Oriente Próximo

El Líbano emprende una deportación masiva de refugiados sirios

Sólo entre los meses de abril y mayo, al menos 1.100 ciudadanos sirios han sido arrestados en el el país

Refugiadas sirias se reúnen en la sede de la organización Alsama studio, en el campo de refugiados de Shatila en Beirut (El Líbano).

Refugiadas sirias se reúnen en la sede de la organización Alsama studio, en el campo de refugiados de Shatila en Beirut (El Líbano). / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

Andrea López-Tomàs

Ninguna de ellas se hubiera podido creer que hallar su refugio en un laberinto de cemento sería su salvación. O, al menos, de momento. Pero las historias ocurridas fuera del aislado campo de refugiados de Shatila, en Beirut, consiguen colarse entre las angostas callejuelas. "Oímos muchos relatos de personas que han sido deportadas a Siria y que, en unos días, han desaparecido o han muerto", confiesa Ahed Huran. Esta madre de cinco hijos, originaria de Idlib, llegó a Shatila hace 11 años, poco después del estallido de la guerra civil en su Sirianatal. Hasta ahora, su vida no ha sido la que soñaba pero, "gracias a Dios", ella y los suyos se sienten seguros. Y eso es un tesoro viniendo de donde vienen. Aunque recientemente su calma se ha quebrado. Las autoridades libanesas han emprendido una campaña masiva para deportar a centenares de sus compatriotas a Siria.

"Claro que tenemos miedo", confiesa Ahed, de 29 años. Se atreve a hablar por todas. Son una veintena de mujeres, todas ellas refugiadas de Siria, que se reúnen cada semana en Alsama studio. Esta organización les cede el espacio para que borden, pero, en realidad, el punto de cruz es una excusa para encontrarse y vaciarse juntas. En su década de exilio, vivir en Shatila, el histórico campo de refugiados palestinos, las ha aislado del resto de la capital libanesa, pero ahora las protege. Ni la policía ni el Ejército libanés se atreven a entrar en la jungla de cables, tráfico de drogas, tenencia ilícita de armas y precariedad en que se ha convertido este campamento. Así que ni ellas ni sus familias pueden ser objetivo del castigo del retorno impuesto

Restricciones a los sirios

Sólo entre los meses de abril y mayo, al menos 1.100 ciudadanos sirios han sido arrestados en el Líbano. Alrededor de 73 redadas han provocado la deportación de 600 personas. En muchas ocasiones, cuando están de vuelta, el Ejército sirio las entrega de nuevo a contrabandistas que les cobran grandes sumas de dinero para entrarlas al Líbano, donde la mayoría, pese a la deplorable situación en la que viven, prefieren estar. "Nuestra situación ha cambiado mucho en las últimas semanas", cuenta Aisha, que prefiere esconderse bajo un nombre que no es el suyo. El anonimato protege a estas mujeres. "Todo es mucho más difícil, tenemos miedo de ir a trabajar", confiesa a este diario.

En muchos municipios, los ayuntamientos han impuesto nuevas restricciones como el registro de todos los ciudadanos sirios de la zona, las redadas, o el toque de queda obligatorio. "Si todos los sirios nos fuéramos del Líbano, este país dejaría de existir, porque la mayoría de los trabajadores son sirios”, explica Muna, también de Idlib. "Por eso, no entiendo por qué nos odian", confiesa. Son miles de refugiados sirios, incluidos sus hijos, quienes realizan los trabajos más duros en el campo o la construcción. Actualmente hay unos 839.000 refugiados registrados en la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Pero las autoridades libanesas estiman que son 1,5 millones, aunque la solicitud del Gobierno a ACNUR de detener las nuevas llegadas a partir de 2015 impide saber el número real.

Asad, de vuelta a la Liga Árabe

"Los libaneses nos atacan porque consideran que recibimos más ayuda humanitaria que ellos, pero eso no es verdad", denuncia Amal, bajo otro nombre inventado. "ACNUR nos da 1.100.000 libras libanesas al mes [poco más de 11 euros], no me alcanza ni para pagar la escuela de uno de mis hijos", constata Muna. El colapso económico del Líbano ha empujado a la ya de por sí vulnerable comunidad siria a la pobreza extrema, con cifras superiores al 90%. "Si la situación en Siria fuera buena, obviamente que no estaría aquí, pero desafortunadamente no es algo que esté en nuestras manos", reconoce Ahed. "En nuestro país lo teníamos todo, cualquier cosa que queríamos la podíamos encontrar", rememora Ghofran Limam de una Siria que ya no existe. 

Además, el retorno del dictador sirio Bachar al Asad a la Liga Árabe agrava aún más su situación. "Estamos en contra de su reingreso, no es nuestro presidente", critica Aisha. Este gesto por parte de algunos países árabes que apoyaron el levantamiento popular en 2011 ha sido la constatación de la derrota de la revolución. Muchos lo empiezan a usar para devolver a los refugiados a una Siria que ellos consideran segura. "Han tomado esta decisión para el retorno de Asad sin que nuestro país esté mejor", añade Aisha. La vida en un país devastado por la guerra, las sanciones internacionales y el terremoto no es vida. "Todo es culpa del régimen, yo no quiero volver a un país con el mismo régimen", señala Muna. 

Chivos expiatorios

Mientras, a este lado de la cordillera, los murmullos se acallan a su paso. "Hasta cuando vamos al mercado lo notamos, susurran 'son sirios' para después decir una retahíla de malas palabras", cuenta Ghofran. "Los libaneses piensan que los sirios no entendemos nada, que no tenemos cultura como si viniéramos de la nada", reconoce Ahed. "Cuando oigo algo así por la calle, de verdad me duele", añade. Los discursos de ministros y presidentes apuntando a la población siria como el origen de todos los males del Líbano ha avivado durante los últimos meses la retórica anti-siria. Centradas en las deportaciones, las autoridades libanesas, pasivas ante la debacle económica en el país, han convertido a los sirios en los chivos expiatorios perfectos. 

"¿Qué qué pienso del futuro?", resopla Ahed mientras mira al techo con los ojos vidriosos. "Pienso si el día de mañana, todo va a mejorar o va a ser de nuevo peor; sobre todo pienso en mis hijos, en que si nos quedamos en esta situación, es imposible que haya un futuro", constata, al recordar la enésima falta de oportunidades de los sirios, esta vez para acceder a la educación. Muna, desde el otro lado de la sala, le recuerda que hay algo bueno en todo lo que les ha ocurrido. "¿Sabes? Todas somos sirias pero de distintos puntos del país, así que si no estuviéramos aquí, no nos hubiéramos encontrado", explica. Y sonríe provocando sonrisas ajenas de sus amigas. Entre tanto repudio, al menos cuentan con la suerte de encontrarse, la fortuna de tenerse.

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