Hace ahora tres años, el director Jeff Orlowski removió conciencias con el documental 'En busca del coral', un toque de atención sobre el cambio climático y una de sus tristes consecuencias, el 'blanqueo de coral', proceso que decolora los corales y puede conducirlos a la muerte. Este año quiere concienciarnos sobre una amenaza todavía más a la vista: la de las redes sociales, o mejor dicho, la capacidad de su modelo de negocio para sacar lo peor de la humanidad.

Tras su estreno en Netflix hace unas semanas, su documental (con partes dramatizadas) 'El dilema de las redes' se ha convertido en un serio fenómeno viral. Aunque lo que cuenta, en realidad, no es nuevo, raramente se había presentado con tanta potencia y poder persuasivo; a veces también sensacionalismo, sobre todo en las partes protagonizadas por una familia de ficción cuyos movimientos son controlados por tres marionetistas virtuales (un triplicado Vincent Kartheiser, el gran Pete Campbell de 'Mad men').

En la película no se niegan los aspectos positivos de las nuevas tecnologías (su capacidad para impulsar cambios sociales o hacer sentir menos solas a personas que se sienten discriminadas), pero se insiste, sobre todo, en los efectos negativos sobre la sociedad de su modelo de negocio: cómo Facebook, Instagram y otras plataformas han ido depurando sus programas y algoritmos para mantenernos a todos pegados a las pantallas, sin esforzarse en exceso por los efectos psicológicos. Es bien sabido, pero aquí se recalca como punto de partida: si no pagas por algo, tú eres el producto. La Big Tech nos controla a conciencia para vender nuestros datos a anunciantes. Etcétera.

Casi todos somos conscientes de esto y aceptamos el trueque, pero nadie sale indemne. Las redes explotan nuestra necesidad de atención y, sobre todo, validación; cuando no las encontramos nos preguntamos qué tendríamos que hacer para conseguirlas. En 'El dilema de las redes', las palabras más descorazonadoras llegan a cargo del psicólogo social Jonathan Haidt, quien señala la correlación entre el aumento de los problemas mentales entre adolescentes (sobre todo chicas preadolescentes) y el crecimiento del uso de 'smartphones'.

La mayoría de testimonios recogidos pertenecen al sector de la tecnología: antiguos ejecutivos de Facebook, Twitter, Google y otras compañías. Si hay un protagonista-cicerón, es Tristan Harris, antiguo diseñador ético de Google y cofundador del Centro para la Tecnología Humana, organización sin ánimo de lucro que promueve una relación más sana con apps, móviles y gadgets. Para Harris, la amenaza existencial no es la tecnología en sí misma, sino "su capacidad para sacar lo peor de la sociedad". Además de sacudir nuestra percepción de nosotros mismos, las redes, recordemos, han interferido en elecciones nacionales, propagado la desinformación o reforzado teorías conspirativas.

Harris no pide la prohibición, sino una mayor regulación y un reforzamiento de leyes que logren que las compañías operen de forma ética. Pero muchos usuarios ya han tomado decisiones drásticas: no es inusual leer mensajes (en alguna red, paradójicamente) sobre gente que decidió dejar Facebook o Instagram cinco minutos después de acabar la película. O, como mínimo, quitar las notificaciones. Un primer paso.

Esta respuesta ha puesto nervioso al gigante Facebook, que solo hace unos días emitía un comunicado rebatiendo en varios puntos las afirmaciones más dañinas del documental. "En lugar de ofrecer una visión matizada de la tecnología, ofrece una visión distorsionada de cómo funcionan las plataformas para crear un cabeza de turco de problemas sociales difíciles y complejos", se puede leer. Sobre la interferencia rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos del 2016, admiten "errores", pero avisando que "ahora tenemos algunos de los equipos y sistemas más sofisticados del mundo para prevenir ataques". El mundo vigila ahora el posible rol de Facebook en los resultados del 3 de noviembre.