"Te pueden contar diez mil historias del Everest y cada uno contará su propia vivencia. Para mí fue una historia muy especial porque llevaba siete años apuntando hacia aquella montaña. Me acuerdo de cada paso que di, porque mi cabeza era como un ordenador que iba analizando todo: el terreno, la progresión de las nubes€". Así recuerda su ascensión al techo del mundo la alpinista viguesa Chus Lago, la tercera mujer del mundo que llegó a la cima del Everest sin la ayuda de oxígeno.

Cuatro gallegos han conseguido en las últimas décadas emular la gesta del neozelandés Sir Edmund Hillary y el nepalí Tenzing Norgay Shera, los primeros en alcanzar la cumbre de la mítica montaña del Everest (8.848 metros) hace ahora 60 años. El primer alpinista gallego en conquistarlo fue Jerónimo López, en 1988; en la década siguiente lo lograron el lucense Ramón Blanco (1993), el porriñés Jesús Martínez Novas (1996) y la viguesa Chus Lago (1999), autora de dos libros sobre la montaña más alta del planeta: "Everest, fuera de la tierra" y "Una mujer en la cumbre".

Jesús Martínez Novas llegó a la cima del Everest el 23 de mayo de 1996, dentro del proyecto "Desafío 2000" compartido con su hermano José Antonio de coronar los 14 "ochomiles" en el plazo de un año. "Elegimos la ruta normal, por Nepal, y nos dirigimos hacia la arista sureste; mi hermano tuvo que desistir por un problema de visión que se produjo en plena ascensión", explica Jesús, que tuvo que hacer varios intentos para alcanzar la cumbre.

"La primera vez que ataqué la cima no me aguantó el cuerpo y las tres siguientes tuve que dar vuelta por el mal tiempo". Y es que tuvo que enfrentarse a vientos gélidos de entre 120 y 180 kilómetros por hora. "Pasé mucho frío; tenía que mover los dedos de las manos y de los pies para evitar la congelación", recuerda. "Llegué a la cima -continúa- sobre las 13.30 horas después de once horas de subida. El día era bueno y decidí esperar por un sherpa que hacía cumbre por décima vez y por un alpinista sueco", añade Jesús, que recuerda también que se quedó ensimismado ante el espectacular paisaje que se divisaba desde lo más alto".

Sin oxígeno

Chus Lago, por su parte, inició su relación con el Everest en 1992, cuando formó parte de una expedición de 14 alpinistas gallegos. "Era una montaña que en principio no tenía en mente, porque iba siguiendo una progresión paulatina con otras metas, y cuando estuve allí y vi la cara sur me pareció todo excesivo: había unas 500 personas en el campamento". Le sorprendió ver a tanta gente porque ella estaba acostumbrada a ir "en solitario o en grupos muy pequeños y no me gustó la experiencia porque era incongruente con mi filosofía".

Pero durante aquellos días tuvo la oportunidad de caminar sola por la montaña y fue sacando sus conclusiones: "tenía claro que iba a volver a esa montaña, pero sin oxígeno y siendo mi propia jefa de expedición".

Entiende la actual edil viguesa de Medio Ambiente que en algunas montañas emblemáticas el montañismo está dejando paso al turismo. "Como sucede en la sociedad, se busca el éxito rápido, poner un punto de no sé qué en mi vida€ y el montañismo que rodea ciertas montañas ya no se le puede llamar montañismo. Hay alpinistas y otro tipo de personas que practican una especie de turismo. Si el Everest es la montaña más alta, el reto por excelencia, y vas con gente que te resuelve todas las dificultades, utilizas oxígeno, tienes toda la ayuda posible y más€ ¿qué vas a buscar allí? Lo que obtiene a cambio no es el Everest, es una mentira. Lo que se da en el Everest y en algunas otras montañas de moda es turismo puro y duro".

En 1998, seis años más tarde de su primera aproximación, Chus Lago viajó al Himalaya con la idea de ascender el Everest sola y sin oxígeno Era otoño, soplaba mucho viento y le fue imposible llegar a la cima. Pero Chus se prometió a sí misma que dentro de seis meses volvería. Y así lo hizo en mayo de 1999. A los seis meses estaba de nuevo allí. Había entrenado muchísimo y tenía muy claro que intentaría alcanzar la cima sin utilizar oxígeno.

Efectivamente, coronó el Everest el 26 de mayo tras una ascensión sin oxígeno y sin equipo de apoyo, acompañada tan solo por un sherpa. Recuerda perfectamente todo lo que iba pensando al aproximarse a la cima: "Iba al 8 por ciento de mi capacidad física y recuerdo cada uno de los pasos que iba dando. Entre otras cosas pensaba que era una meta que tenía desde que era niña y dormía en una tienda de campaña en las montañas gallegas".

