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Jorge Herralde Editor, fundador de Anagrama

“La felicidad llegó al editar en serio”

"He disfrutado muchísimo. Desde la lectura del manuscrito hasta el trato con los autores. Del diseño de las portadas y de la promoción"

El editor Jorge Herralde. Ricard Cugat

Ya no está en la guerra Jorge Herralde, pero sigue dando la batalla que le corresponde como el gallo que no ha dejado de ser, durante más de 60 años, en el mundo editorial, que él agitó desde que era un muchacho de pelo largo y oscuro como las cubiertas de muchos de los libros que siempre parecieron manifiestos de su gusto e incluso de sus ideas. En la batalla, pues, a sus 87 años, sigue yendo a ferias y saraos, dando entrevistas y consejos, y todos los que tienen la experiencia de verlo y escucharlo saben que su relación con quienes siguen su égida en Anagrama, y sobre todo con Silvia Sesé, su sucesora, es especialmente cercana, como si la marcara una transmisión de pensamientos. Su genio, pues, también acepta que el porvenir cuenta con su experiencia, pero él acepta que ese porvenir son los otros. Hablamos en su casa en lo alto de Barcelona, su cuarto de estar parece una prolongación de la mesa de la que dispuso en la sede de la editorial. Cerca de donde estamos está Laly Gubern, su mujer, su socia, su consejera, y la atmósfera es apacible, aunque él de vez en cuando saca a relucir el Herralde que no ha dejado ser, amarrado al prestigio de su editorial como si fuera la camiseta del mejor Barcelona, pendiente aún de lo que se dice sobre lo que se publica como cuando enviaba tarjetitas a los periodistas para que no descarrilaran el interés que merecen sus pupilos. Los mejores son los suyos, esa es una divisa que no se quita, como si además de en la batalla estuviera todavía en la guerra.

–¿Cómo está viendo el resurgimiento del mundo editorial, después de que muchos vaticinaron que internet acabaría con todo?

–Anagrama ha tenido su mejor año en mucho tiempo. Lo mismo ha pasado con otras editoriales y, además, con algunas librerías que podríamos catalogarlas como librerías de autor. Ha sido algo interesante e imprevisto.

–Es como si las profecías se hubiesen vuelto agua.

–Le daré una explicación elemental: en la pandemia la gente se quedó en casa y descubrió o redescubrió la lectura.

–¿Usted mismo ha leído más a partir de la pandemia?

–Sí. Pero ahora estoy en un periodo incómodo. Desde hace tres meses tengo una serie de problemas oculares y prácticamente no puedo leer. Antes de este periodo, sí que leí mucho. Yo leo sobre libros y edición y escritores. En Francia, cuando los editores se hacen mayores, escriben sobre sus experiencias y… hay algunos libros de ellos buenísimos.

"En la pandemia la gente se quedó en casa y descubrió o redescubrió la lectura"

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–¿Qué hizo que en Francia, y en otros países de Europa, se produjera una generación de editores como la del siglo pasado?

–Es una pregunta difícil. Pero yo creo que se produjo porque en el mundo de la edición, sobre todo en los años 70 y principios de los 80, era un placer coincidir en Fráncfort. Uno se lo pasaba tan bien ahí que he llegado a pensar que, cuando muera, quiero que mis cenizas las lancen al río Main, que es el que atraviesa la ciudad. Porque era el gran lugar de encuentro de los editores, donde uno podía entablar una relación muy estrecha. Ahí estaban los franceses, los italianos, los alemanes, los ingleses… y había que aprender unos de otros, claro. Ahí estaba la mejor constelación editorial independiente y los grandes grupos y los agentes literarios. Al reunirnos todos ahí lógicamente todo se impulsó.

–Yo pienso que también esa gente seguía una línea y no tomaba en cuenta solo las modas. Pero también es verdad que se han adaptado a los nuevos tiempos.

–Fue gracias a dos factores: los autores y los lectores. No defraudar nunca a los lectores y no publicar nunca un libro que no fuese del gusto del editor. Eso fue determinante. Costó, porque algunos no publicaron muchos best-sellers, pero a cambio había la fidelidad de los lectores.

–A lo mejor a ustedes también los juntó la necesidad de una comunicación verdaderamente europea. Era como una comunión internacional de editores. ¡Ese fue el milagro de Fráncfort!

–Sí, sí. Muy bien dicho. Ahí coincidíamos, ahí nos hicimos amigos, ahí empezamos a confiar unos en otros, ahí nos recordábamos libros y sabíamos que no eran malos, porque confiábamos en el gusto de cada uno. Era una profusión de afinidades. No crea que había criterios estrictos. Nos recomendábamos algo y, si nos gustaba, lo publicábamos. No había más misterio. Pero, mire, en los últimos 15 años, por poner un periodo, han surgido muy buenas editoriales con esos mismos criterios. Ahí está Libros del Asteroide, por ejemplo, que no les va nada mal.

–La política europea y los residuos de las guerras, ¿tuvieron algo que ver en esas afinidades?

–Sí. Mire, a principios de los 80 se creó un premio de editores y eso nos unió más. El grupo que más nos veíamos, que viajábamos más a nuestras respectivas fiestas, éramos Inge Feltrinelli, Christian Bourgois, Klaus Wagenbach y yo. Éramos La Banda de los Cuatro, en alusión a los que intentaron montar un jaleo cuando murió Mao Tse-Tung.

–Era una diversión europea.

