prodigio en el atentado del que salió vivo, y quiso saber más de su agresor, al que visitó en la cárcel, para ahondar en sus ojos. Intentó vincular ese episodio (y el de la propia "conversión" de Rusia) con las visiones de Fátima. En el último tramo de su vida apuró al límite sus fuerzas, en busca de una muerte heroica, una frontera en la que suelen ocurrir cosas. Sin embargo, es muy arriesgado conjeturar sobre el resultado, pues el Espíritu sopla donde quiere (Juan, 3,8) y no contra pedido.