Pese a estar jubilado, Manuel Lago Paganini, de 69 años, asegura que nunca dejó de levantarse a las seis de la mañana para bajar desde su casa de Areamilla, en Cangas, hasta la fábrica de conservas familiar Lago Paganini, en el muelle de Ojea junto al Concello. Lo que más le atraía era ver la producción de aquel pescado -sardinilla o mejillón- tratados de forma artesanal. Paganini dirigó y logró expandir durante más de treinta años sorteando la crisis de la industria conservera, esta fábrica, en la que trabajaban un centenar de personas, y que en la madrugada del pasado domingo 18 de diciembre quedó destrozada, pasto de un incendio. Las llamas se llevaron una empresa con un siglo de vida, por la que han pasado cuatro generaciones de la misma familia, la última la de sus hijos Manuel y Sandra que llevaban la dirección de una conservera que fundó primero en 1915, como fábrica de salazón, su tío abuelo Pedro Montemerlo Botassi, originario de Génova, en Italia.

"Mi vida fue solo la fábrica y siempre me sentí como un trabajador más" reconocía ayer Manuel Lago Paganini en lo que son sus primeras declaraciones públicas tras el incendio. Lo hacía en su casa, al lado de su mujer Montse Yebra, y en compañía de una de sus hijas -tiene cuatro descendientes- y uno de sus cuatro nietos. Triste y preocupado "porque el incendio fue un desgarro y un golpe que nos mató", Paganini muestra, sin embargo, ganas de luchar para volver a retomar la producción. No deja de tener presente a todo el personal que trabajaba en la fábrica: 65 personas fijas y entre 17 y 20 con contratos: "Es lo primero que siempre tuve presente, incluso antes que mis hijos, cuando veía cómo ardía la fábrica. Ahí hay gente que quiero mucho. Siempre aprecié al personal". De hecho él insiste en que se sentía un trabajador más.

En la misma madrugada del incendio, el empresario ya aseguró a su familia, cuando ya habían pasado unas horas y nada se podía hacer por la fábrica: "Hay que seguir adelante". Y en esa línea continúa luchando y trabajando para conseguir las ayudas económicas necesarias por parte de la administración, que ya ha confirmado un crédito de 500.000 euros, con el fin de poder reiniciar la actividad en otra nave:"Con el patrimonio nuestro no podemos hacer nada, pero si ellos nos echan una mano, nosotros ponemos la otra", afirma mientras que califica de "extraordinaria" el apoyo que ha recibido del alcalde, José Enrique Sotelo, y de muchas personas de Cangas e incluso del propio sector.

Primero lo intentó con el traslado de la producción a la empresa Cruzmar, en Moaña, pero no resultó y ahora lo intenta con el traslado a la empresa Sancomar, en A Portela, propiedad de Casiano Santana. La propuesta incluye el alquiler de las naves por un año con opción de compra, aunque todo depende de la cuantía de las ayudas que el empresario vaya a recibir porque hay que adquirir nueva maquinaria, y de la viabilidad económica, porque se trata de ayudas que hay que devolver: "Es hipotecar la vida", asegura a sus 69 años.

Paganini recuerda que era la una y media de la madrugada del domingo 18 de diciembre cuando sonó el teléfono en su casa y le advirtieron que algo pasaba en la fábrica pero que no se preocupara. Sintió que no querían alarmarle pero cuando bajaba en coche hacia el centro de Cangas y vio el humo, ya se imaginó lo que pasaba. Al llegar al muelle asegura que el fuego ya afectaba a la mitad de la fábrica: "Ardía todo, parecía que no había solución". Sintió con dolor, horas después, como una explosión puso fin a la industria. Paganini recuerda la época dorada de las conserveras en Cangas, cuando había 16 fábricas, y compradores en los puertos que llamaban para vender el pescado: "Era precioso". Aquella forma de trabajar se extinguió, aunque hasta la fábrica de Paganini todavía seguían llegando las sardinillas y el mejillón en fresco.