–Sí, fueron años gloriosos. Al final, a este premio queríamos llamarlo Le Prix des Sept, el Premio de los Siete. Pero Christian Bourgois dijo que en Francia ya había uno que se llamaba así y tuvimos que cambiarlo a Premio Internacional de los Editores. Bueno… ¡qué le vamos a hacer! El primer y único ganador fue un poeta que escribía en alemán, no recuerdo su nombre, que también era traductor de Shakespeare.

–¿Ahora sería posible esa fraternidad europea?

–¿Fraternidad? No sé si llamarla así. Lo que no es posible es lo de dar premios. Ese que le he dicho solo duró un año. Luego se hicieron otros dos, creo. Pero también fueron fugaces.

–¿Hoy se puede hablar de una literatura europea?

–Pregunte a alguien más versado en esto, no lo sé.

–Usted generó el entusiasmo del autor por el editor. ¿A qué le obligaba esa actitud tan cercana al autor?

–No era algo obligado, sino algo autoobligado. Yo, durante unos años, estudié ingeniería industrial, sin ninguna gana, y luego empecé a preparar la editorial. Ya sólo eso me hizo feliz. Y después la felicidad llegó al editar en serio. He disfrutado muchísimo. Desde la lectura del manuscrito hasta el trato con los autores. Del diseño de las portadas y de la promoción. Me volví a entusiasmar cuando empecé a ir a América Latina, primero a México, donde tenía grandes amigos, como Sergio Pitol, Monsiváis y tantos otros. Luego fui a Argentina, pero como en los primeros años de la editorial había dictadura ahí, y también en Chile, salí escopeteado. Porque había censura. Pero eso sirvió para captar autores buenos: "Vengan, que en Anagrama sí los publicaremos".

"No defraudar nunca a los lectores y no publicar nunca un libro que no fuese del gusto del editor. Eso fue determinante"

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–Ahora el deslumbramiento latinoamericano ha llegado a España, ¿no?

–Sí, sí. Hay autores y autoras, como Mariana Enríquez, que es genial. Pero… no sé… creo que se debe dirigir a alguien más experto que yo.

–¡Pero usted fue uno de los primeros que creyó en los latinoamericanos!

–Es posible. Pero fue porque quise publicar a gente que escribía bien. Nada más.

–¿Cómo ve la creación literaria de este tiempo en nuestra lengua?

–Como editor de bastantes libros al año, me ha quedado poco para fijarme en toda la literatura. Me fiaba de la prensa, de los críticos, y así me enteraba un poco. Pero no sé.

–En los últimos años, ¿cuáles han sido sus grandes lecturas?

–Pues los libros de Mariana Enríquez. Porque tampoco es que lea muchas novedades. Y ahora con lo de la vista, pues…

–Durante buena parte de su etapa más fructífera, España fue una dictadura. ¿Cómo se reflejó eso en el catálogo de un editor progresista?

–Anagrama empieza a publicar en el 69 y fue en los 80 cuando ya se podía adivinar el fin definitivo del franquismo, porque después de que murió el dictador todavía se arrastraban cosas, y hubo una ebullición importante. La década de los 80 fue, en Anagrama, espléndida. Pero nosotros no publicamos tanta literatura sino, más bien, varios ensayos. De hecho, el primer libro que me secuestraron fue uno de Chomsky sobre política y lingüística. Bueno, secuestraron ese y otros, como si Anagrama fuese el demonio.

–¿Han venido editores jóvenes a pedirle consejo?

–Sí, alguno. Les estimulo, les felicito.

–¿Y los envidia cuando tienen éxito?

–¡No, no! Me alegro por ellos.

–¿Y a colegas suyos los envidió?

–No, no. A algunos los admiré mucho. A Carlos Barral, por ejemplo. Creo que compré todos los libros que él editó. Esther Tusquets, lo mismo. Me gustaba darme cuenta de que teníamos una visión literaria parecida.

–¿Cómo ha sido su relación personal con la política?

–Más bien tensa, en la juventud. Y luego he estado del lado de la izquierda con una intensidad variable.

–¿Ahora mismo?

–Sí, con una intensidad variable.

–¿Tiene razones para el desencanto?

–Eso no lo trompetearía.

–Hace unos años me dijo que estaba desligado de Anagrama. Obviamente no era así…

–No recuerdo que le haya dicho la palabra desligado. Lo que le dije fue que ya no estaba tanto en el día a día y en todas las decisiones. Pensé que, a los 80 años de edad, alguien debería sustituirme y pensé en Silvia, porque me gusta su trabajo y su inteligencia. Ella aceptó y pasó el filtro de Feltrinelli. Ahora le sugiero cosas, ella me comenta cosas… siempre estamos en contacto. Y jamás diría nada que pudiera perjudicarla.

–¿El encuentro ha sido feliz con Feltrinelli?

–Sí. Aunque, bueno, la relación es buena pero no muy intensa. No intervienen mucho. En todo este tiempo solo nos han dicho explícitamente que editáramos dos libros, por lo demás… tenemos mucha libertad.

–¿Cómo se siente ahora que es el editor que ya hizo todo?

–Bueno, yo no diría eso. Pero si lo quiere decir… se lo respeto. Mire, desde hace unos meses tengo súbitos cansancios que duran mucho y, ahora, los ojos. Así que… con esta salud no sé qué decirle.

–¿Qué libro aconsejaría que se reeditara hoy?

–Me resultaría muy difícil aconsejar algo. Sería casi un desdén para algunos de mis autores. Aunque… bueno… Zambra me mandó un día una novelita y 20 años después es un imprescindible. Tal vez alguno de él.

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