En la selva del 800 hay un gallego que corre con la astucia de un zorro. Se llama Adrián Ben, es de Viveiro, y ayer se convirtió en el primer español que consigue meterse en una final olímpica de esta distancia. Un logro gigantesco porque hablamos de una prueba majestuosa que además vive un momento dulce, con una importante densidad de atletas de primerísimo nivel. Estar en la semifinal ya era muy caro; la final solo estaba reservada para los elegidos. Y ahí se coló el gallego tras una nueva lección de pundonor, fuerza y sentido táctico. Lo hizo con una marca de 1:44.30, muy cerca de su mejor registro en la distancia. Esa es una de sus grandes cualidades porque Adrián Ben siempre es capaz de regalar su mejor versión en el escenario más importante. Como si en vez de asustarle supusiese una motivación que le alimentase. Sucedió en el Mundial de Doha de 2019 cuando con 20 años se metió en la final y acabó en un bárbaro sexto puesto. Decidido a demostrar que aquello no fue fruto de la casualidad, el gallego ha repetido comportamiento en Tokio. Ya no puede impresionar a nadie porque ha convertido en una costumbre algo impensable para la mayoría.

Adrián Ben corre ahorrando siempre energía y sin cebarse. El 800 es una prueba criminal en la que se pagan los excesos, los metros regalados, y donde es fácil ver tremendas explosiones en la recta final. El gallego y su entrenador eran conscientes de esa circunstancia. Su serie, la segunda, salió muy rápida agitada por Arop. Adrián Ben se quedó algo distanciado del resto –descolgado podría decirse incluso– pero su plan era no cebarse. Agarrarse siempre a la cuerda y que el ritmo que tenía en la cabeza le llevase hacia adelante y le dejase a cien metros en disposición de lograr una clasificación carísima (pasaban los dos primeros de cada serie y luego los dos mejores tiempos). Poco a poco el grupo se fue reuniendo al comienzo de la segunda vuelta. En la contrarrecta Adrián Ben se fue acercando al resto del grupo y entró en la última curva progresando. En la recta final se encontró un muro porque los atletas, muy igualados, formaban lo que parecía una barrera. En ese momento el gallego podía haberse quedado bloqueado u obligado a una maniobra imposible. Pero mantuvo la constancia y se le abrió un pasadizo por el que apretó. Con más fuerza que la mayoría de rivales, demasiado congestionados y crispados, progresó hasta la cuarta plaza en un final impresionante. Incluso la tercera estuvo en su mano. 1:44.30, un buen tiempo que mejoraba el conseguido por los aspirantes a entrar en la final desde la primera serie. Tenía la oportunidad de clasificarse en función de lo que pasase en la tercera serie. Felizmente para sus intereses, la última de las semifinales salió algo más lenta y al comienzo de la última curva se produjo una caída que acabó con Nije Amos –el gran favorito al oro– en el suelo junto al americano Isaiah Jewett. Ya estaba. La clasificación de Adrián Ben ya era una realidad. Por primera vez España metía en la final de los 800 metros a un atleta, una conquista gigantesca y mucho más tratándose de un atleta que el miércoles –día de la final– cumplirá 23 años. Posteriormente los jueces repescaron a Amos y tal vez lo hagan con Jewett, pero nadie moverá a Adrián Ben de su sitio. Otra cosa es que esa decisión pueda convertir en una locura la final, con demasiada gente enzarzada en una pelea que dé pie a accidentes, golpes y nervios.

Adrián Ben no se pone límites llegado este punto. “Al llegar a Tokio dije que quería mínimo dos carreras y máximo tres. Sabía que el nivel era altísimo, pero confiaba en mí y no estaba nervioso. Me daba mucha pena no aprovechar la ocasión porque he entrenado muy duro para cumplir esto”, comentó Ben. Piensa en disfrutar aunque también avisa de que será ambicioso. “Yo por si acaso el miércoles voy a llevar la equipación de gala por si tengo que subir al podio”, advirtió. Un descarado.