Obituario

Adiós a César Bonilla, el capitán que mejor maridó los churros con las patatas fritas

Fallece a los 91 años el empresario coruñés, dueño de Bonilla a la Vista, conocida por sus churros y sus patatas

Compaginaba su pasión por la empresa con el amor por el mar

César Bonilla, de joven, en su fábrica

César Bonilla, de joven, en su fábrica / Web Patatas Bonilla

Marta Otero Mayán

“¿Sabéis por qué tenemos este nombre, no?”, preguntaba César Bonilla hace dos años, cuando amigos y familiares le sorprendieron en su cafetería de la calle Galera con motivo de su 90 cumpleaños. “Por mi padre, —relataba él— que era marino en un barco de guerra y llegaba siempre tarde de los permisos. Se acercaba en una lancha a remo hasta el barco y al verlo le preguntaban quién estaba ahí. Y él, que venía colocado, se levantaba y respondía: cabo Bonilla a la vista”.

Si cualquiera en A Coruña tiene claro que nada marida con los churros mejor que las patatas fritas, la culpa —o la responsabilidad— la tiene precisamente César Bonilla. El capitán, apodo que su entorno le concedió por su afición al mar y que apuntaló el icono de su empresa, un velero sobre las olas, falleció este viernes a los 91 años, pero no lo hará con él su apellido, grabado en piedra a perpetuidad en la historia de A Coruña.

Bonilla a la Vista, empresa familiar que heredó de su padre, y que él patroneó con intensa dedicación a lo largo de toda su vida, se convirtió, por derecho propio, en uno de los emblemas de la identidad de la ciudad, que resiste con envidiable salud hasta hoy. Quedó patente hace pocos días, en el desfile de Carnaval, donde la Escola Galega de Teatro Musical se hizo con uno de los premios del certamen gracias a su disfraz de churros y patatas de la marca. “¡Nos habéis llegado a la patata!”, reconocía la marca en sus redes sociales.

Bonilla, junto a su nieto, César, el día de su 90 cumpleaños / VICTOR ECHAVE

Bonilla, junto a su nieto, César, el día de su 90 cumpleaños / VICTOR ECHAVE

Tercer hornada de una familia hostelera

Tercera hornada de una familia dedicada al ramo de la hostelería, César Bonilla deja hoy dos generaciones más para dar continuidad a una firma capaz de hacer que cualquier coruñés, en cualquier parte del mundo, se sienta como en casa. El patrón, por su parte, y sabedor del capital simbólico de la marca, nunca perdió el foco ni el buen talante. Tampoco la vocación trabajadora; detalles que generan consenso entre quienes le conocieron. “Era una persona muy humana, jovial, extrovertida. Le recuerdo siempre así, siempre sonriente. Enormemente generoso y muy trabajador. Sacó el negocio a pulmón”, cuenta un allegado.

César Bonilla se puso a los 17 años al manillar de la bicicleta de reparto de patatas fritas envasadas en latas de un kilo, hoy un clásico vintage indispensable en cualquier bar coruñés. La bicicleta, después, fue una moto Guzzi, que la familia conserva todavía hoy, como una reliquia, en su factoría. En ella repartía un jovencísimo César, cafetería por cafetería, las patatas fritas que freían toda la noche. Fue el comienzo de un imperio de proximidad que hoy está presente en 22 países del globo. De la calle Galera a Australia, pasando por los fotogramas que una de sus latas robó en la película Parásitos, ganadora del Oscar en 2020, lo que redundó considerablemente en la producción de la empresa alimentaria.

