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“Siento a Nico como si saliera de mí”

José Antonio, Mónica y su hijo Nico, esta semana en Samil. | // ALBA VILLAR

“Al final esto no es solo por ti, por tus deseos de ser padre, sino por darle la oportunidad a un niño de crecer en una familia”. Así empieza la historia de Mónica y José Antonio, dos vigueses que tras más de tres años intentando tener un hijo biológico, iniciaron en 2010 el largo camino para convertirse en padres adoptantes. Once años después, pasean por la arena de la playa de Samil de la mano de su hijo Nico, quien confía en que esta experiencia, si bien dura pero realmente gratificante para sus padres, le traiga su deseo de tener un hermanito. “Estamos realmente felices de haber tomado la decisión de adoptar pero el proceso ha sido muy complejo, agotador; no estamos en el punto de repetir”, cuentan estos padres.

Su historia

Y es que echando la vista atrás, tan agotadores fueron los siete años de espera hasta la llamada que les confirmó que había un niño para ellos como las escasas cuatro semanas en las que tuvieron que transformar su hogar y su vida para recibir a Nico. “Fue una espera sumamente lenta; iniciamos los trámites en 2010 tanto por la vía de la adopción nacional como internacional. Tuvimos muchas entrevistas sobre si éramos idóneos o no para la adopción, test psicológicos, si teníamos una vida estable, trabajo… A partir de ahí entras en una lista donde por ejemplo para cada país tiene su tiempo”, explica Mónica.

Desesperanza

La finalidad es encontrar una familia idónea o compatible para el niño. Por ello, los tiempos no van todo lo rápido que el menor necesitaría para no crecer lejos de una familia. “Llegamos a darlo por perdido, convencidos de que esa llamada no llegaría. Porque como estés todos los días pensando en eso, revientas. No puedes vivir pendiente de esa llamada”, amplía José Antonio.

La adopción

Pero fue hace cuatro años cuando su móvil sonó. “Nos llamaron de la Xunta, que querían hablar con nosotros. Ahí ya empezamos a ponernos nerviosos, entendimos que había algo más pero tampoco queríamos hacernos falsas ilusiones”, cuenta el matrimonio. En esta entrevista abordaron la edad del niño al que estarían dispuestos a adoptar, así como muchas preguntas sobre su situación actual, que perfectamente podía distar de la que iniciaron hace siete años el proceso. “Yo salí hasta cabreada de esta reunión, nos mandaron leer unos libros sobre la adopción y nada más”, reconoce Mónica.

El niño, la última palabra

Pero una última llamada les confirmó que había un niño esperando por ellos. En solo cuatro semanas su vida dio un vuelco. “Nos hablaron de Nico, que tenía 7 años, sus circunstancias personales, que a diferencia de los demás niños con los que vivía en el centro no tenía más familia… No lo pensamos nada, fue un sí completo”, afirma la pareja. Aunque era Nico el que tenía la última palabra. “Estaba muy nervioso y tenía miedo; la verdad, al principio hasta iba a decir que no, no quería dejar la casa pero sí quería una familia”, cuenta el pequeño.

Primer día juntos

Y llegó el día de conocerse. “Fue realmente emocionante, un cúmulo de sentimientos que no sé ni explicar. Teníamos ese miedo a lo desconocido. Fue muy difícil para todos. El camino en coche por ejemplo no sabía ni qué canción ponerle ni de qué hablarle, hubo un silencio horrible”, recuerdan, ahora con gracia, estos padres.

Aspecto emocional

Su felicidad era tal que nadie los había preparado para lidiar con un niño que no había crecido en el seno de una familia, sino que a sus escasos siete años había vividos situaciones difíciles de imaginar para el resto. “Tenía comportamiento y conductas inadecuadas, no confiaba en nadie ni en nosotros. Tuvimos que trabajar mucho con él, y gracias también al colegio que se enfocaron mucho en la parte emocional de Nico. Esto fue quizás lo que más echamos de menos de las instituciones, un apoyo en el aspecto emocional una vez se produce la adopción. Sí había un seguimiento, pero más formal que otra cosa”, puntualiza Mónica.

