Remedando al inolvidable Pazos, personaje encarnado por Manquiña en Airbag, en el PP gallego "lo mismo te dicen una cosa como hacen otra". Durante años desde la Xunta se había mantenido un discurso aeroportuario centrado en tres ejes: coordinación, complementariedad y rechazo absoluto a subvencionar a las compañías para captar nuevas rutas. Para el Partido Popular, la existencia de tres terminales en una comunidad -dos de ellas en una misma provincia, a apenas 60 kilómetros de distancia, un caso único en España- debería entenderse como una oportunidad y no un obstáculo. Pero para eso había que huir de ese "localismo rancio y casposo" -personificado en el regidor Abel Caballero- y apostar por la colaboración. Galicia como ciudad única. Ése, otra vez en palabras del genial Paziños, era el "conceto"... Hasta que dejó de serlo.

Durante años el paisaje aeroportuario gallego estuvo condicionado por un apoyo económico descarado y discriminador de la Xunta -la del PP pero también la del PSOE, con Emilio Pérez Touriño a la cabeza- a Santiago para crear la gran terminal de Galicia. Así, las cifras de pasajeros iban engordando en la misma medida que lo hacían las cuentas de las aerolíneas que decidieron operar ahí atraídas por el maná de los fondos públicos.

Lavacolla crecía, pues, a costa de prevalerse de una competencia desleal mientras Alvedro y,fundamentalmente, Peinador asistían, maniatados, a su declive... Hasta que Carlos Negreira, del Partido Popular, accede a la Alcaldía de A Coruña y decide enviar a la papelera el discurso de su partido y tirar de la chequera municipal. Alvedro iba a crecer por... euros.

Ofensiva de Negreira

Así en 2013, en una suerte de peineta aeroportuaria, firma un convenio con Juan José Hidalgo, presidente de Air Europa, para que enlace Alvedro con Madrid. El regidor herculino le enchufa una millonada al empresario y éste coge sus aviones de Peinador y se los lleva a Alvedro. Entonces en el PP gallego nadie abrió la boca, aunque el conceto de la coordinación seguía ahí.

Negreira le cogió el gusto a eso de firmar acuerdos. Hasta tal punto que hoy las cuatro compañías que operan con Alvedro -TAP, Vueling, Air Europa e Iberia- están subvencionadas. O sea, que vuelan con combustible pero también con euros de las arcas públicas. Y en ese afán le ha dado lo mismo competir o incluso arrebatar destinos a Santiago, en manos de un compañero del PP. Retener el bastón de mando de A Coruña bien vale esa deslealtad o ponerse la matraca de la coordinación por montera.

Mientras Negreira se movía a sus anchas, Santiago seguía viviendo de las rentas de la subvencionada Ryanair -aerolínea que concentra más del 50% del pasaje de Lavacolla. Y Peinador, gracias en gran medida al veto pertinaz de un PP local que seguía en Babia, proseguía en caída libre. A este empeño por vender en Vigo un conceto que en Santiago y en A Coruña nunca coló, contribuyeron un pequeño pero ruidoso grupo de empresarios olívicos, ofuscados con la idea de que Peinador debía ser un aeropuerto de mercancías, algo que nadie que tenga un mínimo conocimiento del sector entiende ni defiende.

El paradigma de ese paripé coordinador -"así como digo una cosa, hago otra", ¿recuerdan?- quedó inmortalizado en mayo de 2013, cuando Agustín Hernández, conselleiro de Infraestructuras, preside una reunión de los alcaldes de las tres ciudades que se llamó pomposamente comité de rutas. Una mera teatralización cuyo valor real quedó claro apenas un día más tarde, cuando el entonces regidor de Compostela, Ángel Currás, recibía en la pista de Lavacolla el primer vuelo de Turkish Airlines, una compañía cuya llegada ha estado rodeada de gran opacidad. Aunque los expertos aeroportuarios no tienen la mínima duda: hubo pasta de por medio.

Giro del PP vigués

La situación se volvió tan esperpéntica que hasta el PP de Vigo acabó viendo lo que realmente estaba pasando: que sus conmilitones coruñeses y compostelanos se la estaban jugando. "Sí, fuimos los más leales con la Xunta, pero también los más tontos", resumiría un día un dirigente vigués. Así que decidió apoyar al gobierno local en la búsqueda de aerolíneas cuando una gran parte del mercado ya estaba copado. Por entonces el clamor ciudadano en Vigo era ensordecedor. Finalmente Volotea llegaría a Peinador en el verano de 2014 y con ella la ciudad se subía también al carro de las ayudas públicas. Y en unos meses se unirá Air Nostrum. Ya se sabe, subvencionar o morir.

Pero el golpe de gracia a la sacrosanta coordinación lo fue a dar precisamente el padre del conceto: Agustín Hernández. Si en su etapa de conselleiro se erigió en el gran valedor, desde que aterrizó de rebote en la Alcaldía de Santiago, y en un insólito ataque de amnesia, se ha lanzado a inyectar fondos municipales -o no tan municipales- a las compañías. Y cuando alguien le reprocha esa flagrante contradicción, Hernández recomienda que cada alcalde se centre en resolver los problemas de sus propias ciudades y se olviden de las demás. Vamos, que sean localistas.

Además, el regidor compostelano parece haberse caído del guindo -sin duda empujado por el ardor subvencionador de su colega Negreira- y admite ahora que los aeropuertos se rigen por "el mercado". O sea, la oferta y la demanda, que en este caso se traduce en "si te pago, vienes; y si no, te vas". Un giro copernicano en una posición política difícilmente sostenible que sólo se entiende por la inminencia de unas elecciones en las que tiene harto complicado revalidar la mayoría absoluta de un gobierno local hecho trizas por sentencias judiciales vinculadas a la corrupción.

Así que un lustro después, las tres ciudades compiten a calzón quitado, pero todavía en desigualdad de condiciones, por captar aviones, rutas y pasajeros. Ésta es la realidad. Y como dice Pazos/Manquiña, "a los hechos me repito".

Ya nadie recuerda aquel eslogan de la Galicia única. Sólo Núñez Feijóo, pero con la boca pequeña, defiende que el futuro pasa por... sí, la coordinación. Y lo dice mientras sus propios alcaldes van a lo suyo. Incluso se pelean. Porque están en juego sus sillones. Y eso es lo que de verdad importa. Lo otro era sólo un conceto.