Quedan muy lejos aquellos filántropos que donaban su patrimonio artístico a la ciudad de Vigo, quizás porque aquella necesidad de reconocimiento social hoy esté encubierta bajo los intereses del mercado. Desde los legados del Marqués de Alcedo, Fernando Quiñones de León, con la donación del Pazo de Castrelos; de Policarpo Sanz con la donación de su gran colección de arte que incluyen importantes cuadros de pintores flamencos, franceses, italianos y gallegos, hasta tantos otros filántropos vigueses, la generosidad era el único egoísmo legítimo. Pero, ¿pueden los filántropos servir de modelo y referencia en estos tiempos revueltos de recesión sistémica?

FARO DE VIGO, en artículo publicado tras la desgraciada fusión de las cajas gallegas, decía que la Obra Social de Novacaixagalicia tenía en su haber 5.500 obras pictóricas, escultóricas, de grabado o fotografía que ha heredado directamente de la colección Caixanova. Se trata de un ingente patrimonio con más de 4.000 piezas de artistas que constituye una de las colecciones de arte gallego más importantes para estudiar los siglos XIX y XX. Están todos los artistas contemporáneos en dicho patrimonio , representados con sus obras emblemáticas. Desde los espectaculares óleos de luminaria romántica de Villaamil del siglo XIX a composiciones de Urbano Lugrís. Esta colección Caixanova alberga también obras fundamentales como las de Sotomayor y Serafín Avendaño u Ovidio Murguía, Laxeiro y otros. Dibujos y óleos de Castelao están representados en esta colección, de la que tampoco escapa Eugenio Granell.

Si los fondos artísticos de la Obra Social tienen su origen en Caixanova es porque la colección de arte de Galicia en Caixanova ha sido adquirida con fondos de la Obra Social, con fondos del ahorro de miles de vigueses que no pueden permitir que tal valor artístico se disipe, desaparezca, vaya en el lote de activos y pasivos a un banco o sea adjudicado al tenebroso afán especulativo del hombre más rico.

Posiblemente la peculiar maquinaria del FROB, cuyos entresijos son tan desconocidos como la cueva de Alí Babá, comprenda este extraño trasiego de bienes culturales que éticamente pertenecen a la sociedad viguesa y que el único lugar garante para su disfrute popular sea el Museo de Castrelos. Aquella, nuestra Caja, no tenía Fundación, todo era patrimonio de Caixanova, con una valoración simbólica de una peseta. Estos activos culturales no pueden ser considerados un bien económico de la nueva empresa para obtener benefícios.

La Caja de Ahorros Municipal de Vigo ha escrito en la historia de esta Ciudad largos capítulos de generosidad; desde su obra social hemos vivido todo el amplio arco de espectáculos, ayudas e inversiones culturales, instituciones artísticas?; todo esto también tiene un nombre: salario indirecto que los vigueses hemos dejado de recibir.

La dirección de Novacaixa debiera corresponder con la misma generosidad que recibió de una sociedad más que centenaria. Lo peligroso es que la generosidad con las obras de arte también puede ser un gran negocio o ambición disfrazada de intereses pequeños, como la colección de arte del pintor Carlos Maside, cuya familia rechazó sospechosamente la custodia que venía ejerciendo el Museo de Castrelos desde el año 1968, tras la intervención de Valentín Paz-Andrade.

Por lo general, la banca no entiende de generosidad, ni sabe una palabra de Obra Social. Si la banca es ciega con los intereses colectivos, qué podemos esperar con la sensibilidad ante los acontecimientos culturales, con el arte, sin que medie el valor intrínseco de las obras de arte. Es posible que todavía queden restos de esa generosidad cultural en Novacaixa, porque si no lo remediamos el mercado se encargará de dispersar el contenido de estas colecciones de arte que, adquiridas fundamentalmente con el dinero de los ahorros vigueses a lo largo de los años, hoy están en la penumbra, como obras maestras invisibles para la sociedad y bajo el acecho de interesados especuladores.

*Publicista, exconsejero de Caixanova