Noticia que anuncia el "cameo" de la lata de Bonilla en Parásitos

Noticia que anuncia el "cameo" de la lata de Bonilla en Parásitos / LOC

Y aunque el barco velero de la marca es ya símbolo inapelable de la identidad coruñesa, es de justicia situar sus raíces originarias en Ferrol, donde nació César Bonilla y donde su padre, Salvador, fundó el nombre y el primer establecimiento. Poco tardaría la familia, no obstante, en comenzar una nueva vida en A Coruña. Si bien Bonilla a la Vista inauguró su primera churrrería coruñesa en el 138 de la calle Orzán, más tarde esta se trasladaría a la calle Galera, donde todavía permanece como el núcleo primigenio de la empresa familiar. La pretensión de los padres, no obstante, tal y como recoge el libro Nuevas Biografías Coruñesas, era que César Bonilla estudiara. Lo hizo como parte de la primera promoción de la escuela de Náutica de A Coruña, aunque poco después tuvo que apartar la actividad para dedicarse en cuerpo y mano a una empresa naciente.

Hoy el producto casi se vende solo, pero la expansión de las últimas décadas, recuerdan sus allegados, hubo que trabajarla a conciencia. Primero, hubo que apartar las patatas para centrarse en los churros ante la imposibilidad material de compaginar la logística de producir ambos alimentos. Después, tener paciencia y ponerse manos a la masa. “Se levantaban a las 4.00 de la mañana para que a las 6.00 la ciudad tuviese churros todos los días. Eran una familia muy trabajadora, con muchísima dedicación”, cuenta un amigo de la familia.

César Bonilla, en su fábrica, junto al exconselleiro de Medio Rural

César Bonilla, en su fábrica, junto al exconselleiro de Medio Rural / LOC

Bonilla a la vista fue creciendo y consolidándose, pero César Bonilla nunca olvidó las mañanas repartiendo patatas por los bares. Treinta años después de apartar el salado en favor de lo dulce, Bonilla recuperó sus patatas, que hoy se fabrican a gran escala en su fábrica del polígono de Sabón (Arteixo). Los churros crecieron a la par, y a la churrería primigenia de la calle Galera le acompañan hoy, en el callejero coruñés, la del 43 de la calle Barcelona, el 54 de la calle Real , el 30 de Juan Flórez y el 45 de la Ronda de Outeiro.

Expansión internacional y premios y reconocimientos a la trayectoria empresarial jalonan la travesía de Bonilla, que falleció ayer convertido en una institución nonagenaria de la ciudad.

Navegante y buceador

Si bien el apellido Bonilla está inmediatamente ligado a las patatas y a los churros, menos conocida pero casi igual de importante en su vida fue su pasión por el mar. Campeón gallego de pesca submarina en 1969, no solo patroneó su empresa familiar; también numerosos barcos, entre ellos, el Xiriceiro, un Dufour 35 con el que solía salir a navegar cuando el trabajo le dejaba. Lo hacía, recoge la crónica coruñesa, enfundado en unos calzoncillos largos y un jersey de lana comprado en Saldos Arias, al no existir todavía trajes de goma apropiados.

Uno de sus más fieles compañeros de travesía e inmersión fue el submarinista Miguel San Claudio, a quien unía un estrecho vínculo fraguado en los fondos marinos. “César entró en el Náutico por mediación de mi padre, eran muy amigos”—cuenta Miguel San Claudio, hijo del primero, ya fallecido— “Montaron un equipo de buceo y pesca submarina en el Náutico, y no se les daba mal”, relata. Más tarde, llegó la vela, otra de sus grandes aficiones. San Claudio hijo todavía recuerda el “susto” que protagonizó en 1972 Bonilla junto a su padre y otros amigos, embarcados hacia Inglaterra en el yate Halcón. “Fueron de los primeros en ir hacia Inglaterra después de la Guerra Civil. Tuvieron un periplo en Vizcaya y les cogió mal tiempo, estuvieron días desaparecidos. Recuerdo seguirlo por la televisión nacional”, cuenta hoy el hijo de su gran amigo. César Bonilla arrió las velas rodeado de los suyos, pero el velero de Bonilla a la Vista, su gran legado, continuará su singladura algunos años más.