Asegura que lo que se siente al hacer cumbre en el Everest "no se puede explicar con una sola frase. Nadie sube allí para ver un paisaje. Y si en algún momento me movió el ser la primera, cuando llegas a la cima es algo tan íntimo que me daba igual estar o no en una lista".

Chus Lago llegó a la cima apenas unas semanas más tarde de que una expedición estadounidense localizara el cadáver momificado de George Mallory, que había perdido la vida en 1924 cuando intentaba superar la pared norte.

Muerte en la montaña

Aquel año había sido uno de los más secos de las últimas décadas en la zona, por lo que salieron a la luz 17 cadáveres de alpinistas fallecidos en sus intentos de alcanzar la cumbre a lo largo de la historia, entre ellos el del célebre Mallory. "Pude ver 8 de los 17 cadáveres -recuerda Chus- y te impresiona porque se encontraban perfectamente conservados. Das un paso, respiras con dificultad y te encuentras junto a ellos. Cuando pasaba por delante de esos alpinistas fallecidos pensaba que era gente preparada, y ¿qué les pudo haber pasado?€ agotamiento, exceso de confianza. Y ahí nadie te puede rescatar". Explica la alpinista viguesa que cuando se va con oxígeno se tiene una sensación de seguridad "que te hace un poco prepotente y se asumen riesgos que pueden llevarte a la muerte.

Pero Chus Lago prefiere evocar la satisfacción que sintió al llegar a la cumbre. "Cuando llegas arriba es fantástico, y al mismo tiempo casi habría preferido no llegar para mantener ese reto. Luego lo sustituyes por otros retos igual de emocionantes y te repones. Estaba en cierto modo triste porque ya lo había conseguido. Pero me enseñó de mí un montón de cosas: había superado miedos, había pasado terremotos, avalanchas, había visto cadáveres€ No solo el tiempo que pasas allí, sino toda la preparación previa, todos los intentos anteriores. Comes, duermes, vives solo para esa montaña. Es que si te dedicas a otra cosa no llegas nunca", concluye la alpinista viguesa.

La gesta tardía de Ramón Blanco

En 1993, a los 60 años, coronó el Everest y fue, hasta 1998, el alpinista de mayor edad en lograrlo. La del mariñense Ramón Blanco (Xerdiz, Lugo, 1933) fue una vocación tardía, pues no se inició en el montañismo hasta los 33 años. En 1964 ascendió al volcán Popocatépetl (5.465 m.) de México, país en el que fijó su residencia huyendo de la revolución en Cuba, adonde había emigrado a los 17 años. Desde 1970 vive en Venezuela y fue la bandera de ese país la que colocó en la cima del mundo. Allí coincidió con el famoso montañero vasco Juanito Oiarzabal, que le ayudó en el descenso. En 1991 ya había subido al Broad Peak (8.051 metros) y en 1998 alcanzó la cumbre del Gashembrum II (8.034 m.). Hace poco más de un lustro completó la ascensión a las siete cimas más elevadas de los siete continentes. El dinero para las múltiples expediciones en las que participó lo ahorró con su trabajo de lutier, construyendo cuatros (instrumentos de cuerda típicos de Venezuela) y durmiendo dos o tres horas al día. También practicó la espeleología y maratones de montaña.

Del Everest a la Antártida

El geólogo y alpinista Jerónimo López Martínez (As Pontes, 1951) fue el primer gallego en coronar el Everest. Lo hizo el 14 de octubre de 1988 formando parte de la expedición Everest'88-Epson, de la que también formaban parte Nil Bohigas y Lluis Giner. Alcanzaron la cima siguiendo la "vía original", la que utilizaron Hillary y Tenzing hace ahora 60 años. Los montañeros españoles recibieron la felicitación del Rey Juan Carlos, al que respondieron desde la cumbre con el siguiente mensaje: "Hemos tenido éxito en izar la bandera de España en la cima del mundo. Esperamos tener un descenso fácil". Jerónimo López fue también el primer gallego en hacer un "ochomil" al llegar a la cima del Manaslu en 1975. Aunque se fue a vivir a Madrid de niño, la mayor parte de su familia sigue viviendo en Galicia, por lo que viene con frecuencia a visitarles. En su labor como geólogo, en el año 2002 recibió el Premio Príncipe de Asturias por su labor como vicepresidente del Comité Científico de Investigaciones Antárticas (SCAR).