Es cierto que el amor despierta grandes expectativas en los enamorados y que todos alguna vez creímos que aquello sería para siempre, lo que pasa es que con el transcurso del tiempo y la acumulación de fracasos, descubres que lo que tenías que haberte preguntado frente a tu primera novia era qué aspecto tendría tu siguiente chica y si serías en el futuro capaz de mantenerte unido a tu segunda esposa. Hay una clase de hombre que nada más enamorarse, corre a la floristería a comprarle flores a la mujer amada, le mira a los ojos a la hermosa empleada de la tienda, y si no fuese porque reacciona milagrosamente a tiempo, sería a ella a quien le reglase allí mismo su mejor frase, su lealtad y las orquídeas. Hay en la vida un componente de incertidumbre que la hace sin duda atractiva y sorprendente. Le ocurrió a Colón, que descubrió América porque un error de cálculo le impidió dar con el sitio que verdaderamente buscaba. Conocí a una muchacha que se enamoró hasta la médula de un chaval que tuvo que ausentarse una larga temporada por razones de trabajo. Su novio cumplió la promesa de escribirle a diario para mantener vivos los sentimientos que tanto los unían. Pensó que el linfa de la gramática mantendría viva la llama de aquel amor y que tratándose de una mujer tan sensible a su pasión, sin duda aquellas cartas serían como enviarle por correo gasolina a una hoguera. Nadie diría que a lo suyo le faltó empeño, pero lo cierto fue que fracasaron. Fue un fracaso por exceso de celo, por poner demasiado entusiasmo en el empeño siempre frágil e impredecible del amor. Tal vez demasiadas cartas para unos mismos ojos. El caso fue que de tanto ver al mensajero de aquel amor encendido y prometedor, resultó que la chavala se enamoró del cartero, que es lo que ocurre con esa señora rica que se enamora del chofer del deslumbrante coche antibiótico con el que su marido pretendió rodearla del lujo avasallador y aislante que la mantuviese a salvo del ambiente clorhídrico, pagano y devastador de las clases populares.

Nada hay más efímero que la cambiante eternidad del amor. Muchas de aquellas actrices del cine mudo que cautivaron a los hombres con su silenciosa belleza, se esfumaron de la pantalla nada más irrumpir el sonido en las películas. Seguían conservando su armoniosa fotogenia, pero su voz, ¡Dios Santo!, su voz sonaba como una bisagra con los goznes gastados. Siempre surge un inconveniente, muchacho, algo con lo que no contabas, cualquier mínimo detalle que le quita valor a lo que considerabas un tesoro, tal vez porque lo más valioso de muchos tesoros es la tierra que los cubre. A veces el ser amado no actúa como esperabas, blasfema más de lo previsto, o, simplemente, las gafas le sientan peor de lo que seguramente le sentaría la ceguera. Por eso raras veces uno se casa con su primera novia y ni siquiera envejece con su primera esposa, entre otras razones, porque en la vida de muchas parejas la única novedad realmente interesante suele ser la minuta del divorcio. Todos sabemos de parejas que se casaron al final de un noviazgo de muchos años y llevan ahora veinte o treinta casados, disfrutan de un ambiente en apariencia feliz, discuten con la boca cerrada, pagan regularmente sus facturas y tienen un par de hijos muy inteligentes que parecen capaces de sacar Notarías preparando las oposiciones por el temario de Aduanas. ¿Es eso la felicidad? ¿No será una mezcla de tedio, seguridad y un confortable tresillo? ¿No ocurrirá con esa clase de amor lo que sucede con la discutible fe del tipo eminentemente práctico que acude casualmente a la iglesia cada vez que llueve en la calle? Dicen que el matrimonio es una institución que comporta orden y serenidad, pero nadie nos advierte de que con frecuencia el canónico orden matrimonial sólo resulta interesante para comer caliente y aburrirte a tus horas. Como cualquier tema profundamente humano, también este asunto es discutible. Yo lo que sé, amigo mío, es que el amor es una cosa que te permite el adolescente placer de cambiar de sueños antes de que con el paso del tiempo solo encuentres divertido cambiar de pijama.