El sacerdote Antonio Rodríguez Suárez (88 años) falleció anoche en la residencia sacerdotal Nosa Señora da Guía en la que estaba siendo atendido durante más de 5 años de las secuelas de la agresión recibida al robarle en su parroquia de san José Obrero y santa Rita (octubre de 2016)

Su cuerpo será velado a partir de las 10 horas de mañana, miércoles día 12, en el templo parroquial de San Xosé Obreiro y Santa Rita, de Vigo, en el que a las 11.00 horas tendrá lugar la misa exequial. El entierro será en la parroquia de San Xulián de Cumbraos (A Coruña).

Don Antonio había nacido el día 17 de febrero de 1934 en San Xulián de Cumbraos. Fue ordenado sacerdote en Comillas (Cantabria) en 1963. En la Universidad Pontificia de Comillas en la que estudió, obtuvo las licenciaturas en Teología y en Filosofía Eclesiástica, licenciándose más tarde civilmente en Filosofía y Letras.

De regreso a la diócesis de Tui-Vigo, a la que pertenecía, fue nombrado en 1963, coadjutor de San Miguel de Bouzas y en octubre del año siguiente se le destina al seminario menor san Pelayo de Tui, en donde ejercerá como formador, profesor y rector hasta que en 1970 se le traslada como rector y profesor del seminario mayor San José de Vigo. Entre los numerosos encargos que recibió fue también delegado episcopal de Apostolado Seglar; censor de libros y publicaciones; consiliario de la Junta Diocesana de Acción Católica y director de la Casa de la Iglesia y Residencia Sacerdotal. Desde 1975 y durante muchos años fue para muchas generaciones el competente director de la Escuela de Magisterio de la Iglesia “María Sedes Sapientiae”, así como el Delegado Episcopal de Enseñanza y Catequesis. Fue Director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas “San Agustín” y desde 1997 Canónigo Penitenciario de la S. I. Catedral. En 1997 se le nombró párroco de San Salvador de Teis y desde noviembre de 2005 era Párroco de San Xosé Obreiro e santa Rita de Vigo.

Desde la brutal paliza sufrida por don Antonio en noviembre del 2016, que le tuvo durante algún tiempo en coma inducido y posteriormente imposibilitado de toda actividad normal atado a una silla de ruedas, muchos de sus compañeros sacerdotes y amigos decían después de visitarle: “es un cura bueno, mártir en vida”