Justifica plenamente la considerable aureola que despertó en diversos festivales, entre ellos el de Sundance y el de Gijón, siendo premiado por el Jurado Joven en este último, y sus considerables virtudes se apoyan en buena medida en la excelente interpretación de los dos protagonistas, Michelle Williams y Ryan Gosling, que fueron nominados a los Globos de Oro y ella, asimismo, al Oscar a la mejor actriz. El mérito de ambos adquiere más valor si cabe por el hecho de que la película salió adelante gracias en gran parte a ellos, que ejercen de productores ejecutivos. Apostar tan fuerte por un realizador prácticamente novato,

Derek Cianfrance, que solo había dirigido un largometraje doce años antes, y por una película tan ajena a los patrones habituales de Hollywood y que exigía de ellos momentos realmente delicados e intensos, no es frecuente en el cine norteamericano. Con ello toma cuerpo la radiografía de una pareja en su más auténtica dimensión, desde que un intenso y apasionado amor les une hasta que la consiguiente crisis rompe el equilibrio que se ha prolongado a lo largo del tiempo de convivencia.

Lo que más reclama la atención, sin duda alguna, es el realismo, la credibilidad y la tensión que desprende la relación entre los protagonistas, Dean y Cindy, que permite al espectador entrar de lleno en la realidad del matrimonio y entender a la perfección sus reacciones y sus problemas.

La cinta arranca cuando los dos viven juntos seis años, junto a una hija pequeña, y la unión asiste a una situación más que complicada. La crisis ha hecho estragos, pero a pesar de ello Dean piensa que todavía es posible la reconciliación, hasta el punto que organiza un viaje de placer que debería estar marcado por el amor y la diversión. Será en el trayecto a ese destino cuando Cindy, fruto de un encuentro casual con un antiguo y fugaz amante, se sumerge en un pasado que permite entrar en detalle en los orígenes de la pareja.