Un salvavidas ruso para un presidente en apuros que, eso sí, Moscú lanza con un precio adherido: la progresiva integración de Bielorrusia en el poderoso vecino del este, algo a lo que se había resistido hasta ahora Aleksándr Lukashenko. Con esta frase se puede resumir la visita que realizó ayer el primer ministro ruso, Mijaíl Mishustin, a Minsk , que precede a un próximo viaje del líder bielorruso a Moscú.

Pese a los continuos altibajos que han experimentado las relaciones entre ambos países, Lukashenko se deshizo en parabienes al encontrarse con su interlocutor. Atrás, muy atrás, quedan ya las duras acusaciones proferidas por Lukashenko contra Moscú poco antes de las presidenciales de agosto, cuando decenas de mercenarios rusos de la compañía Wagner fueron arrestados para desbaratar un supuesto complot organizado desde Moscú, dijo entonces Lukashenko, para derribarle.

Mishustin constató importantes progresos en ámbitos como la Unión de Rusia y Bielorrusia -una entidad supranacional fundada a finales de los 90 pero que apenas ha sido desplegada-, el comercio o la cooperación cultural, informó la agencia Ria Nóvosti. "El Gobierno de la Unión se basará en las posiciones absolutamente independientes de nuestros países y con las medidas relevantes que hemos acordado", declaró el dirigente ruso.

Lukashenko anunció importantes relevos en las cúpulas de las fuerzas de seguridad de su país, acusadas de maltratos y torturas en las protestas de los días inmediatamente posteriores elecciones de agostoy promovió en el Gobierno a leales partidarios de la línea dura.