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Cuarenta años (y un volver a la vida) para viajar a Canfranc

Un vigués superviviente del accidente ferroviario del 81 en Huesca visita el lugar 40 años después: “La sensación es tremenda”

Arriba, Manuel Pereiro, ayer, en Canfranc

Manuel Pereiro –lo dice sin imposturas, sin caer en frases hechas ni exageraciones– nació dos veces. La oficial, por la que le felicitan sus familiares y colegas, la del DNI, fue un 5 de diciembre de 1960, en Vigo; la segunda, la íntima, la de las cicatrices, la que lo dejó retratado en las páginas de sucesos, se registró un 9 de noviembre de 1981 en algún punto perdido de la provincia de Huesca, entre Zaragoza y Canfranc, donde cumplía con el servicio militar obligatorio. Del primer alumbramiento, como todos, Pereiro no recuerda nada. El otro lo relata con exactitud de guardagujas, minuto a minuto casi, igual que si acabase de vivirlo esta misma mañana tras apurar el café del desayuno. Han pasado cuatro décadas; pero podrían haber sido solo cuatro horas.

Su imagen en 1981, en el hospital de Huesca, tras el siniestro.

“Ocurrió 15 minutos después de dejar la estación de Tardienta. Vimos el camión parado en medio de las vías, en un paso a nivel. Avisamos al maquinista, pero el ferrobús iba a 90 kilómetros por hora y eso, estando más o menos a un kilómetro, no deja ni un minuto para actuar. Me agarré a la barra. Cerré los ojos un segundo. Cuando los abrí tenía las piernas cubiertas de arena, me llegaba por las rodillas. Mi compañero, vasco, no estaba; había salido por la ventana. Entre el golpe y la arena, apenas se veía”.

En un tris, lo justo para que su tren impactase contra un camión lleno de grava y lo arrastrase cerca de 200 metros, Pereira había pasado de ser uno de los pasajeros del ferrobús 4.612 que cubría la ruta entre Zaragoza y Canfrac a ser uno de los supervivientes de un accidente ferroviario que dejó 11 muertos –la mayoría repartidos por el primer vagón, el mismo en el que viajaba Pereiro– y 35 heridos.

Ayer Pereiro celebró ese segundo aniversario. Lo hizo solo, a casi 900 kilómetros de su casa, y con los nervios tan a flor de piel que de vez en cuando le flojea la voz al contarlo por teléfono. A punto de cumplir los 61 años y a las puertas de la jubilación, Pereiro decidió viajar de Vigo a Madrid, tomar allí el AVE a Zaragoza y subirse a un tren –el ferrobús está ya jubilado– con el que cubrió el mismo trayecto que no pudo culminar en 1981.

“Es la primera vez que lo hago completo. Ya lo intenté hace unos tres años. Vine con mi mujer; pero estaban de obras en Huesca y el último tramo tuvimos que hacerlo en bus”, relata. Ayer el viaje fue emocionante no solo por coincidir con la fecha exacta del siniestro del 81; en Canfranc, Pereira tuvo la oportunidad de charlar con el hijo de Antonio Fraga, uno los fallecidos en el accidente. El infortunio quiso que ese día de otoño de 1981, Fraga, de 54 años, maquinista de oficio, viajase entre los pasaje del ferrobús disfrutando de su día libre. Su hijo, Luis, ha seguido su estela y hoy es el jefe de estación Canfranc.

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“En ocasiones aún baja al lugar del accidente. La sensación de estar allí, en Canfrac, con él, fue tremenda. La emoción fue fortísima”, comenta Pereira, y remarca: “En ese momento, tras el accidente, la vida comienza de nuevo”. Prueba de lo cerca que estuvo de la tragedia es que, aunque al abrir los ojos tras el impacto y ver los destrozos en el vagón –entre la nube de polvo y con el estruendo del golpe resonandónle aún en el tímpano–, Pereiro se sentía bien, la adrenalina enmascaraba varias heridas: las dos muñecas y el codo izquierdo fracturados. “En el momento no me dolían”, recuerda. Al día siguiente estaba ingresado en un hospital de Huesca y su foto, con los brazos enyesados, la cara magullada y tendido en la camilla, era portada en FARO.

“En el 81 no había móviles y estábamos en un descampado,en un camino de servicio. No había forma de avisar a nadie del accidente.El ruido del choque había sido tan tremendo, como una explosión, que empezaron a llegar vecinos, ambulancias y una grúa enorme”

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Fue el penúltimo superviviente en abandonar el amasijo de hierros del vagón. Tras él solo salió otro joven del que, desde su asiento, Pereiro solo veía el brazo. Otros compañeros, como un grupo de franceses con el que él y su compañero vasco habían charlado minutos antes del arrollamiento, pasarían a engordar el listado de fallecidos.

Igual que Fraga acabó en el vagón del ferrobús 4.612 por una carambola amarga del destino, Pereiro no debía estar tampoco entre el pasaje del vagón. No habían sido esos sus planes, al menos. Su intención inicial pasaba por haber cogido ese mismo tren la víspera –el 8 de noviembre– tras un permiso de fin de semana en Madrid para visitar a su novia, hoy su esposa.

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El día antes quiso haber tomado uno de los últimos trenes de Madrid con destino Zamora y enganchar allí con el ferrobús de Huesca, pero se quedó sin billetes y le tocó hacer noche en la capital. Fue su primer viaje inconcluso en tren a Canfranc. Ayer cubrió el segundo. No será el último. A pesar del mazazo que vivió en Vicién, de haber “renacido” en las vías, Pereiro volverá a un lugar del que se reconoce prendado. Y en tren. “Ahora que me jubilo, y con todo, creo que el ferrocarril será mi medio”, apunta.

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