Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La vida después de un reimplante

El joven encara "animado" los dos años y medio de recuperación que le esperan y aplaca con largos paseos la inquietud por las incertidumbres

"¿Cómo está la mano?", le preguntan. "Sigue en el mismo sitio", contesta. Se cumple un mes desde que las palas de una amasadora de hormigón de las obras del túnel del AVE en Cercedelo -en el municipio ourensano de Laza- le segaron el antebrazo y Óscar González Quintas no ha perdido el sentido del humor. El mismo que, minutos después de sufrir el accidente y volando en helicóptero hacia Vigo, le llevaba a bromear con la "mano de hierro" que le iban a poner. No se esperaba recuperar la suya, pero el equipo de reimplantes del Hospital Povisa lo logró. Ahora, le preocupa "cómo será el futuro", cuánta funcionalidad recobrará. "De ánimos estoy bien, tengo esperanzas de recuperar bastante, pero queda mucho camino por andar", cuenta. Calculan que serán "entre dos años y dos años y medio". Mientras se enfrenta a los nuevos retos que le plantea la vida cotidiana, combate la inquietud "paseando mucho".

Óscar, que reside en Allariz con su esposa y sus dos hijas, se desplaza dos veces a la semana hasta Povisa para las curas y el jueves volvió a pasar por quirófano, en una de las cirugías secundarias a las que le someterán. El objetivo era unir algunos tendones más, pero "no estaban como tenían que estar" y lo intentarán más adelante. No sabe muchos detalles de la intervención, porque no quiere. "No les pregunto nada, me meto en quirófano y punto, les dejo hacer", confiesa y manifiesta su plena confianza en los cirujanos Enrique Moledo y Beatriz Postigo.

Óscar con su mujer, Rocío, y sus dos hijas, Uxía y Xicela. // Jesús Regal

Lo único que les pide es "no pasar mucho tiempo ingresado". Prefiere estar en su casa, donde le están "mimando mucho", al tiempo que respetan su espacio. En Rocío no solo tiene el apoyo de una pareja, sino el de una psicóloga profesional. "La verdad es que no le hago mucho caso. Lo que hago es pasear mucho y ando más a mi aire, que me hace falta", explica, pero aclara que ella le apoya.

Por el momento, no siente "nada" en la mano. Gracias a los calmantes, tampoco dolor. "Sigo con la misma sensación que al principio, muevo un poco los tres dedos", describe. Este diestro, aspira a "tener la derecha ahí para, por lo menos, hacer algo de pinza". "Tengo las máximas esperanzas de poder coger una cerveza", ejemplifica. También ansía recuperar "un poco de fuerza" para meter las marchas en el coche y volver a conducir, una de las cosas que más echa de menos y los automáticos no le gustan. Al igual que jugar a la consola. "Es lo que más extraño -admite-, con una mano no me da". Recuperar la funcionalidad va a depender mucho de su esfuerzo, le ha advertido el doctor Moledo.

No ha querido esperar a comprobar hasta qué punto lo logrará para buscar alternativas en algo que considera crucial: escribir. Así que se ha propuesto aprender a hacerlo con la izquierda. Un diestro no se percata de las pocas cosas que sabe hacer con la izquierda hasta que no la necesita, resalta. "Entender, se entienden", pero las palabras "despegan" o "aterrizan" a pesar de que él se esfuerza porque discurran recto. Practica "con cuadernos Rubio y cosas así, recalcando números y siguiendo los punto". "Es aburridísimo", opina. Por eso, aprovecha a hacerlo cuando sus dos hijas -Uxía y Xicela- se sientan a la mesa a hacer sus deberes. "Por lo menos, enredo con ellas", apunta. Con lo que va "rapidito, rapidito", es con el móvil. La movilidad del dedo gordo izquierdo sí está bien entrenada. Otra cosa es llegar a la esquina superior derecha de la pantalla.

Uno de los primeros retos de Óscar es aprender a escribir con la mano izquierda. // Jesús Regal

Aunque con esfuerzo, mantiene su autonomía en muchas cuestiones del día a día, como el aseo. "En la ducha me voy apañando yo solo", expone. En otras, necesita algo de ayuda. "Tienen que cortarte la comida", ejemplifica. Sus hijas también le echan una mano. "Tienen que hacerlo si quieren que les abra la botella de Kas, ellas agarran el tapón", relata. O al hacerles el bocadillo: "Uno aguanta el pan y el otro corta". Las tareas de la casa son otra historia. Rocío bromeaba en el hospital con comprarle una aspiradora ligera para que la manejara con la izquierda. "Nada de eso, no puedo, que es un trabajo de riesgo. Si caigo, ¿qué pasa?", se escaquea.

Óscar González en su día a día con las tareas domésticas. // Jesús Regal

A este operario de una de las empresas adjudicatarias de las obras del AVE en Laza se le acaba el contrato el 4 de mayo, pero el laboral no es un tema que le preocupe lo más mínimo en estos momentos. "Solo la mano, la familia y para adelante", destaca. Ya tiene bastante con la larga recuperación que le queda por delante, con alguna cirugía más, rehabilitación y terapia ocupacional.

Los casos de macroreimplante -cuando el corte es por encima de la muñeca-, como el de Óscar, son excepcionales. En Povisa, el centro de referencia para el sur de Galicia en cirugía de la mano y el miembro superior, recuerdan la llegada de cuatro amputaciones de esta magnitud en los últimos veinte años. La dificultad principal del reimplante es que la extremidad amputada y el pacientes lleguen en buenas condiciones y en tiempo para hacerlo viable. La adecuada primera asistencia que recibió Óscar en el centro de salud de Laza y las solo dos horas del desplazamiento hasta el quirófano, lo permitieron. El resto, quedó en manos de unos "fenómenos", como este joven los denomina a los miembros del equipo de Povisa.

Compartir el artículo

stats