El décimo aniversario del movimiento marroquí de protesta, que prendió casi al mismo tiempo que en Túnez, Egipto o Libia, transcurre hoy en Marruecos sin el menor signo de celebración, ante una sensación generalizada de que los problemas de entonces, que sacaron al pueblo a las calles, siguen presentes.

    Aquel 20 de febrero de 2011, decenas de miles de personas, en su mayoría jóvenes de toda condición social, salieron a las calles de varias ciudades del país para reclamar "libertad, dignidad y justicia social", eslogan que se repetía en todo el mundo árabe.

    Como en otros países, la chispa había prendido de forma espontánea, a partir de las redes sociales, y los convocantes eran jóvenes desconocidos que lanzaron un llamamiento por internet y crearon un "Movimiento 20 de febrero".

    De aquellos jóvenes que se erigieron en protagonistas a sus 25 años, distinta ha sido la suerte en la década transcurrida: algunos están en la cárcel, otros emigraron o se exiliaron, otros se desvincularon de la política, y hubo incluso quien terminó en un alto cargo institucional (Munir Bensaleh, secretario general del Consejo Nacional de Derechos Humanos, que rehusó a hablar con Efe alegando "deber de reserva").

    El único de ellos que ha accedido a hablar de aquellos días es Hamza Mahfoudi: con 34 años, hoy vive en Marsella y trabaja en una asociación de ayuda a los emigrantes, y no piensa volver por el momento a su país "pues muchos amigos míos han sido arrestados", según explica a Efe por teléfono.

    ¿Mereció la pena aquel movimiento? Mahfoudi no lo duda: "Fue como nuestro Mayo del 68, cambió a toda una generación y nos permitió apropiarnos de nuestro país, tener más confianza".

    Pero duda sobre si el movimiento trajo un país más libre o más justo.

    "El régimen ha vuelto atrás en lo tocante a las libertades, pero con el pueblo es distinto: han perdido el miedo, se atreven a protestar, ya sea por el trabajo, por el agua o por otros derechos; en cuanto a la justicia social, cree que "el país ha quedado estancado, no hay acceso a la sanidad ni igualdad de oportunidades".

Clase política

    Para Nabil Benabdallah, secretario general del Partido del Progreso y el Socialismo, que representa el ala más progresista del régimen marroquí (ha sido varias veces ministro), el 20F es parte de un proceso histórico de reivindicaciones democráticas que hacen de Marruecos un caso diferente al de otros países árabes y que explican que las protestas en Marruecos "no reclamasen un cambio de régimen".

    Efectivamente, mientras en el mundo árabe el lema más coreado en aquel 2011 era "el pueblo quiere que caiga el sistema", en Marruecos lo transformaron en "el pueblo quiere que caiga la corrupción", y nunca se reclamó la caída de Mohamed VI o el fin de la monarquía (a lo sumo, se reclamaba "una monarquía parlamentaria").

    Benabdallah considera que Mohamed VI había propiciado en la primera década de su reinado reformas "que permitieron canalizar el descontento popular", como la liberación de presos políticos, el reconocimiento de la lengua bereber, la promulgación de leyes más igualitarias con la mujer o la lucha contra el chabolismo.

    Además, recuerda que aquellas protestas hicieron reaccionar al monarca, que solo tres semanas después anunció un referéndum de reforma constitucional que permitió desinflar las protestas: el 1 de julio de 2011, la nueva constitución -"avanzada y novedosa en el mundo", dice Benabdallah- era aprobada por una mayoría aplastante.

    El político considera que, diez años después, "hemos conseguido muchos avances pero aún falta mucho por hacer, sobre todo en la construcción democrática, los derechos humanos, el desarrollo económico y la justicia social". Lo importante -afirma- es que Marruecos "no ha optado por la represión total" como otros países de la zona.

Islamismo político

    Además de la nueva constitución, una de las consecuencias directas del movimiento del 20F fue la convocatoria de elecciones en 2011, consideradas entre las más creíbles de la historia de Marruecos, que fueron ganadas por el Partido Justicia y Desarrollo (PJD), un partido islamista moderado al que le gusta compararse con los democristianos, salvando las distancias.

    Uno de los ideólogos del PJD, Abdelali Hamiedín, comenta a Efe que las reformas que reclamaba aquel movimiento fueron de algún modo asumidas por los dos gobiernos dirigidos por el PJD en la persona de Abdelilah Benkirán (entre los años 2012 y 2017), que permitieron a su partido seguir ganando las elecciones en 2015 (locales y regionales) y 2016 (legislativas).

    La actitud del PJD ilustra perfectamente los alcances y limitaciones del 20F: como los demás partidos parlamentarios, el PJD no se sumó en su momento a las protestas, pero trató de capitalizar sus demandas a través de la política "oficial" y desactivó así en gran medida la capacidad desestabilizadora del movimiento.

    Para Hamiedín, el rey Mohamed VI optó entonces por "una interacción positiva con el mensaje de una calle enfurecida" y se comprometió entonces a "una reforma en profundidad de las estructuras del Estado", pero "el éxito es relativo y los desequilibrios siguen presentes".

    La responsabilidad, según él, es compartida, y no rehuye la autocrítica: "los partidos y las élites políticas han malgastado la oportunidad de que Marruecos se sume al club de las democracias avanzadas. Nos espera un largo trabajo para consolidar nuevas relaciones entre los poderes y sentar las bases de la verdadera democracia", concluye.