Legionarios, esclavos, gladiadores, los dueños de la villa y hasta un Gobernador desfilaron ayer por la Finca Mirambell en la primera representación teatralizada del verano. El espectáculo consiguió transportar a los visitantes a los años de esplendor del Imperio romano. Decenas de personas desafiaron a la tormenta que cayó sobre Vigo horas antes y se acercaron hasta el yacimiento de Toralla para presenciar el inicio de los espectáculos que acogerá el histórico emplazamiento todos los jueves de julio y agosto.

Niños y adultos no se quisieron perder la escenificación de lo que ocurría un día normal en una villa romana. La edad no fue un impedimento para disfrutar del espectáculo. "Nos lo pasamos nosotros mejor que los más pequeños", reconocía Antonio López, que acudió por segundo año consecutivo con su nieto Gerardo. También los había debutantes y a quienes la obra les pilló por sorpresa. "No teníamos ni idea de que hubiese una representación y al dar un paseo por la zona nos hemos encontrado con los actores disfrazados y nos animamos a entrar", apuntaba Víctor Docampo.

El respeto era algo predominante en la época romana y los amos de la villa recibieron a todos sus invitados con pétalos de flores lanzados por algunos de sus esclavos. Uno a uno fueron pasando hasta el interior de la finca, donde les aguardaban innumerables sorpresas.

Los legionarios fueron los encargados de iniciar los actos con una imponente marcha romana. Después llegó uno de los momentos más deseados por los espectadores: la venta de esclavos. En esta ocasión, la dueña de la villa se decantó por una mujer experta en las labores domésticas y por la que pagó una brillante moneda de oro. El objetivo era que todo estuviera reluciente para la boda entre su heredera y el hijo de otra familia acaudalada. La ceremonia, oficiada por una sacerdotisa, contó con todos los elementos característicos de la Antigua Roma.

Durante el banquete nupcial, y después de los bailes, cuatro gladiadores saltaron a la arena para batirse en duelo. Solo podía quedar uno. Tras varios minutos en los que se repartieron patadas, puñetazos y entrechocaron sus espadas, dos de ellos permanecían en pie. Fue entonces cuando el Gobernador, cuando uno suplicaba clemencia, señaló con su pulgar hacia el suelo para que el otro luchador le diese el golpe de gracia y levantase a los espectadores de sus asientos para ofrecer una sonora ovación a todos los figurantes.