Adaptar sus vidas

Ahora, ya completamente adaptado a sus vidas, no pueden sino acordarse con cierta risa de sus primeros días en casa. “Recuerdo mucho el primer dibujo que me hizo, por suerte ahora ha mejorado mucho”, bromea José Antonio, quien también cuenta como adaptaron su estudio para acoger la habitación de Nico. “Él nos había hecho un álbum de fotos con lo que le gustaba y así decidimos decorar su cuarto”, añade el padre. Incluso en estos primeros días organizaron el que sería su primer viaje en familia. “Cuando nos avisaron de la adopción teníamos un viaje por esa fecha, así que por sorpresa le dijimos que nos íbamos a Madrid, al Parque Warner de Atracciones; el pobre estuvo todo el viaje sin dormir por la desconfianza”, cuenta Mónica.

Adopciones en la provincia

Estos vigueses son una de las 445 familias de la provincia que en las últimas dos décadas han adoptado a un niño en España. Tras un trienio de caída, la cifra de adopciones nacionales se duplicó en el último año, pasando de las 7 en 2019 a 14 en 2020. “Cumples mucho más que tu sueño, él no sabía lo que era ir a un cumpleaños, celebrar la Navidad... Les abres todo un mundo de posibilidades a un niño y lo haces feliz. Para mí, Nico es como si saliera de mí”, concluye su madre, Mónica.

“De las setenta familias que solicitaron adopción, el 85% quería un bebé y sano”

Cristina Blanco - Subdirectora Xeral de Política Familiar e Infancia de la Consellería de Política Social

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–Para muchas familias, más duro que el propio tiempo de espera es la falta de apoyo emocional una vez se produce esta adopción.

–Realmente es un tema complejo. Las familias están muy receptivas antes de la adopción y una vez se produce esta asignación se dan cuenta de que el terreno es complicado. Para nosotros es fundamental no interferir en la integración del menor con sus padres por eso contamos con la ayuda de Manaia, una asociación de adopción y acogimiento que actúa de punto de encuentro, de información y apoyo para todas aquellas personas que hayan emprendido estos caminos.

–La idoneidad es clave en las adopciones, ¿es este el motivo de tanta demora en el proceso?

–La gran mayoría de familias demandan niños pequeños, principalmente bebés y sanos, y tenemos muy pocos casos de niños de renuncia al año. El año pasado por ejemplo hubo 13. En situaciones donde las familias que se ofrecen se decanten por niños más grandes, grupos de hermanos o con patologías concretas, la espera es mucho menor. El año pasado, de las 70 familias que realizaron el ofrecimiento , el 85% demandaban a un bebé sano.

–¿Cómo se trabaja con las madres que han decidido renunciar a sus bebés?

–Intervenimos desde el mismo momento del parto porque es una decisión que ya se toma con anterioridad. Sabemos que es un momento muy duro y especialmente sensible para la mujer, no es el momento de tomar una decisión vital. Si sigue adelante con la renuncia, dispone de seis semanas más para meditarlo.

–¿Todos los bebés de renuncia pasan a la adopción?

–La adopción es una medida de protección pero no la única. Debe primar siempre el interés del menor. Aquí tiene también gran importancia las familias de acogida que cuidan al menor hasta que pueda reintegrarse en su familia o si falla esto, se opte por la medida de la adopción.

–¿Es fundamental el papel de estos acogedores?

–Son los grandes desconocidos pero los más importantes, porque no les ponen el posesivo al niño, no lo van a poder integrar como propio en la familia pero sí les dan la oportunidad de crecer en una. Son héroes y heroínas, hacen grandes sacrificios por y para mantener el vínculo del menor con sus familias biológicas. 

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