Cuando el rock empezó a sonar con acento hispano

Un libro reconstruye, álbum a álbum y grupo a grupo, la historia de la llegada del rock a España en los años 60 y 70, y reivindica a figuras que no alcanzaron un gran éxito pero explican el último medio siglo de música popular en este país

Carlos Pérez de Ziriza

Su intención era desenterrar gemas ocultas del rock español más arcano al tiempo que reivindicaban trabajos señeros de artistas de dominio público que triunfaron, y lo que han acabado haciendo, casi sin proponérselo, es una gran historia de nuestra música popular de los años 60 y 70. Uno de los libros que mejor y más didácticamente explican el tránsito durante el cual el rock adquirió denominación de origen hispano. Una apasionante historia que conviene leer desde el primero de los discos rescatados hasta el último. Exactamente, en el orden en el que figuran.

Los periodistas Juan Puchades y César Campoy se embarcaron en la redacción del libro Los 100 mejores discos del rock español de los 60 y 70 (Efe Eme) sin esperar que su primera edición se agotara en cuestión de semanas. La segunda ya está en marcha. Y no deja de ser todo un logro en un país en el que tanto peso tienen aún el aura de La Movida e incluso del indie, y en el que parece que cualquier cosa anterior a Radio Futura, Alaska, Nacha Pop, Los Planetas o Vetusta Morla no merezca la atención del público lector.

Se nota, además, que se lo han pasado bien escribiéndolo. Sus páginas transmiten ese entusiasmo. “Quisimos primar la calidad y la originalidad, porque la mayor parte de los grupos de los primeros 60 hacían versiones de grupos foráneos que no aportaban mucho, pero algunos se molestaban en adaptar el tema al castellano e incluso añadían algún componente más próximo a nuestra cultura: el rock no deja de ser una música que viene de EEUU y se expande por todo el planeta”, explica Juan Puchades al hilo de una década de la que resaltan discos de Los Bravos, Los Brincos o Lone Star, pero también de Los Cheyenes, Los Salvajes, Los Huracanes o Los Relámpagos.

El libro también hace justicia con solistas posteriores como Juan Pardo o Micky, que brindaron carreras proteicas que van mucho más allá del éxito puntual. Desmonta prejuicios. Liquida tópicos.

César Campoy ahonda en la misma idea y propone un reguero de nombres que podría ser interminable: “Queríamos premiar a quienes arriesgaban saliéndose de lo establecido: Los Pasos, que tienen una discografía magnífica que se ha reivindicado muy poco; o los Z-66 de Lorenzo Santamaría; o Los Pepes, que tienen un disco magnífico con canciones originales que apenas se conoció en su época y se tuvo que recuperar a través de material aparecido en un almacén; o Los Sonor del principio, una cantera de músicos que dio pie a parte de Los Bravos; o Los Faros, con quienes el sello Zafiro/Novola se propuso emular el modelo de Los Brincos, que habían revolucionado la industria musical de este país”.

El matiz de la personalidad, la originalidad y la reivindicación que muchos de estos músicos hacían de las músicas populares y del folk de sus respectivos terruños es especialmente relevante ahora mismo, cuando vivimos un boom de propuestas (Rosalía, Bronquio, Baiuca, Rodrigo Cuevas, Califato ¾, Sandra Monfort) que funden el folk de nuestras latitudes con las corrientes foráneas más en boga, como el r’n’b, la electrónica, el reggaeton o el hip hop. “Hoy hablamos de Rosalía, pero a su escala y en otro planeta en cuanto a comunicaciones, los Barrabás de Fernando Arbex tenían esa proyección exterior con un sonido netamente latino a principios de los 70”, argumenta Puchades.

Pronto llegarían el progresivo y la psicodelia, el rock andaluz de Smash o Triana, el rock mediterráneo de Pep Laguarda, Bustamante y Remigi Palmero desde Valencia, o las fórmulas patentadas por Ia & Batiste, Sisa, Iceberg, Los Chorbos, Las Greca o Itoiz, entre muchos otros, así como aquella tercera vía (entre el pop y el rock, mirando al folk norteamericano) de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán o Noel Soto. Muchos de ellos, atentos a la tradición local, aunque antes ya permeaba cierta fusión.

“En Catalunya, Baleares, Euskadi o Galicia, cantaban en sus propios idiomas y se les permitía, cosa que también es curiosa, quizá porque la censura consideraba que era una cosa folklórica y se veía bien que lo mezclaran con ritmos foráneos”, señala César Campoy.

En la España de Franco

Parece el texto de un chiste, pero no lo es: ¿Qué hacían un suizo y un italiano buscando músicos en la España de Franco para hacerles triunfar en el resto del mundo? “¿Qué se les pasaba por la cabeza?”, se pregunta Juan Puchades acerca de Alain Milhaud y Rafael Trabucchelli, los dos productores fundamentales de aquel periodo, cuyos nombres son recurrentes a lo largo del libro.

“Consiguieron un éxito enorme con Black Is Black de Los Bravos, Mamy Blue de los Pop Tops o con el Himno a la alegría de Miguel Ríos, a la que se le llegó a dar una lectura de canción anti Vietnam que, seguramente, ni Trabucchelli, ni el arreglista Waldo de los Ríos, ni el propio Miguel Ríos pensaron”, rememora. Y es que “había una industria española ávida por exportar, como hizo Hispavox con el sonido Torrelaguna: los grandes sellos metían en Latinoamérica a todos sus grupos”, remata. “En Los Bravos cantaba un alemán y producía Milhaud, que era franco-suizo”, añade César Campoy.

Entre quienes no cotizaron nunca en las listas de éxitos, Puchades reivindica a Nuevos Horizontes y José Manuel, que quedaron sepultados, a Ia & Batiste, a Brakaman, a Cotó-en-pèl, al modernísimo primer disco de Salvador Domínguez –entonces solo Salvador– cuando aún no hacía heavy o a los canarios El Eructo del Bisonte, quienes tuvieron una mínima repercusión con un single que sonó en Los 40 y nadie les hizo caso, aunque fueran una de las semillas de la new wave que vendrá en los 80».

En opinión de César Campoy, el grupo más representativo de la época es Los Brincos en los años 60 y Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán en los 70. “La importancia de Los Brincos se explica también por todo lo que hicieron después Juan Pardo y Fernando Arbex en los 70 como productores y descubridores de talento”, explica.

Juan Puchades coincide, pero matiza: “Los Brincos fueron nuestros Beatles, aunque han sido olvidados con el tiempo, y Cánovas, Adolfo, Rodrigo y Guzmán es un grupo de culto solo conocido por un determinado tipo de público y por la crítica: ambos abrieron muchas puertas”.

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