Sentada frente a una gran tarta y rodeada de toda su familia, festejaba ayer sus 103 años Concepción Val, una pontevedresa natural de Covelo que pertenece a una gran familia de gente longeva (de sus siete hermanos, tres aún viven y uno está a punto de cumplir 100 años).

Desde marzo está en el centro de mayores Agarimo de Vigo, ya que una mala caída hizo que se rompiera la cadera y le tuvieran que poner una prótesis, pero su cabeza está perfectamente y su bisnieta Sara le regala años de juventud con sus visitas. La vida de esta mujer de hierro, como la de otras muchas de su generación, no fue fácil, y prueba de ello son los 12 años que pasó trabajando en Alemania para ganarse la vida como limpiadora de un hospital.

" Guten tag", saludaba ayer Val en perfecto alemán a todos los invitados a su fiesta, un idioma que pese a su avanzada edad no ha olvidado, al igual que tampoco borró de su memoria un antiguo cuento que recitó en voz alta con su hijo Valentín, bajo la atenta mirada de las trabajadoras y sus compañeros de residencia. "Hasta hace poco calcetaba y hacía calcetines con cinco agujas, algo que no es nada fácil. Ella es muy vital y solo tiene algunas lagunas, de hecho cuando cumplió los 100 dijo que iba a vivir otro siglo", comenta con una sonrisa su hija Carmen. Ella es consciente de la vida complicada que llevó su madre, con la que vivió en la misma casa la última década y a la que califica como "una mujer luchadora y con carácter".

Por su parte, Valentín reconoce que su madre solo tiene ojos para su bisnieta, de la que cuenta que consiguió que Val "recuperase 15 años". "A Sara es a la única a la que le hace caso, se entienden muy bien y mi madre siempre atiende mucho a lo que la niña le dice", asegura.

Ayer a las 17.00 esta residencia de mayores viguesa se convirtió en una gran fiesta ya que 103 años no se cumplen todos los días y esta edad hace de Val toda una institución del centro, ya que es la más mayor. "Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz...", cantaban sus compañeros y su familia frente a una larga mesa donde todos esperaban para degustar la exquisita tarta de cumpleaños en la que se podían ver con mucha claridad y grandes números rojos las tres nuevas cifras que forman la edad de Concha, como la llaman cariñosamente sus allegados.

La anciana estaba abrumada por tanta expectación, pero supo agradecerlo soplando la velas y aplaudiendo para mostrar su alegría a todos los presentes. "¿Y mis regalos?", preguntaba divertida a todo el que se acercaba para felicitarla, al mismo tiempo que reconocía que a pesar de que estaba satisfecha en la residencia quiere volver a Covelo, su hogar familiar de siempre y al que volvió con su hermana desde Alemania tras su larga estancia en tierras extranjeras.