El ajetreo protocolario, a veces, provoca estas faenas. El Rey Felipe VI tenía previsto comer ayer en Beluso, en el prestigioso restaurante "A Centoleira", pero no pudo. Se trataba del almuerzo de despedida de una serie de actos a los que asistió el monarca con motivo del 25 aniversario de su promoción de guardamarina, donde cursó estudios en la Escuela Naval de Marín. Estaba todo preparado, las mesas y sillas engalanadas para la ocasión y el personal lucía sus mejores galas, pero el Rey solo tuvo tiempo a hacer una parada de media hora en el restaurante y continuar su viaje hacia Madrid.

Alrededor de las 03.30 horas del sábado hubo cambio de planes "por razones de su cargo", pero no quiso dejar al restaurante en la estacada. Así que en un viaje relámpago se desplazó de Marín a Beluso y se presentó en el restaurante "A Centoleira", regentado por Julio Estévez, alrededor de las 11.30 horas. Vestido de manera informal fue recibido por los dueños de la casa y los trabajadores. Las hijas de Julio Estévez estaban deseando encontrarse con las infantas Leonor y Sofía, y se quedaron un tanto decepcionadas cuando comprobaron que el Rey llegaba solo. Recordaba Julio Estévez que el monarca había estado en Beluso en el año 1984 cuando era Príncipe de Asturias, y que ayer se mostró como un hombre muy cercano y que se dejaba querer por los niños, de hecho saludó a unos cuantos que estaban en las inmediaciones del restaurante. Lamentó la ausencia de las infantas y relató que los compromisos del cargo le obligaban viajar a Madrid sin más dilación, por lo que era imposible asistir al almuerzo con el resto de los compañeros de su promoción. El propietario de "A Centoleira" le mostró el restaurante y lo dispuesto para el almuerzo. Felipe VI se vio sorprendido cuando comprobó que había una decoración años setenta, con pinchadiscos y luces de discoteca, en el lugar destinado al baile. Tuvo tiempo de degustar un café de la casa y de saludar al personal. Las camareras estaban encantadas. Ayer casi no podían hablar de la emoción. "Nos quedamos sin palabras", decían cuando se le preguntaba qué les había parecido el Rey. "Muy bien, muy bien. Es una persona muy cercana y afable... encantador", señalaban no sin cierto rubor.

Pero el Rey no se fue de vacío de "A Centoleira". En la cocina se preparó una de esas cajas de marisco hechas de porexpán en los que los clientes acostumbran a llevar la comida para comer en casa. Dentro había un surtido de marisco de temporada: percebes, nécoras, gambas y camarones. Según Javier Estévez, del marisco entregado podían dar cuenta tranquilamente tres personas. Y se fue el Rey con la caja como si en vez de a la Zarzuela fuese el típico turista que se lleva la comida a su casa de vacaciones. No, no hubo protocolo. No hacía falta. Felipe VI tenía muy claro el motivo de su viaje a Beluso. La lástima fue ese compromiso ineludible de su cargo que lo alejaba de nuevo de Galicia, donde en los últimos meses se dejó ver con frecuencia.

Felipe VI no quiso dejar a nadie colgado. Nadie tenía la culpa de su apretada agenda. Así que reparó también en la tripulación del barco que iba a traerle con sus compañeros de promoción de Marín a Beluso. Allá se fue a saludarlos, a fotografiarse con ellos si hacía falta. ¡Y bien que lo agradecieron,! El propietario del barco Cruceiro de O Hío, que pertenece a la empresa Cruceros Islas de Ons, Manuel Ferradás, quiso reverdecer laureles y volvió a ejercer de patrón para hacerle los honores al nuevo Rey. El monarca comentó que era una lástima, porque el día estaba estupendo para una travesía como la que iban a realizar sus compañeros. "¡Pero habrá una próxima vez", dijo Don Felipe. Manuel Ferradás estaba acompañado de tres de sus hijos y nietos, además de toda la tripulación del barco, a los que el Rey saludó uno a uno.

Alrededor de las 14.00 horas llegó el barco con los compañeros de promoción de Felipe VI. Desembarcaba en Beluso donde se instaló una pasarela que permitiera semejante desembarco: un centenar de personas. Aunque hombres de mar experimentados, quien más quien menos tuvo sus problemas con la pasarela. Ellos también llegaban sin uniforme, también habían dejado atrás el rígido protocolo de la Armada y se habían confiado al mar de Beluso, en cuya orilla abunda el buen marisco, las terrazas soleadas y las bañistas atrevidas.

Los compañeros de promoción del Rey llegaron con apetito. La travesía había preparado el cuerpo para disfrutar de un excelente menú, compuesto por unos entrantes, una cesta de marisco compuesta por camarones, nécoras, percebes y cigalas, para continuar con una merluza en salsa de nécoras, y de postre brownie de chocolate y vainilla y una empanada de manzana. Aquí el juego de la película "Notting Hill" de qué hacer para comer el último brownie era imposible llevarlo a la práctica.

Tras la comida, la Armada se desmelenó. Olvidados sus trajes de gala blancos se enfundaron la mayoría en pantalones vaqueros y dieron rienda suelta al cuerpo. No hizo falta numerarse para salir a bailar, pero casi lo pidió alguien para coger el autobús, para que nadie de los que tenían que utilizar este tipo de transporte se quedara en tierra.