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El enemigo, 24 horas encerrado en casa

Los hijos que maltratan a sus padres aumentaron durante el confinamiento | Las familias gallegas víctimas de la violencia filio-parental pidieron un 25% más de ayuda profesional

Dos psicólogas atienden a una madre y su hijo, en una imagen de archivo. Marta G. Brea

Las rabietas, enfados, golpes al mobiliario de la casa, gritos e insultos por parte de hijos a padres aumentaron considerablemente durante el confinamiento en Galicia. Incluso la violencia física. Sin ir más lejos, el proyecto Conviviendo, el servicio gratuito para las familias víctimas de la violencia filio-parental de la Fundación Amigó, ofreció un 25% más de ayuda profesional durante esos meses en la comunidad gallega. Y todavía hoy le llegan nuevos pacientes cuyos problemas florecieron en el tramo más duro del estado de alarma declarado en marzo. “Entonces, muchas familias optaron por espacios no compartidos. Por que el hijo viviera y fuera el dueño de la casa de noche, y los demás, por el día. Casi no se encontraban, para evitar conflictos. Así han ido sobreviviendo. Y es en este momento, con la vuelta a la normalidad, cuando nos empiezan a venir este tipo de solicitudes”, cuenta José Antonio Morala, director del programa en Galicia, con sedes en Vigo y A Coruña.

Con tres años de experiencia en la autonomía, y tras haber tratado con casi 300 familias en riesgo de exclusión social, durante los pasados meses de marzo y abril realizó más de 550 intervenciones, una media de más de diez diarias para mediar telemáticamente en los conflictos entre padres e hijos y para que los clanes pudiesen recuperar el vínculo afectivo. Esto supone un incremento del 25% respecto a ese mismo periodo del año pasado. En este sentido, los psicólogos del proyecto observaron que, durante el confinamiento, la mayoría de familias vivieron una “montaña rusa de emociones”. Es decir, picos muy irregulares de tensión en la convivencia, seguidos de momentos de calma y, posteriormente, vuelta al conflicto. En total, de marzo a junio las consultas se aproximaron al millar, cuando hace dos años apenas habían sido poco más de 700.

“Con las familias que llevamos trabajando desde hace meses o un año no hubo tantas tensiones. Pero los casos que habíamos empezado a intervenir poco antes del confinamiento, en enero y febrero, sí que hubo un incremento de la violencia verbal y física. Eso nos hace pensar que aquellos que están sin intervención y no han recibido ayuda se habrán acentuado aún más”, destaca Morala.

Además, desde Conviviendo también percibieron un incremento de las mediaciones en crisis a medida que los días de encierro se sumaban al calendario. Es decir, de aquellos servicios que no estaban programados, pero que se producen ante una situación que está fuera de control. “Las sesiones para tratar dificultades de convivencia aumentaron cerca de un 60%, frente a una disminución de las sesiones que significan una evolución más natural y positiva en el proceso de intervención”.

“Ha habido familias con las que hemos tenido que estar tres o cuatro días seguidos hablando con el muchacho y la madre, dando apoyo e intentando reconducir la situación”, manifiesta Morala. Asimismo, desde la Fundación Amigó destacan también la existencia de familias que, pese haber finalizado su tratamiento, se pusieron en contacto para solicitar una serie de pautas educativas dada la excepcionalidad de la situación. Consultas que estuvieron orientadas a la gestión de las rutinas diarias y a compaginar momentos de intimidad con otros compartidos.

Normalmente, las situaciones problemáticas más habituales derivan de problemas de comunicación, convivencia, consumos abusivos de sustancias tóxicas, exceso en el tiempo de ocio o separaciones y divorcios. En el caso específico del confinamiento, las circunstancias que provocaron mayor roce tuvieron que ver con no poder salir a la calle ni de fiesta con amigos y el desajuste de horarios: el tiempo dedicado a los estudios y a las redes sociales y el juego online. “Ha pasado con varios que se han escapado de casa por conflictos muy grandes con los padres”, señala Morala.

El perfil de estos jóvenes es el de un adolescente de unos 15 años, mal estudiante y con alguna adicción. Sin embargo, cada vez se dan casos más tempranos de violencia filio-parental, protagonizados por pequeños de únicamente siete años que ya pegan a sus adultos.

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