Tocado por la mano de Dios

En “Seven Psalms”, el reputado músico neoyorquino Paul Simon interrumpe su retiro con un ciclo de siete canciones encadenadas centradas en su voz y su guitarra

Tocado por la mano de Dios

Tocado por la mano de Dios / Jordi Bianciotto

Jordi Bianciotto

Poco ordinaria es la razón que ha llevado a Paul Simon a decidirse a compartir con la humanidad una nueva pieza de música. Aunque le dábamos por retirado tras el Farewell tour de 2018, un episodio de aspecto fortuito ha precipitado esta suerte de bis discográfico: un sueño, así lo ha declarado el músico, que tuvo una noche y que le impulsó a ponerse a escribir intensamente en diversas y consecutivas madrugadas.

Seven psalms parece una obra surgida de más allá de los confines terrenales, de las visiones en los abismos durmientes y de la conciencia espiritual que siempre ha flotado en torno a la obra de Simon ya desde los días de Mrs. Robinson (“el cielo guarda un sitio para quienes rezan”). Es un disco de siete cantos de alabanza o invocación a Dios (eso, y no otra cosa, son los salmos) enlazados en forma de ciclo de 33 minutos, empezando con una ofrenda divina, The Lord (“El Señor es mi ingeniero / El Señor es la tierra sobre la que cabalgo”), y que culmina con un “amén” a través de la mención a la figura infantil y el augurio de una benéfica eternidad: “El cielo es hermoso / casi como casa / ¡Niños! Preparaos / Es tiempo de volver a casa”.

Diálogo entre vacas

Arropando estos versos con vistas a la trascendencia, un Paul Simon reducido a los mínimos, a su voz, debilitada pero clara a los 81, y a sus guitarras y su dobro. Pulsa las cuerdas con pulcro virtuosismo, en impresionista modo fingerpicking y dejando que, en ocasiones, con extrema discreción, se cuelen instrumentos como la flauta, el cello y esa especie de laúd llamado tiorba, así como percusiones con acentos exóticos de gong y gamelán. Canciones de propiedades balsámicas, que deslizan esbozos de estribillo y vestigios del blues y el folk: ahí está My professional opinion, donde Simon ironiza con la conversación entre dos vacas de un modo que hace pensar en un diálogo propio de las redes sociales.

La mirada censora se manifiesta en Trail of volcanoes, donde observa la “estela de volcanes” y la “explosión de refugiados”, y concluye que “el daño que está hecho / deja tan poco / que enmendar”. Pero estos salmos no están enojados, sino que transmiten un ánimo apaciguador que alimenta un poco más si cabe, en las dos últimas piezas, la voz de su esposa (desde hace 31 años), Edie Brickell.

Con todo ello, Seven psalms, con su portada del paisajista estadounidense Thomas Moran, deja una estela de paz interior, más allá de los fantasmas aludidos, y aunque parece situarse en el umbral de la última morada, no resulta en absoluto siniestro, sino tierno y tranquilizador. Es Paul Simon, en la atalaya de sus días, entregando nuevas y purificadoras canciones siete años después de su última entrega (Stranger to stranger, 2016) por la sencilla razón de que Dios se le apareció en sueños y se las pidió.

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