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Los dos gallegos que pusieron rostro a Catalina Muñoz, la madre del sonajero de la Guerra Civil

El trabajo de Fernando Serrulla y Alba Sanín fue clave para la reconstrucción digital de una mujer fusilada en 1936 y también de un hombre asesinado en la comarca de Vigo en 2019

En primer término, retrato de Catalina Muñoz Arranz, asesinada por las tropas franquistas en 1936.

El binomio que forman los gallegos Fernando Serrulla y Alba Sanín no deja de dar frutos a la ciencia forense. Esta singular colaboración entre un antropólogo forense y una estudiante de Bellas Artes ha permitido a dos víctimas de una muerte violenta descansar en paz —si eso fuera posible después de lo que les pasó—. El trabajo que hacen es un verdadero reto profesional. Con la técnica de aproximación parcial forense consiguen reconstruir mediante un retrato robot los rostros de cadáveres cuya identificación en prácticamente imposible. Lo consiguieron en 2021 en el caso del hombre hallado muerto en un pozo de Porriño y tiempo atrás con una mujer fusilada en la Guerra Civil.

Este primer trabajo tuvo una gran repercusión. Con la técnica de aproximación facial, realizaron un retrato de Catalina Muñoz, una mujer fusilada en 1936. Junto a su cadáver en Palencia apareció un sonajero, el de Martín, el menor de sus hijos, que era un bebé cuando perdió a su madre. Sin fotos de ella, nunca supo cómo era. Hasta hace tres años. El estudio forense del cráneo se tradujo en un dibujo, elaborado a mano, que fue entregado en 2019 a ese hijo ya octogenario que por fin pudo hacerse una idea de como era su progenitora. “La reconozco, se parece mucho a ella”, agradeció entonces entre lágrimas una hermana de Martín de 95 años y que tenía 11 cuando fusilaron a Catalina. “Fue algo muy emotivo, una satisfacción muy grande”, coinciden hoy el antropólogo forense y Alba Sanín sobre ese trabajo.

Un sonajero une a una fusilada por el franquismo con su familia 83 años después

Un sonajero une a una fusilada por el franquismo con su familia 83 años después Agencia Atlas / EFE

La de Catalina Muñoz era la historia de una madre fusilada, de un padre encarcelado, de unos hijos huérfanos, de una niña de 11 años, Lucía, que tuvo que encargarse de su hermano Martín, un bebé de 9 meses, y que en 2019 , con 95 años, pudo llorar sobre los restos de su madre con la satisfacción de saber que por fin ahora tiene donde llevarle flores. Una vida desenterrada y devuelta al lugar que le correspondía gracias a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y a la profesionalidad de Serrulla y Sanín.

Catalina Muñoz Arranz era una mujer de 37 años que en 1936 vivía en el pequeño pueblo palentino de Cevico de la Torre, con Tomás, su marido, y con sus cuatro hijos, entre ellos un bebé, cuando fue detenida, juzgada y fusilada por un vecino de su pueblo, y después enterrada en el cementerio de La Carcavilla de Palencia. Sus restos no se encontraron hasta 2011, cuando el cementerio palentino ya era un parque infantil. En esa fecha fueron exhumados los restos de 109 personas. Los de Catalina Muñoz estaban acompañados de un sonajero de colores y hablaron. Dijeron que Catalina era mujer y madre, una madre y un sonajero que se han convertido en el símbolo de la barbarie de la guerra. "Mi abuela fue fusilada por uno de su pueblo, por venganza, por defender su libertad y sus ideales", manifestó Josefa Díaz, una de las nietas de Catalina, en su entierro.

Con la víctima de la Guerra Civil utilizaron un procedimiento similar para identificar un cadáver en avanzado estado de descomposición encontrado en Porriño en 2021. Pudieron determinar que el cuerpo había sido arrojado allí dos años atrás y que presentaba signos de violencia. Serrulla comenzó por esqueletizar el cráneo y así poder “estudiar de forma más pormenorizada” la lesiones óseas. Un proceso que consiste, explica, en retirar todos los “tejidos blandos”, la piel, el tejido celular subcutáneo, la grasa y el músculo, para quedarse solo con la estructura ósea. Pero esa esqueletización sirvió para algo más. El cráneo estaba en “buenas condiciones”, así que ahí fue cuando empezó a planear la idea de usarlo para hacer un retrato que ayudase a identificar a la víctima, de la que no se tenía ninguna pista.

“Conocíamos la posición y el color de los ojos, la posición y la anchura de la nariz, la posición y la anchura de la boca, la morfología de las cejas... También que, por su complexión, si los pómulos suelen tener entre cuatro o cinco milímetros de partes blandas, en este caso calculamos seis o siete”, explica Serrulla. Pero, aclara, no pretendían hacer un “retrato fiel”. Era imposible.

Un retrato en el que se conjugaron la labor forense y el dibujo digital  

El retrato que permitió identificar a Carlos Alberto V.O., un ciudadano luso que hoy tendría 40 años, fue realizado gracias al examen forense del cadáver y especialmente del cráneo y de la estructura del esqueleto facial de la víctima. Para plasmar ese rostro en una imagen fue clave integrar toda la información científica obtenida sobre el mismo en un dibujo digital del que se crearon varias versiones para su difusión pública.

Es ahí donde entra la destreza de la verinesa Alba Sanín con el dibujo digital. “Representé gráficamente todo el trabajo previo forense”, explica esta joven desde Salamanca, donde estudia. Perfilar el retrato y crear sus distintas versiones –con pelo largo o corto y con barba o sin barba– les llevó un mes. Y el trabajo dio resultado. La madre de la víctima lo reconoció. El cadáver de Porriño ya tiene nombre: Carlos Alberto V.O., un ciudadano portugués de 40 años natural de Viana do Castelo que se había asentado en la comarca de Vigo. Ahora la Guardia Civil busca al culpable de su muerte.

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