Y después de una condena... la vida

Dos mujeres que pasaron por el centro penitenciario de A Lama relatan cómo han normalizado su situación gracias al apoyo de la Fundación Érguete y su programa de reinserción sociolaboral

Carolina Sertal

Carolina Sertal

La apertura de puertas, lenta, inesperada, y el pesado ruido que dejan a espaldas de la persona que entra en prisión, impacta. Son varios los controles que hay que atravesar, con la incertidumbre de no saber qué habrá detrás, hasta acceder a un patio que recuerda al de un colegio de los 90. Las calles tienen nombre, hay murales que decoran el entorno y, al levantar la vista, es inevitable fijarse en la alambrada que los corona. Un poco más arriba, el cielo. A mano derecha, atravesando los jardines, el recorrido finaliza en el módulo de mujeres del centro penitenciario de A Lama, el mismo recinto en el que Alejandra estudió, se esforzó, ganó confianza en sí misma y logró convertirse en la primera mujer de etnia gitana que aprobaba la ESO interna en prisión.

Ahora vivo, antes sobrevivía. Quiero ser un ejemplo para mi hijo y que me vea trabajar

Reconoce que al principio le daba un poco de vergüenza “ir al colegio” y se enfadaba consigo misma cuando pensaba que no se iba “a enterar de nada”, pero a su lado, las profesionales del Proyecto E. V.A. de la Fundación Érguete no dejaban de repetirle: “Tú puedes”, “tú vales”, “tú sabes”. Alejandra es un nombre ficticio para preservar la identidad de esta joven que cursó Primaria siendo reclusa y que finalmente obtuvo el título de la ESO “con muy buenas notas”, pese a que las ecuaciones le dieron varios días la lata, según comenta. Desde hace más de un año, esta joven ya no recorre ni trabaja en aquel módulo de la cárcel pontevedresa, ya que en la actualidad no está privada de libertad y ha logrado un empleo de camarera de pisos en la provincia, en primer lugar, gracias a sus ansias de superación y, en segundo, a ser una de las usuarias del programa de reinserción sociolaboral que desde hace ocho años la entidad viguesa impulsa en los centros penitenciarios de A Lama, Teixeiro (A Coruña) y Pereiro de Aguiar (Ourense), y del que ya se han beneficiado una media de 50 mujeres.

Si a Alejandra se le pregunta qué ha supuesto para ella poder formar parte del proyecto E.V.A. responde que, “si te soy sincera, a mí Érguete me ayudó psicológicamente más que de ninguna otra manera. Me ayudaron a formarme, hice varios cursos con ellas como el de terapia canina, el de limpieza en grandes superficies o el de auxiliar de geriatría, y gracias a eso salí adelante, pero lo más importante para mí es que se preocupaban de que lo que estuviera haciendo me gustara, de que estuviera contenta, de animarme. Yo gané una confianza en mí misma que antes no tenía”.

Ves complicada la salida porque no sabes qué habrá fuera. Érguete lo ha sido todo para mí

Cuando pensaba en cómo sería su vida cuando volviera a recorrer el camino a la inversa, al dejar atrás aquellos muros, Alejandra cuenta que “creía que iba a ser muy duro encontrar trabajo al haber estado en prisión y, especialmente, por mi etnia. Porque esa es la realidad, que es muy difícil que te den una oportunidad si eres gitana, alguna vez me rechazaron por mis apellidos, pero al final salió, me contrataron e incluso tuve que decir que no a un empleo porque ya tenía otro contrato. Ahora vivo, antes sobrevivía. Quiero ser un ejemplo para mi hijo y que me vea trabajar”.

Alejandra dice que prefiere guardar “lo más bonito de todo” y se queda con que, gracias al apoyo de la Fundación Érguete, cuando estuvo interna en el centro de A Lama tuvo “buenas profesoras y también buenas compañeras” y lanza un último mensaje para las que siguen allí, “que el mundo no acaba en prisión, que intenten sacar cosas positivas, que no todo tiene por qué ser malo”.

Marta, quien también reserva su identidad bajo un nombre ficticio, es otra de las mujeres que han participado en el programa de reincorporación al mundo laboral de la Fundación Érguete. Cada mañana, “como cualquier otro ser humano del planeta”, se levanta y se va a trabajar a diferentes domicilios de la ciudad de Vigo. En unos se ocupa del desayuno, del aseo personal, de vigilar que la toma de medicación es correcta o de la limpieza del hogar, y en otros de dar la merienda a los mayores que atiende o de hacer con ellos paseos terapéuticos.

Esta mujer se formó en atención sociosanitaria durante su estancia en la prisión de A Lama y desde hace dos años mantiene un trabajo estable. Asegura que “cuando estás allí, ves complicada la salida porque no sabes qué habrá fuera. Mi situación era muy complicada, porque tenía un hijo fuera, pero Érguete siempre ha estado ahí, lo ha sido todo para mí”.

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El Proyecto E.V.A. desarrollado por la Fundación Érguete comprende actividades que surgen de las necesidades de la población femenina reclusa en prisiones gallegas, con el objetivo de lograr su incorporación al mercado laboral al finalizar su condena, pero también a mejorar su calidad de vida mientras dura su pena. María Rodríguez es una de las técnicas de igualdad y principal promotora de este programa de la entidad viguesa y explica que, gracias a la subvención a entidades de iniciativa social sin ánimo de lucro para programas dirigidos a mujeres en situación de especial vulnerabilidad de la Secretaría Xeral de Igualdade de la Xunta, “el año pasado se incorporaron al mercado laboral once chicas. De todas las mujeres que estaban en medio abierto, el 90% de las que pasaron por el proyecto E.V.A. acabaron incorporándose a un trabajo”.

Tal y como comenta esta profesional de Érguete, con este programa se proporciona un apoyo formativo a las internas, así como atención psicológica, herramientas de asesoramiento y orientación laboral, acompañamiento en la búsqueda de empleo y mediación intercultural y/o familiar, entre otros. María Rodríguez señala que, en el momento en el que dejan de estar privadas de libertad, muchas veces estas mujeres se pueden encontrar ante “un abismo”. Así, indica que “la primera dificultad que encuentran es la de enfrentarse a una entrevista de trabajo sin decir que han estado en prisión cuando se les pregunta por qué llevan tanto tiempo sin trabajar. Les genera mucha angustia y también tienen mucho miedo a cometer un error en el propio trabajo. Con este programa le damos las herramientas necesarias y hay mujeres que llevan con nosotras ocho años que tienen su empleo totalmente afianzado y una vida normalizada, porque realizamos itinerarios laborales completamente personalizados en función de su formación”.

Asimismo, María Rodríguez no puede evitar hacer referencia a que más del 50% de las beneficiarias del programa han sido víctimas de violencia machista y apunta que “son mujeres muy dañadas a las que acompañamos también mejorando su autoestima y su crecimiento personal”.

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