Hace poco más de dos semanas, se colocaba en Toledo la primera piedra simbólica de la construcción de un remonte mecanizado para que los peatones accedan en unos minutos desde un aparcamiento disuasorio en Safont al casco histórico de la ciudad. Compostela, también ciudad Patrimonio de la Humanidad, tiene un problema parecido, aunque en este caso lo que haya que unir con el casco urbano sea la Cidade da Cultura, una infraestructura que, pese a estar abierta al público desde enero de este año, cuenta con un único acceso que comparten peatones y vehículos rodados y con un servicio de transporte público limitado.

Lo más práctico hasta ahora es llegar en coche, porque la frecuencia de los autobuses no permite excesos. Los sábados –y eso si son laborales, porque los festivos el servicio ni siquiera existe– perder el C5 que pasa a las 12:00 horas por el ensanche implica tener que esperar hasta el lunes para quienes no dispongan de vehículo o no tengan ganas de caminar durante un poco más de media hora. La frecuencia no mejora demasiado en un día laboral, cuando la línea C9 ofrece tres servicios más.

La Cidade da Cultura, además, cuenta con una dificultad añadida: está separada del casco urbano de la ciudad por las Brañas del río Sar, ese al que cantaba Rosalía. Además, antes de acceder a esa área, en la que se ubica también el Multiusos del Sar y que conserva usos y construcciones rurales y cuyo entorno ecológico ha motivado su protección por parte del Concello, la Avenida de Lugo y la vía del ferrocarril actúan como murallas que solo dos pasos subterráneos permiten salvar.

Hasta el momento, ideas para facilitar la vida del visitante de la Cidade da Cultura no han faltado y casi todas tenían un objetivo en común: evitar a los peatones las cuestas, un defecto con el que venía equipado el complejo desde el momento en el que se eligió para su ubicación la cima del monte Gaiás.

Hace dos semanas se presentó la última, hasta ahora, sugerencia. El arquitecto Carlos Henrique Hernández, a partir de una idea del escultor José Francisco López "Francés", planteó la posibilidad de una pasarela peatonal acristalada dividida en dos partes que uniría el casco histórico de la capital gallega con el complejo de Eisenman. A juicio de los autores del proyecto, aunque los viandantes no se podrían librar de una ligera pendiente, todo serían ventajas: no necesitaría energía para su funcionamiento ni personal de mantenimiento, el impacto visual sobre el río Sar sería mínimo, podría ser utilizada en cualquier condición meteorológica por estar cubierta e incluso sería compatible con un teleférico que partiese desde la estación de ferrocarril.

Precisamente el teleférico es la niña de los ojos del alcalde de Santiago, Xosé Sánchez Bugallo, quien sin duda tiene en mente el éxito de estos dispositivos entre los turistas de Dresde o de Rio de Janeiro. Claro que también lo avala un informe del Consorcio, que ve esta opción como la más barata. Además, según el regidor compostelano, el diseño de Carbajo y Barrios Arquitectos Asociados permitiría mover, mediante dos ramales, hasta 2.000 personas cada hora.

No obstante, la idea del teleférico, como ahora la de la pasarela sobre las Brañas del Sar, no gustó nada al Icomos, el organismo que asesora a la Unesco en materia de patrimonio, que consideró que realizar una obra de esas características pondría en peligro el título de ciudad Patrimonio de la Humanidad que ostenta Compostela.

Preocupado por el futuro del Gaiás, cuyo "éxito" ve "limitado" por las conexiones, Bugallo criticó que la Xunta, que en un principio –a través del conselleiro de Cultura, Roberto Varela– se mostró dispuesta a apoyar el teleférico y que incluso llegó a hablar de presupuestos, aparentemente cambiase de idea el año pasado y apostase por realizar un estudio previo para la implantación de un metro ligero –una opción que el Consorcio tachó de más cara y que para el alcalde goza de menos atractivo turístico–.

Ninguna de estas infraestructuras –tampoco otras barajadas, como unas escaleras mecánicas a imitación de Toledo– resultaría un inconveniente para hacer realidad los deseos de Eisenman: senderos peatonales, una opción más en consonancia con lo que opinan los socios nacionalistas del gobierno municipal de Santiago, que defienden que por ahora sería lo más económico y permitiría disfrutar de las Brañas del Sar. De hecho, el alcalde admite que el Plan Xeral de Ordenación Municipal recoge cuatro caminos, aunque también recuerda que el clima de Santiago no favorece el ejercicio físico, por mucho que la lluvia sea arte en la capital gallega.

Desde el Colexio Oficial de Arquitectos de Galicia (COAG), Jorge Duarte opina que ofrecer propuestas está bien, pero que no hay que empezar la casa por el tejado. Lo primero sería llevar a cabo un estudio de movilidad para ver qué flujos se generan hacia la Cidade da Cultura. Sin embargo, para eso "hay que saber qué ofrece el Gaiás al turista" para lograr que este se quedé allí, al menos, medio día. En todo caso, y en su opinión, la "mejor solución" es un paseo peatonal que permita a los visitantes disfrutar del entorno del Sar y que incluya una parada en la Colexiata do Sar. Quizás, admite, sea necesario un ascensor en el último tramo, pero todo depende, insiste, del flujo de visitantes. Por ahora, no obstante, no hay que apresurarse porque de momento los que acuden al Gaiás solo van a "conocer los edificios".

El COAG también está preocupado por los accesos desde la AP-9, porque, afirma Duarte, el Gaiás es un equipamiento que "trasciende el localismo". La conexión, dice, es "imprescindible" para que el tráfico rodado entre desde la autopista y no desde la ciudad, desde la que debería llegar transporte público.

Mientras desde la Fundación Cidade da Cultura anuncian que "pronto" se presentará un plan de accesos y desde la Xunta de Galicia avanzan que "próximamente" se informará al Parlamento autonómico sobre los avances relativos a los accesos y sobre el "futuro" del Gaiás "a medio y largo plazo". Y en primavera, "mejor en Semana Santa", si puede ser, dice Bugallo, el Ayuntamiento de Santiago pondrá otro grano de arena al señalizar la Cidade da Cultura. Y es que ahora desde el centro el turista puede ver hacia dónde queda el Parlamento, las estaciones de tren y de bus o varios hoteles, pero de la Cidade da Cultura ni se sabe.