Conocí a José Luis Quintela a mediados de los años setenta cuando se me presentó en el entonces Hospital Fco. Franco de Barcelona (ahora Valle Hebrón) para decirme que venía a ocupar una plaza de residente en el mismo Servicio de Neurocirugía en el que estaba yo.

Iba acompañado de Perli (más conocida en nuestra ciudad como Corina Porro), su jovencísima mujer, alta, muy guapa pero en aquel momento no precisamente delgada porque estaba embarazada de 8 meses. Como venían con lo puesto y sin alojamiento, y eran más de las 5 de la tarde, lo único que se me ocurrió fue llevarlos a mi apartamento de la calle Muntaner para que vivieran allí hasta que encontraran otro cobijo. Para aplacar todos los nervios que habían pasado (viaje, embarazo, falta de hostelería, etc.) no se me ocurrió otra idea que sacar un par de botellas de cava y liquidárnoslas entre risas con los efectos que se pueden imaginar. Pasado algún tiempo coincidimos en Madrid (él en el hospital 1º de Octubre y yo en la Clínica Puerta de Hiero de Madrid) continuando aquella amistad que se había iniciado con aquella marea de cava.

A principios de los 80, yo me incorporo como neurocirujano adjunto a la entonces Residencia Sanitaria Almirante Vierna de Vigo, y un año más tarde "aparecen de nuevo" José Luis y Perli para incorporarse, él, al Servicio de Neurocirugía. Desde entonces han pasado los años y muchas vicisitudes tanto en lo personal como profesional. En lo personal, y a pesar de los avatares por los que ha pasado su vida, siempre he admirado esa forma tan suya de enfrentarse a las adversidades; y sobre todo ese sentido del humor tan lleno de inteligencia y gracia que siempre le ha acompañado. En lo profesional, José Luis Quintela ha sido uno de esos cirujanos que en nuestro argot denominamos "de raza" porque son aquellos que a la hora de aplicar el bisturí lo hacen en el sitio adecuado, en el momento preciso y sin dar un paso atrás. De los cientos de operaciones que hemos realizado juntos, me quedo con esa seguridad que te da el tener a un amigo y a un compañero al lado que aún en los momentos más difíciles es capaz de mantener la calma infundiéndote una gran confianza.

En el momento de la despedida, solo te deseo que después de haber atravesado esa luz al final del túnel, te hayas encontrado con un universo cargado de esa tranquilidad que siempre has añorado, acompañado de tus motos preferidas y de esos perros que tanta compañía te han hecho en los momentos difíciles.