Tessa Hadley | Escritora

“La escritura es un acto contra el olvido”

“La novela encuentra la verdad más profunda a través de las cosas más cotidianas”, asegura

Tessa Hadley |    // MARK WESSEY

Tessa Hadley | // MARK WESSEY / Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

La complejidad de las cosas, las cosas dentro de las cosas, parece sencillamente inagotable. Quiero decir que nada es fácil, nada es simple. Son palabras de Alice Munro (Wingham, Canadá, 1931), premio Nobel de Literatura y maestra en la difícil tarea de convertir, mediante la escritura, la vida ordinaria en extraordinaria. Es un arte, ese de transformar la aparente banalidad de los preciosos detalles que conforman esos momentos a los que, con el paso del tiempo, querremos aferrarnos para no tener la agobiante sensación de que la pérdida define nuestra existencia. Bien lo sabe Tessa Hadley (Bristol, 1956), ferviente admiradora de la canadiense y una de sus discípulas más aventajadas. Leyendo a la autora británica una tiene la certeza de que la verdad, como ella sostiene, reside en la textura de la experiencia diaria. A eso aspira desde que empezó a escribir y, sobre todo, a publicar. Según los rígidos estándares, debutó tarde en la ficción, con 46 años. Lo hizo después de haberse formado libremente como lectora. De aquello han pasado ya más de dos décadas, a lo largo de las cuales ha pasado a ser un referente para Zadie Smith, Chimamanda Ngozi Adichie o la tristemente desaparecida Hilary Mantel. En una semana visitará España para presentar El pasado, novela en la que la cotidianidad de una familia es pura magia.

–A lo largo de los últimos veinte años, sus novelas se han interrogado acerca de la verdad de la existencia. Me pregunto si ha encontrado esa verdad escribiendo.

–Es una gran pregunta filosófica para empezar [ríe]. Más allá de descubrir la verdad, tienes la urgente necesidad de expresar esa verdad con palabras. Hasta que no lo haces es como si no supieras qué estás viendo. La verdad que se aprende escribiendo no es abstracta, pertenece al mundo real, pero hay un elemento final en ese descubrimiento que surge al ponerlo en palabras.

–¿Y sus novelas la han ayudado a entender la vida, a comprenderla?

–Creo que sí. No puedo imaginar una vida en la que no escribiera. Ser capaz de escribir sobre la vida es inseparable de comprenderla. Por supuesto, hay muchas personas que no son escritores y entienden muy bien la vida desde una perspectiva diferente, artistas, historiadores, sociólogos o personas con sabiduría emocional. Pero escribir es algo extraño, es algo puramente especializado que sólo nos toca a algunos de nosotros, y esa es la manera que tenemos de encontrar nuestra verdad.

–Los escritores a menudo pueden pasar por alto los pequeños fragmentos de la vida. Usted, en cambio, arroja luz sobre ellos, es capaz de transformar lo ordinario en extraordinario. ¿Por qué le interesan tantos esos detalles?

–Es maravilloso que diga eso, porque, como la lectora hambrienta y desesperada que soy, eso fue lo que los libros que más amo hicieron por mí: convirtieron lo ordinario de las cosas en poder y magia y, en cierto modo, dieron sentido a la vida a través de la escritura. Tólstoi, Natalia Ginzburg, Alice Munro, todos los escritores que amo tienen ese don. Es algo especial que tiene la ficción, sobre todo la novela. Es capaz de encontrar la verdad más profunda a través de las cosas más cotidianas. No todas las novelas hacen eso, pero la mayoría sí, encuentran lo misterioso y significativo en lo doméstico y lo cotidiano, lavando los platos, dando un paseo por el campo, en una discusión matrimonial o cambiando el pañal a un bebé.

–Su ficción se mueve en las aguas de la memoria, la pérdida y el amor.

–Esas son las cosas más importantes para todos. No se puede tener amor sin pérdida y, luego, está el recuerdo del amor y de la pérdida en el tiempo. Son como los elementos básicos de una vida adecuada, junto con el dolor y el sufrimiento. Cada escritor, cada poeta, cada pintor, en algún lugar, aborda esas cosas fascinantes. El escritor de ficción atraviesa lo cotidiano a través de la textura de la experiencia diaria y allí encuentra la resonancia, la reverberación de la pérdida y del recuerdo.

–¿Y qué me dice del sentido del paso del tiempo en la literatura?

