Alcanzar la puerta de la Colegiata era ayer misión imposible desde media hora antes de la salida de la procesión del Cristo de la Victoria. Miles de fieles abarrotaban el entorno del templo para realizar sus ofrendas y promesas o agradecer los favores del santo. "Me ofrecí al Cristo hace quince años cuando mi marido consiguió salió de un grave accidente laboral que le mantuvo dos meses en la UCI, donde llegó a estar clínicamente muerto. Estoy segura de que fue gracias a él y a San Roque, por lo que siempre les estaré agradecida", afirma la viguesa Ángeles Graña, mientras trata de acercarse a la concatedral junto a un grupo de amigas desde la calle Triunfo.

Cada una de las miles de personas que cada año acuden a esta tradicional procesión tiene un motivo que refuerza su devoción por la figura del Cristo, la imagen religiosa más venerada de Vigo. Pedro Lorenzo realiza el recorrido descalzo junto a su familia, siempre fiel desde que era niño. "Para mí el Cristo de la Victoria es lo más grande, y por eso llevo viniendo más de medio siglo siempre descalzo, como me inculcó mi madre como sacrificio al santo. Si un año no viniera me faltaría algo, y este no es un sentimiento solo mío, es de todos los vigueses", señala.

Desde primeras horas de la tarde los fieles ya formaban una interminable hilera por las calles del recorrido portando sus velas. Así, muchos coincidieron el final del trayecto con la salida del Cristo, poco después de las siete y media. Para evitar las multitudes muchos optaron por contemplar la lenta marcha desde las aceras de las calles o desde los balcones de sus casas. "Nosotros la hacemos antes porque luego hay aglomeraciones y porque se hace muy tarde para los niños. Es una tradición que pasa de generación en generación, de padres a hijos, así que espero que ellos la continúen en un futuro con mis nietos", comenta José Varela tras realizar el recorrido con su hija Sandra, de 11 años. "Estas tradiciones religiosas son muy bonitas y sería una pena perderlas. Además sirven como reclamo turístico de la ciudad, ya que cada año atrae a miles de personas al margen de la devoción que se pueda sentir por el Cristo", puntualiza.

Fervor generacional

La familia Chamorro reunió ayer a tres generaciones para la cita religiosa. "Venimos porque es una tradición... Puedes ser creyente o no, pero el Cristo de la Victoria para los vigueses es algo muy importante y siempre que podemos no faltamos", indica María José Chamorro.

Hay fieles que hasta condicionan sus vacaciones a la cita con el Cristo, como José Luis San Ginés y Mari Luz Suárez. "Nunca faltamos a esta procesión, hasta el punto de que siempre la tenemos presente cuando planificamos el veraneo. O nos marchamos antes o después, pero jamás nos vamos de viaje en el primer domingo de agosto", señala. Acompañados por su amiga Carmen Santos, muestran su satisfacción por ver en los últimos años una mayor presencia de niños y jóvenes en esta cita religiosa. "Cada vez se ve a más juventud implicada, con sus velas y realizando promesas. No sé si tendrá que ver la crisis y que cuando la gente está desesperada se agarra a todo y viene a pedir trabajo al Cristo, pero sea por lo que sea es muy importante que acudan las nuevas generaciones para que perdure la tradición", señala José Luis.

Aurelio Martínez y Eva Veloso esperaban la salida de la imagen religiosa junto a la Colegiata junto a su hijo Álvaro, de 13 años. "Llevaba unos veinte años sin acudir a la procesión, aunque suelo asistir a la misa solemne de la mañana. Pero este año decidimos venir al recorrido porque mi madre falleció hace un año y medio y siempre venía, así que asistimos en su memoria", explica Aurelio. Su hijo es el primer año que realiza la procesión y confiesa que el camino se hizo largo, aunque repetirá en próximas ediciones. Como los miles de vigueses que cada año abarrotan las calles para acompañar con ritmo pausado uno de los símbolos de la ciudad.