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No olvidar a Mussolini

La segunda parte de la biografía novelada del Duce escrita por Antonio Scurati cuenta cómo un régimen democrático se transformó en una dictadura fascista

Benito Mussolini.

Las recientes elecciones en Italia que llevan al gobierno a una líder neofascista llevan inevitablemente a evocar los años en los que Mussolini se hizo con el poder en aquel país y convirtió una monarquía democrática en un régimen totalitario. A diferencia de Giorgia Meloni, que ha accedido al poder a través de unas elecciones, Mussolini lo hizo utilizando métodos violentos que obligaron a Víctor Manuel III a apoyar al Duce. Es recomendable leer en estas circunstancias la biografía de Mussolini escrita por Antonio Scurati, cuyo segundo tomo, M. El hombre de la Providencia, se ha publicado recientemente en España

Si el primer volumen, M. El hijo del siglo, terminaba con el asesinato del líder socialista Giacomo Matteotti por dirigentes del Partido Fascista, esta nueva entrega comienza con las protestas de la oposición por este crimen. El volumen abarca los años que van de 1925 a 1931, en los que el fascismo se implantó con fuerza en Italia y liquidó el sistema democrático con el que se gobernaba el país. Mussolini reaccionó a la crisis política derivada del asesinato de Matteoti con la imposición forzada del totalitarismo fascista desde el Gobierno al que había llegado vulnerando las leyes y haciendo uso de la violencia de las escuadras fascistas: “Ya sabéis lo que pienso sobre la violencia –dijo a sus congresistas el 22 de junio de 1925–. Para mí es profundamente moral, más moral que el compromiso y la transacción”.

  • M. El hombre de la Providencia

    Antonio Scurati
    Alfaguara, 592 páginas

Ausente del Congreso la oposición democrática en protesta por el asesinato de Matteotti, el fascismo se impuso con celeridad desde los primeros momentos. En un solo día el Congreso aprobó 2.376 decretos del Duce. En 48 horas el ministro del Interior cerró 95 círculos políticos, disolvió cientos de grupos y organizaciones de la oposición, controló 611 redes telefónicas, registró 655 domicilios y cerró 4.433 lugares públicos. Simultáneamente se secuestraban los periódicos de la oposición, se prohibía la masonería, se disolvía al Partido Socialista y todas las organizaciones contrarias al fascismo y se retiraba el pasaporte a los disidentes: “En menos de cuatro horas la Cámara de Diputados ha demolido todo lo que quedaba del Estado liberal, ha defenestrado a 124 diputados electos y destruido una conquista civil que le había dado una primacía a Italia en el mundo”, escribe Scurati. Poco a poco pero sin tregua se fue fortaleciendo el poder ejecutivo, reduciendo las prerrogativas institucionales de la Corona, prohibiendo las huelgas, creando los sindicatos del Estado fascista. Nacía un sistema totalitario en el que el cuerpo electoral sólo sería llamado para ratificar las decisiones del Gran Consejo del Fascismo. En el verano de 1928 el consejo de Ministros suprimió todos los órganos electivos de las administraciones públicas (“La nación fascista es la nación que no vota, sino que cree, obedece, lucha y, si es necesario, muere”, dijo Mussolini). En 1929 el Duce asumió también la titularidad directa de ocho de los ministerios de su Gobierno. En el ámbito simbólico se impuso la obligación del saludo fascista a los empleados públicos.

Benito Mussolini, pasando revista a las tropas.

Benito Mussolini, pasando revista a las tropas.

Los fastos del IV Congreso del Partido Fascista recuerdan a los posteriores del nacionalsocialismo de la Alemania de Hitler, un político fascinado por la obra y la figura del Duce desde muchos años antes de su llegada al poder.

Una de las novedades de este volumen es el tratamiento de la guerra que Italia libraba en África. A lo largo de todo el libro Antonio Scurati aborda la guerra colonial de Italia en Tripolitania y Cirenaica, los territorios en Libia, con un realismo sobrecogedor cuando narra el sufrimiento de los habitantes de aquellos poblados aplastados por la furia del ejército fascista, las deportaciones de poblaciones enteras y las ejecuciones en masa de los guerreros de las tribus rebeldes, fusilados y ahorcados sin contemplación. La victoria del ejército colonial llegaría utilizando bombas de gas mostaza y creando campos de concentración donde los prisioneros eran torturados y vivían en condiciones infrahumanas.

En el ámbito personal, Mussolini colecciona nuevas amantes: Alice de Fonseca, Magda Brard, Angela Lucciati Curti… una tras otra humilladas y abandonadas. Exhibe su figura a la prensa del régimen: torso desnudo fotografiado cuando participa en los trabajos de la siega. Se cuentan con detalle los varios atentados sufridos por Mussolini (algunos inventados por el régimen), de los que salió milagrosamente ileso; la boda fastuosa de su hija Edda con Galeazzo Ciano, conde de Cortellazzo, la firma del Concordato con el Vaticano, convertido al fin en uno de los pilares del régimen (fue el Papa Pio XI quien proclamó que Mussolini era un hombre de la “Providencia de Dios”)…

Mussolini: "A la gente no le importa en realidad lo que decido por ellos, les basta con saber que existo"

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Resulta patético el retrato que Scurati hace de la caída en desgracia de quienes un día fueron los mejores apoyos de Mussolini, que incluso ocuparon altos cargos con lealtad y sumisión, sobre todo el caso de Augusto Turati, secretario del Partido, doblegado hasta la humillación por inventadas desviaciones sexuales promovidas desde el propio entorno del Duce. Incluso la amante de Mussolini, Margherita Sarfatti, autora de una ditirámbica biografía del Duce, es repudiada finalmente por éste y apartada de los grandes fastos de la cultura y el arte del fascismo, que tanto había contribuido a enaltecer y divulgar.

Más que de un personaje histórico, la biografía escrita por Scurati es el retrato de un régimen totalitario impuesto por la fuerza de la violencia y la manipulación de la política y de los medios, ejemplo para otros regímenes que le sucedieron en el tiempo y el espacio: “No olvides cuando se haga de noche –le dice Mussolini a Quinto Navarra, su ayuda de cámara– de encender la lámpara en mi escritorio y dejarla encendida toda la noche. A la gente no le importa en realidad lo que decido por ellos, les basta con saber que existo”. En España también hubo una vez una lucecita en El Pardo.

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