–Una de las cosas fascinantes que puede hacer una novela es jugar con el tiempo. En la vida real, tenemos que vivir un momento tras otro en orden cronológico, es inexorable. Pero en la ficción, en una página puedes estar en el año 2015 y en la siguiente regresar a 1968.

–Como en El pasado.

–Sí, estoy hablando de mi novela. Es una especie de habilidad casi divina para moverse entre dos presentes y creo que eso es filosóficamente muy profundo. Podemos darlo por sentado como una de las herramientas de la ficción, pero es un acto extraordinario, contrario a la intuición de lo que tenemos a nuestra disposición en la vida normal. Y eso nos da una especie de visión a largo plazo, general y asombrosa del significado de la pérdida.

–¿Y qué sucede con el olvido? ¿Pueden los libros evitar el olvido?

–Al escribir ficción, rescatas del olvido los detalles aparentemente sin importancia de la vida. La página es como una red que retiene esos preciosos detalles frente al paso del tiempo. Cuando leemos a Jane Austen, a Tólstoi, a Turguénev, de repente ese momento vuelve a estar vivo. Por eso creo que, en las manos de un gran escritor, la escritura es un acto contra el olvido. Pero el olvido es un gran tema. En una especie de doble acto contradictorio, por un lado, la ficción retiene la vida frente al olvido pero, al mismo tiempo, si quiere ser sincera respecto a la vida, la ficción tiene que decir que lo olvidamos todo y lo perdemos todo.

–Olvidamos, perdemos y, para poder seguir viviendo, escribimos.

–Sí, sí, así es.

–Su padre era profesor, su madre artista y usted estudió Literatura en Cambridge. ¿Cuándo sintió la llamada de la escritura?

–Ya siendo muy pequeña quería escribir mis propios libros. Mi madre hacía pequeños libros ilustrados y yo escribía la historia. El peor momento en mi aspiración de convertirme en escritora fue cuando estudié en Cambridge. Me sentía abrumada por los grandes escritores que estaba leyendo. Y pensé: ¿quién te crees que eres?, no seas ridícula. Tengo un extraño recuerdo de una tarde en la biblioteca de Cambridge. Estaba leyendo a Shakespeare. Simplemente miraba las palabras en la página y pensé: oh, sé cómo se hace esto. Evidentemente, nadie es Shakespeare, pero tuve la extraña sensación de estar debajo de las palabras y ver cómo las unía. Entonces empezó el enorme deseo de hacerlo, y llegó el tiempo de intentarlo.

–Dejó la universidad, abandonó el doctorado que estaba haciendo, tuvo hijos y se convirtió en una especie de autodidacta, comenzó a leer guiada por su curiosidad. ¿Adónde le llevó esa curiosidad?

–Siempre ha habido algo muy amateur en mis lecturas. Me alegra no haber hecho ese doctorado. Ni siquiera lo empecé, me aceptaron, pero mi marido consiguió un trabajo y nos mudamos. Yo sólo tenía 23 años. Me alegra no haber quedado atrapada en el mundo académico de la literatura. Después, cuando, con mis propias reglas, lo convertí en un mundo que también podía amar, simplemente lo leí todo. Tengo terribles y vergonzosas lagunas en mis lecturas, pero lo bueno de ser autodidacta es que intentas leer literatura diferente de distintas épocas en lugar de especializarte.

–Y, por fin, con 46 años, publicó su primera novela. ¿Qué recuerda de sus comienzos como escritora?

–Simplemente sentía que no podría ser feliz a menos que escribiera. Recuerdo la primera vez que pensé: sé lo que estoy haciendo, sé cómo decirlo. Eran historias sobre el mundo que conocía. Fue como vagar por un desierto durante mucho tiempo, intentando escribir libros que ya habían escrito otros, mis héroes literarios y, finalmente, encontrar mi propia llave, ponerla en mi propia puerta y entrar en mi propia casa por primera vez y pensar: bueno, esto puede ser muy pequeño, pero es lo que sé. Eso es lo que recuerdo. Tenía la confianza de estar tocando la realidad en alguna parte.

–Tocar la realidad… Un momento mágico para cualquier escritor.

–Sí, lo sé, es un momento mágico. Pero no es algo infalible. El verano pasado dejé una novela en la que llevaba dos años trabajando porque no me convencía. Pensé que al hacerlo me sentiría miserable, pero me sentí aliviada. Comencé una nueva novela y ahora todo está bien.

