La parisina Torre Eiffel adelantó anoche en tres horas el apagado de su iluminación en homenaje al expresidente de la República Jacques Chirac (1995-2007), fallecido ayer a los 86 años en la capital francesa. Chirac, hombre clave de la derecha gala durante décadas, ha sido considerado el último heredero del pensamiento del general De Gaulle y, como tal, jugó un importante papel en la defensa del multilateralismo y la autonomía política y militar de Francia al encabezar la oposición internacional a la invasión de Irak por los EE UU de George Bush junior en 2003.

Quien también fuera primer ministro (1974-1976) y primer alcalde de París elegido en las urnas (1977-1995) murió en su domicilio del sexto distrito parisino "sin sufrir y rodeado de su familia", según informó su yerno. La Asamblea Nacional y el Senado guardaron un minuto de silencio en señal de duelo, mientras los principales dirigentes políticos del país, comenzando por el presidente Macron y los expresidentes Hollande, Sarkozy y Giscard d'Estaing le rendían un cálido tributo. Desde el exterior, se pronunciaron de igual modo los máximos dirigentes de numerosos países, desde Rusia a España, pasando por Reino Unido o Alemania.

Además de su oposición durante la crisis de Irak al "trío de las Azores" (Bush, el británico Blair y el español Aznar), Chirac fue el primer presidente francés que reconoció la responsabilidad del Estado francés -encarnado en la Francia colaboracionista del mariscal Pétain- en la deportación y exterminio de judíos durante la II Guerra Mundial. También fue pionero en llamar la atención sobre la degradación de las condiciones medioambientales del planeta: "Nuestra casa se quema mientras miramos para otro lado", dijo en 2002 en la cumbre de la Tierra de Johannesburgo. En relación con España, reforzó de modo decisivo la colaboración bilateral en la lucha contra ETA para acabar con el "santuario francés".

Chirac, a quien parte de la intelectualidad francesa consideraba un dirigente de limitado alcance, también tuvo errores en su dilatada carrera. Desde el punto de vista político, el más grave fue el adelanto electoral de 1997, que le llevó a perder la mayoría parlamentaria y le obligó a una larga cohabitación de cinco años con los socialistas, encabezados por Lionel Jospin, el padre de la semana laboral de 35 horas.

Él mismo, pero esta vez como primer ministro, había protagonizado el primer episodio de cohabitación (1986-1988) de la V República, con el socialista Mitterrand. Su labor durante estos dos años fue deshacer gran parte de las nacionalizaciones decididas por el Presidente socialista en 1981, entre ellas la de la banca.

Pero su más notorio tropiezo fue el caso de los "empleos ficticios" del Ayuntamiento de París, un episodio de corrupción en el que trabajadores de su partido (el neogaullista RPR) eran pagados por el consistorio que dirigía. No fue juzgado hasta después de haber dejado la presidencia. En 2011, a los 79 años, fue condenado a dos años de cárcel exentos de cumplimiento.