Últimamente está de moda (de moda entre la izquierda reconvertida a la derecha, claro) decir de alguien que se "ha quedado anclado en mayo del 68", cuando queremos referirnos a uno que no ha sabido evolucionar políticamente con el paso del tiempo. Si se trata de un hombre es seguro que reconocemos bajo esa denominación a un anciano de aspecto pretendidamente juvenil, pelo cano alborotado (si es que le queda algo), gafas de estilo John Lennon, chaqueta y pantalones de pana, jersey de cuello redondo como el de los curas posconciliares, y botas flexibles de suela de goma. Y si se trata de una mujer es casi seguro que señalaremos con el dedo a una señora mayor, rostro desmaquillado, pelo corto al estilo lesbiano-batasuno, pechos a su aire y sin sostén, pantalones de color oscuro indefinido, cazadora -o tres cuartos- en el mismo tono, y botas de ante con poco tacón, embutidas sobre calcetines gruesos adquiridos en puestos de feria. Al fin y al cabo, la vestimenta es el último signo externo de un modo de vivir y de unas convicciones ideológicas. Y tan representativa es de una determinada izquierda, la indumentaria antes descrita, como de una cierta derecha el estilo bávaro de loden verde y sombrerito de cazador. Pero yendo a lo que importa, ¿queda realmente algo de aquel mayo de 1968? Hay quien opina que sólo la ropa de quienes no quieren rendirse a la evidencia, pero no falta tampoco quien afirma que las ideas que se defendieron en aquel proceso revolucionario, sin efusión de sangre, permanecen vigentes. Por ejemplo, el filosofo Alain Badiou, que acaba de pasar por Madrid para dictar unas conferencias sobre Samuel Beckett, a su juicio el ultimo gran escritor moderno y el primer posmoderno. En opinión de Badiou, la revuelta de mayo de 1968 puso en cuestión cuatro cuestiones fundamentales que todavía están vigentes: el fin de los partidos políticos tradicionales, la transformación social gigantesca que supuso la incorporación de la mujer a toda clase de tareas, el papel de los medios de masas, y la evolución del concepto del amor tras la revolución sexual. Y respecto de esto último hace una descripción, muy poética, sobre la importancia del impulso amoroso en la búsqueda de la verdad. "Todo empieza con un encuentro. Después llega el compromiso. Es decir, la construcción de algo nuevo, donde se podrá descubrir algo de verdad, algo sobre la intensidad de la vida. El compromiso no es la consecuencia de una verdad, sino su construcción misma a partir de un acontecimiento. Toda verdad -concluye- es de este tipo, algo completamente contrario al dogma religioso y a las verdades a priori". Llegar a esta conclusión, en un hombre que ya ha cumplido setenta años, es muy estimulante, aunque no sólo se circunscribe al terreno amoroso. En el fondo, lo que defiende Alain Badiou es el impulso permanente a indagar en el conocimiento de la realidad, que es, en definitiva, la tarea principal de un filosofo. Por supuesto, sin atenerse a reglas, dogmas ni convencionalismos. Me alegra constatar que estos jóvenes viejos de mayo del 68 gozan de buena salud.