–¿Qué papel tuvo Henry James en el descubrimiento se esa voz tan particular que hay en sus novelas?

–En cierto sentido, tuvo una especie de papel pragmático. Pasé mucho tiempo criando a mis hijos, siendo ama de casa, luchando por escribir, fracasando. Y, finalmente, volví a la universidad. Pero lo hice de un modo muy diferente. No a Cambridge, no a la élite. Volví a una universidad divertida, nueva, agradable, que estaba cerca de donde vivimos. Allí hice un curso de escritura creativa y fue estupendo, pero aún no estaba segura de ser capaz de escribir algo bueno. Y pensé que podría hacer un doctorado. Elegí a Henry James porque era un novelista que amaba y estaba segura de que no me cansaría de él. Me lo pasé muy bien haciéndolo. Al mismo tiempo, estaba trabajando en mi primera novela. Fue una época maravillosa de crecimiento y creatividad. Henry James es uno de esos autores maravillosos que escribieron un siglo antes que tú y formaron tu mente, la forma en que miras el mundo, tu imaginación, son el abono del suelo en el que crece tu escritura. Pero también tienes que distanciarte de ellos un poco, no quieres sentarte frente a tu ordenador y sonar como Henry James, porque puedes resultar anticuada. Tienes que encontrar una nueva manera. Entonces, recurres a escritores contemporáneos, y yo encontré a Alice Munro, la franqueza de su prosa, sus frases contemporáneas, ordenadas, frescas y penetrantes.

–Ahora que lo dice, me encanta Alice Munro y es verdad que hay bastantes similitudes entre ambas.

–Pero probablemente es porque lo he cogido todo prestado de ella [ríe].

–Pero usted es usted y ella es ella.

–Exacto. Se trata de escribir tu propio libro. Durante un tiempo estuve enseñando escritura, fue algo que me encantó. A veces les decía a los estudiantes: copiad al escritor que amáis, intentadlo en una o dos páginas. Y creo que eso les resultaba liberador. Les decía que copiaran a Elizabeth Bowen o a Alice Munro, pero nunca sonaron como ellas, eran ellos mismos. De alguna manera extraña, ese acto de imitación y homenaje puede darte un espacio para jugar que siendo estrictamente tú mismo puede estar limitado.

–Su primera novela la escribió con cuatro niños en casa. ¿Qué piensa del camino que desde entonces han recorrido las mujeres?

–Simplemente, no puedo creer que tuviera esa energía, no puedo creer que fuera capaz de hacerlo. Porque realmente no soy así, soy una persona bastante perezosa. Esa es la primera respuesta.

–¿Y la segunda? [risas]

–Soy una feminista apasionada y estoy muy entusiasmada con los cambios en la vida de las mujeres. Escribo sobre eso todo el tiempo. Pero tengo que decir que a mí el terrible modelo antiguo me funcionó. Yo criaba a mis hijos y mi marido trabajaba para ganar dinero para que pudiéramos vivir. Y yo estaba en casa escribiendo, dándome tiempo para escribir y fracasar. Me beneficié de un sistema antiguo que mis nueras simplemente no pueden imaginar. Ahora, todos son el sostén de la familia, el marido y la mujer salen a ganar dinero. Casi me siento culpable al responder a esta pregunta. Esa vida doméstica me dio una especie de libertad. Eso no quiere decir que mientras escribía y fracasaba no fuera deprimente, pero, al final, cuando pude escribir y ganarme la vida como escritora, fue una especie de oportunidad necesaria.

–¿Y qué piensa cuando ahora ve a las jóvenes escritoras?

–Simplemente creo que sois maravillosas (ríe). Las mujeres han sido las maravillas de la ficción, particularmente en la tradición inglesa. Al principio hemos hablado sobre cómo la ficción es tan brillante reflejando los detalles de la vida, la cotidianidad de la experiencia. ¿Y quién sabe sobre esas cosas? No sobre política o proyectos de ingeniería o geografía, sino sobre la textura diaria de vivir dentro de una casa y criar hijos y ser emocionalmente imaginativo sobre las relaciones. ¿Quienes han estado haciendo todo ese trabajo durante cientos de años? Las mujeres. Es algo un poco particular de nuestra tradición inglesa, no creo que sea necesariamente tan cierto en el continente, pero la novela ha estado en manos de las mujeres, las mujeres han sido las mejores en ello, lo han hecho mejor que los hombres, con algunas excepciones muy honrosas, por supuesto.